Pian delle Parole, 46,01101176°N, 09,50834334°E, 2 de agosto de 2025
Mis botas se secan al sol. La puerta del mosquitero abierta; a esta altura ni moscas ni mosquitos, la compañía cercana de tres cabras montesas (capra ibex) que me miran como si fuera un intruso, que lo soy para ellas, seguro. Las nubes adornan las cumbres y las envuelven no de esa manera osca de cuando el tiempo se aborrasca, ahora parecen simplemente estar de paseo anunciando que se acabaron las lluvias de momento. La tienda se agita con cierta violencia pese a que la he puesto un poco más abajo del collado, un segundo collado porque el primero aunque había espacio tenía, como dicen por ahí, excesivo patio a ambos lados. Magnífico espectáculo para un final de jornada que según los pronósticos no ofrecía otra cosa que lluvias y esporádicas tormentas. A mi espalda todavía las nubes suben lamiendo la montaña formando grandes caracolas como olas gigantes.
¿Diré que esta parte del recorrido me está empezando a resultar lo más agradable del caminar del verano? Creí conocer estas montañas después de haberlas atravesado hace muchos años, pero esto es un mundo, no es esa especie de cresta a dos aguas que yo recordaba. Ahora camino más al sur que entonces y me sorprende este paisaje tan variado, agreste, suave en ocasiones, complejo. Redescubro las montañas de la Lombardía, y quizás por eso, por formar parte de la Lombardía las aprecio como montañas de una tierra en la que viví de joven y que apenas tuve tiempo de explorar. Ahora sí, esta travesía tiene algo de inesperado y de reencuentro con un pasado que sentimentalmente lo llevo muy dentro de mí.
Hoy llovió y tronó la noche entera, una lluvia violenta que no hizo otra cosa que hacer de mi sueño un regusto de bienestar. Existen placeres sofisticados que me son ajenos, en cierto modo, o porque no he desarrollado el gusto o simplemente porque no estoy preparado para apreciarlo; sin embargo existen situaciones sencillas relacionadas con la Naturaleza y sus manifestaciones que superan con mucho en sutileza y placer otras muchas cosas de la vida. Despertar en la noche en medio de la lluvia y el estruendo de rayos y truenos; despertar y sentir el calorcito del saco, acurrucarte como si lo hicieras en el regazo materno y sentir cómo todo tu cuerpo se llena de gusto, es una experiencia grata como no hay otra. Hoy fue toda la noche. Cada vez que me despertaba para darme la vuelta, era un renovado gusto. Sucede también en invierno cuando el frío es tan intenso en alguna cumbre del Guadarrama o Gredos. Un placer parecido el de ahora, los últimos rayos de sol del día calentando todavía mi tienda, sólo unos minutos más, las cumbres a mi alrededor, la infinita soledad del momento. Frío, calor, lluvia, tormentas, estrellas. Existe un conjunto de circunstancias que mezcladas, como la música de distintos instrumentos en un concierto, consiguen en quien las experimenta no sólo el placer de vivirlo, sino que modelan también la personalidad y la forma de ser, de mirar la realidad global.
Llovió tanto y tan insistentemente toda la noche que pensé que no pararía durante el día siguiente, que aquello iba a ser como en Macondo. Cuando sonó el despertador todo seguía igual. Lo desactivé, me di media vuelta y seguí durmiendo. Media hora después la intensidad había disminuido. No obstante sopesé la posibilidad de que tuviera que permanecer todo el día en la tienda. Apenas tenía comida, y agua más o menos medio litro. Estaba un poco chungo el asunto, pero el placer de seguir durmiendo, ahí estaba, ajeno a los problemas prácticos. En torno a las nueve de la mañana la lluvia quedó en un gotear leve sobre la tienda. Era hora de desayunar y levantar el campamento.
Salí preparado para resistir la lluvia hasta el refugio Buzzoni, tres o cuatro horas de subida, pero no, no llovió, lo que si había es que el bosque estaba ahíto de agua. Hayedos, barrancos, algún inflado riachuelo que ofrecía dificultades para pasarlo después de la noche de lluvia. Una ascensión abrupta que curiosamente en las cercanías del refugio se abrió y surgieron algunas praderías. Un precioso balcón sobre las montañas de los alrededores. La más alta, la del refugio Broschi que había visitado el día anterior, aparecía cubierta de enfurruñadas nubes.
Allí sequé lo que pude la tienda, comí, charlé un rato con una pareja y tras los postres volví al camino, dos horas y media o tres hasta el refugio Grassi, donde sólo me tomé un té y pedí que me llenaran de leche una botella que llevo para el caso y que me sirve para desayunar. La guardesa, Anna: un encanto. Habíamos charlado un poco, lo de siempre, de dónde vienes, dónde vas, etcétera, y cuando me estaba marchando, me dice que espere un momento. Y sale y me regala una tableta de chocolate. Un recuerdo de ella habría de llevarme yo, así que le hice una foto y nos despedimos cariñosamente.
Las laderas en torno al refugio Grassi son verdes, pero altamente engañosas. Al rato pretendí ver como estaba un collado para mi tienda, pero tras él las laderas caían a pico. Son así todos los alrededores. Pero bueno, mi ángel de la guarda se ve que estaba al loro, porque media hora más allá me tenía un sitio bastante resguardado del viento. Una atalaya con vista a todos los alrededores.
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