Refugio Arnaldo Bogani, 45,95319105°N, 09,38752502°E, 31 de julio de 2025
Despanzurrado al sol junto al refugio Arnaldo Bogani, repaso el track de las próximas semanas, recorro todas estas montañas que tengo por delante y me detengo en el trazado que recorre el grupo del Adamello. Un hilo de emoción me nace de dentro. Siempre es así cuando me acerco a estas montañas en una de cuyas aldeas, Cevo, viví medio año, uno de los tiempos más significativos de mi vida. Lo conté en otras ocasiones, la última hace un par de años que atravesé el macizo procedente del macizo dolomitico de Brenta. Allí viví acogido a la hospitalidad de Nena preparando mis exámenes de Preu durante medio año. Narré aquel tiempo en una novela. Cevo, un balcón a la Valcamónica, un espléndida montaña frente a mi ventana, La Concarena.
Días de lluvia intensa, mi mesa de estudio frente a las lluvias y las nieves del invierno, Nena, mi única y querida compañía; unos meses en el Saint Moritz cercano trabajando en un hotel para reponer fondos, la cariñosa compañía de mi amiga, amante, compañera de cordada. Y un accidente fatal el siguiente verano mientras efectuábamos la travesía de las montañas del Ortles que terminó con su vida.
Mi primera juventud tiene sus momentos más sentidos…, y amargos, en aquel año. Había abandonado definitivamente el trabajo. Estrenaba una nueva vida de incertidumbre y autonomía. Liberado de obligaciones que no fueran atender de tanto en tanto a reponer fondos trabajando aquí y allá, era estrenar nueva vida. Incluida mi relación con Nena, las salidas invernales por el macizo del Adamello, sólo o con ella, o algunos amigos de Brescia. La aventura de ir improvisando día a día. Volví a Madrid para examinarme, aprobé, y regresé a Italia para emprender con Nena aquella nefasta travesía. Llevo en el alma aquellas montañas, aquel tiempo, aquella mujer.
Una larguísima jornada la de hoy. Salí de las cercanías del lago situado a 200 metros. Y el refugio está en la cota 1800 m. Miro desde estas montañas los retazos del lago de Como que veo lejísimos y me parece mentira que se pueda caminar tanto en un día. Por el camino, lo que sería el fin de una etapa, encontré un refugio pero estaba cerrado. Llamé por teléfono al segundo, el Arnaldo Bogani, para asegurarme. Estaba abierto. Allí necesariamente habría de terminar mi jornada de hoy.
Me gustaría hacerme la idea de que no voy a ningún sitio. Como quien camina sin rumbo ni finalidad, pero no es un ejercicio fácil. Estamos tan sujetos a terminar una tarea, a finalizar algo, que cuando intentamos salirnos de cierta meta que nos hemos impuesto, la cosa acaba por no funcionar. Si me dedicara a vagar sin rumbo estoy seguro que terminaría marchándome a casa en cualquier momento, mal tiempo, dificultades, cansancio. Sin embargo si tengo un objetivo, llegar al mar por ejemplo, mi comportamiento es diferente. Estamos hechos de tal manera que es difícil contravenir ciertas disposiciones que parecen innatas. Estar simplemente de camino, sin un mañana en mente en un mundo como el nuestro parece casi imposible. Y no sé si ello es bueno o malo. Creo que era ayer cuando comentaba brevemente que nadie sabe hacia donde va el mundo, ni ahora mi nunca. Somos producto de la improvisación. No diseñamos nosotros el mundo que queremos, el mundo se va haciendo, se va transformando y nosotros tenemos que apencar con lo que va surgiendo. Un país como Estados Unidos, uno de los más ricos del mundo, donde cerca de 40 millones de personas viven por debajo del umbral de pobreza, es una idea descabellada pero real. O un mundo donde un pequeño número de personas poseen el noventa por ciento de la riqueza, un mundo que expolia sus recursos naturales, que contamina indiscriminadamente el planeta, etcétera, etcétera, es un mundo sin norte. Es obvio que hay pensadores, Edgar Morin, por ejemplo, en La vía: para el futuro de la Humanidad, que ha especulado sobre las características que debería revestir un mundo en construcción. En él Morin propone una alternativa global ante las crisis múltiples que enfrenta la humanidad: ecológicas, económicas, sociales, éticas y políticas. Plantea la necesidad de una “vía” de transformación profunda, una orientación ética, espiritual, social y ecológica que sirva como base para repensar el rumbo de las sociedades humanas. Pero como si quieres arroz Catalina.
Querámoslo o no vivimos tan mediatizados, hábitos sociales, consumo, nuevas tecnologías, que hemos perdido, o mermado en gran escala, el principio de autodeterminación. El mundo está metido en una especie de tobogán que nadie sabe exactamente a dónde nos va a llevar. Y me pregunto si no estará mi comportamiento también mediatizado por ese clima que los sapiens han impuesto a sus vidas, algo que nos impide de hecho vivir ese tópico al que todos aspiramos pero que tan difícil es de practicar, ese carpe diem. Si realmente fuera capaz de vivir el momento no tendría necesidad de un final que me impeliera a moverme hacia él.
Aunque vaya usted a saber. Por ahí andan los psicólogos de la Gestalt que sustenta la teoría de la llamada “Ley del cierre”. Según esta ley, tendemos a percibir figuras incompletas como completas. Por ejemplo, si vemos un círculo con un pequeño segmento que falta, nuestro cerebro lo interpreta como un círculo entero. Existe la tendencia de la mente humana a organizar los estímulos en formas coherentes, completas y significativas, incluso cuando la información es parcial. Esta tendencia no sólo afecta la percepción visual, sino también a la conducta y al conocimiento. Estas teorías consideran que dichas tendencias de cierre y resolución podrían tener una base evolutiva. Resolver lo incompleto, prever lo que falta, cerrar una acción, probablemente tuvo ventajas adaptativas: Completar una acción, construir un refugio, acabar una conversación, finalizar una obra podía ser decisivo en la evolución. Percibir una figura incompleta (por ejemplo, el contorno de un depredador entre los arbustos) como un todo podía salvar vidas. Los psicólogos de la Gesltalt mantienen que la necesidad de concluir, de cerrar lo abierto, parece formar parte de nuestro funcionamiento mental más básico.
Y me da que esta gente tiene razón, y que estando algo de esto en nuestros genes, eso de vagar sin rumbo durante mucho tiempo sin un objetivo final se sostiene mal frente a ese cierto determinismo que nos lleva a concluir tareas.
Podría haber seguido al refugio siguiente, el Brioschi, quinientos metros de desnivel más arriba, con lo que habría acumulado un desnivel de más de 2100 metros, pero está bien así, una tarde tranquila, un pradito muy cuco para mi tienda, cena y desayuno en el refugio.
He entrado en terreno kárstico, así que buenos despeñaderos, pasos delicados, algunas cadenas y precipicios a la vera de estrechos senderos. Todo muy entretenido.
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