46,02416066°N, 09,60202932°E, 3 de agosto de 2025
Senderos que dan miedo. Es la primera sensación que tengo esta mañana. La tarde anterior había visto un camino que trepaba montaña arriba hacia una montaña infranqueable. Supuse que llevaría a la cumbre. No subía bastante arriba y… Pero mientras subía había observado un sendero que cortaba el hipo y la ladera izquierda. Supuse que por allí habría de pasar. No las tenía todas conmigo. Confieso que hay senderos que me ponen muy nervioso. Supongo que estos itinerarios que cruzan el macizo están atrezados y esas cosas, pero… más arriba una desviación, no era mi sendero sino uno que corta la ladera por la derecha, un sendero de palmo y medio cuya ladera se pierde en el vacío. No hay otra cosa, así que despacito, midiendo bien donde pongo los pies y la punta de los bastones. Alguna pequeña trepada. Esa clase de diversiones que con el vacío que hay a mis pies me deja muy intranquilo. Estos italianos son capaces de trazar senderos inverosímiles. Hoy se ha acabado eso de subir mil metros de desnivel y después bajarlos. Hoy, la ruta sigue longitudinalmente el eje de las montañas, así que franqueos aéreos, profundos descensos no muy largos, y de vez en cuando el “sendero”, sí, con comillas, se pone a trepar por estrechas canales, sale a una especie de collado, rodea una hendidura de la montaña por donde se despeña un arroyo y vuelve a buscar el modo de superar un resalte tras otro. Senderos así sólo me los había encontrado en los lugares más complicados de las Dolomitas. Es la tónica de la mañana hasta el mismísimo momento en que desde un alto allá a lo lejos veo a mi altura el refugio Benigni. Todo un espectáculo él por varias razones, su emplazamiento en un saliente de la montaña y su condición de inaccesible en condiciones normales desde ningún lugar. Más adelante contaré la continuación desde el refugio, un descenso algo de película para la gente que lo descendemos.
La segunda razón era su condición de observatorio sobre las cumbres heladas del Bernina justo detrás. Y todo un espectáculo, por último, por la aglomeración de gente que soportaba tanto el interior como todos sus alrededores. Es domingo, así que se entiende.
No era fácil que a uno le atendieran con aquella multitud y sus colas de espera para manducar algo. Cuando conseguí un sitio tuve la suerte de dar con una competente muchacha que atendió todas mis necesidades con paciencia y una buena profesionalidad. Estaba esperando el primer plato cuando siento a mi izquierda en mi misma mesa hablar una mezcla de castellano e italiano. Pregunto. Hace mucho, mucho tiempo que no escucho mi propio idioma. Se trata de una familia donde lo argentino y lo italiano se mezcla. La madre no habla castellano, las hijas sí. Bueno, ya sabéis, inútil preguntar nombres y demás porque la liviandad de mi memoria no lo retrendía. Y a ellos, si leéis estas líneas, disculpadme por no haberos preguntado. Una singular familia en donde el entusiasmo de la madre y sobre todo una de las hijas nos llevó a una fluida conversación que iba de un lado para otro, hasta que en un momento, ya hablando del socorrido asunto del Camino de Santiago, que parece haberlo hecho casi todo el mundo con el que me encuentro, la madre apunta a la posibilidad de que nos hayamos visto ya en una ocasión en el 2012 en el Camino Francés. Mi cara le suena, la persona con la que se encontró se llamaba Alberto y tenía tres hijos, dos chicos y una chica. Nos reímos montón con la posibilidad de que nos hayamos visto antes, cosa bastante probable porque por aquella época yo andaba coleccionando Caminos de Santiago y los hice casi todos. El mundo es un pañuelo, contesta la otra hija (creo que hija). Me encantan estos encuentros. No hay día, ya sea en el camino o en un refugio, que no tenga la oportunidad de conversar un buen rato con alguien. Hoy fue un encuentro bonito.
El chico y la chica que atendían el comedor en una situación de poca gente bien habrían merecido dedicarles un poco de conversación. Pese a lo atareados que estaban noté en ellos un trato y una deferencia algo especial. Con la familia argentino-italiana salimos fuera a hacernos la foto de rigor. Nos despedimos calurosamente.
Cuando al llegar vi tanta gente, lo primero que pensé es que por lo menos habría un acceso al refugio un poco más civilizado. Craso error. Si me hubiera encontrado solo con aquel descenso seguro que un ramalazo de inquietud me habría subido por dentro. Pero vista la concurrencia, gente de toda edad, niños, peronas mayores, etcétera, lo que me obliga a pensar es que los años también están teniendo parte en mis temores y miedos. Siempre me han impuesto esos estrechos senderos que corren con un vacío absoluto a sus pies, pero creo que ahora me lo hacen de una manera especial. En estos dos últimos años que hice algunos pinitos escalando, pensé que ese temor mío habría disminuido, pero, no, nanáis de la China, que decía mi madre. El sendero baja con revueltas y revueltas salvando escarpados roquedos. Toda esta gente que sale al monte en Italia los domingos, da la sensación de caminar por el pasillo de su propia casa, aunque tenga que usar manos y pies para descender por allí. Llega una empinadísima canal y un poco de atasco se produce. Delante van algunos niños que pueden tener entre cinco y siete años. El padre ha cogido una variante complicada y el niño no lo ve claro, duda, el padre le anima, al fin, ayudado, pasa el resalte. Le oigo bromear al padre: ¿tienes miedo? Si no pasa nada, si te caes por ahí, te mueres y no te enteras. Ya están en lugar algo más fácil y broma va y broma viene, ahora veo descender a tres de estos niños un tanto como las cabras. Pienso que si fueran hijos míos por allí no pasaban si no iban encordados. Recuerdo en alguna ocasión en Dolomitas superar algunos tramos para mí difíciles, y llegado al collado, un hombre que venía delante comentarme, es que aquí son así las cosas, siamo habituati. Y algo de eso hay, están en su casa, son sus montañas, las que han subido y bajado durante toda la vida. He visto caminar en ferratas y senderos expuestos a personas mayores que si las vieras paseando en el Retiro nunca creerías cómo se toman estas andaduras por estos barrios.
Todavía anduve dos horas y media. Ahora por sendero más sosegado. El paisaje ha cambiado y aunque las cimas se presentan atrevidas e infranqueables, los prados que yacen a sus pies son más tranquilos. Ha desaparecido la visión del macizo del Bernina y las montañas que me esperan parecen más asequibles.
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