A 150 metros de la cima di Lemma, 46,05692431°N, 09,70247447°E, 4 de agosto de 2025
Ni haciendo un intenso ejercicio de memoria sería capaz de reconstruir lo caminado hoy. La línea del Sendero Italia constantemente cambia de ladera, sube, baja, vuelve a subir, siempre insistiendo en mantenerse en la cota más alta posible, así hasta que se montó sobre una arista no demasiado agresiva y se dirigió directamente a la cima del monte Lemma. Habría sido demasiado intentar poner la tienda en la mismísima cumbre, que vete a saber si era posible. También pensé en vivaquear en la cima si no se podía instalar la tienda, pero desde hace días no veo el pronóstico del tiempo y no era cosa de jugárselo a los dados. Sucedió simplemente que milagrosamente en la misma arista surgió un pequeño emplazamiento en donde sí era posible instalar la tienda, un pequeño espacio verde totalmente cubierto de rododendros. Si no hubiera encontrado este regalo de mi ángel de la guarda vaya usted a saber si no se me habría hecho de noche por el camino. En mi recorrido había marcado un lago, pero eso era mucho más abajo de la cumbre del Lemma.
Lo más significativo de la jornada fue la sencilla y espontánea hospitalidad del matrimonio que atendía el refugio Baricco, Carmona y Beppe. Camelia, su hija de seis años, nada más saludarla y preguntarle por su nombre pidió a la madre que me sentase en su mesa, que era como decir invitarme a estar en su habitación. La mesa, una grande de madera de comedor, era su dominio privado y toda ella estaba cubierta con utensilios de dibujo y pintura. Se encontraba dibujando una especie de monstruo cuando llegué. Después, mientras yo comía, dibujó la tortuga de peluche que tenía sobre la mesa.
Entrar en un refugio y sentirte bien acogido, atendido en todo lo que puedas necesitar con esa naturalidad tan especial que parece formar parte de la personalidad, es una bendición que le está cayendo a uno con bastante frecuencia en este tiempo de caminar por las montañas. Carmina y Beppe son adictos a este lugar. Es su propia casa, sus platos cocinados, su decoración, el entorno. Me han dicho que en el Baricco se come muy muy bien, le digo a Carmina. ¿Quién?, me pregunta sonriendo. Tutti il caminatori che mi sono trovato, sul sentiero, le digo.
En nuestra vida de viajeros Victoria y yo no hemos encontrado países más hospitalarios que los árabes. Tan exquisita hospitalidad como para que en medio del Sáhara, cercano a un pequeño oasis habitado por unos tuaregs, un señor muy mayor y su nieto hagan un largo camino para ofrecer a los viajeros acampados entre las dunas unas rajas de sandía y todo un servicio de té. Hemos encontrado en nuestros viajes muchas muestras de este comportamiento, pero en Turquía, el Magreb, Irán o Pakistán las muestras fueron siempre tan espontáneas, tan sentidas, como para desarrollar en nosotros un sentimiento de pertenencia al mundo muy profundo.
La hospitalidad árabe probablemente tenga alguna de sus raíces en El Corán. La vida, el conocimiento o la simple experiencia me han hecho un ateo recalcitrante, sin embargo es innegable que las bondades del hecho religioso, nacido en sus raíces como una tendencia del ser humano a vivir en hermandad y concordia, son muchas. La hospitalidad, en el Islam, la caridad o la ayuda al necesitado en la primera Iglesia cristiana era un atractivo importante para la gente del pueblo sometida o esclavizada. Bien que se diera la paradoja de que la compensación por los males de esta vida estuviera pospuesta para después de la muerte, fuera un hecho que les debía de venir de perilla a las clases dominantes.
De todos modos, sí parece que la disposición a la hospitalidad, al margen de la religión, es un hecho que muchas personas desarrollan con naturalidad. También están los contrarios, los que a poco que te descuides te muerden.
La mañana era tan fría hoy que me obligó a abrigarme con casi todo lo que llevaba en el macuto. No era de mi gusto este bajón de la temperatura que me hacía pensar que ya estaba en otoño. Amaneció cubierto. Mal asunto, pensé, pero después poco a poco el tiempo se estabilizó y quedó una temperatura que aunque con sol se caminaba bien. Durante el día aparecieron en lontananza en varias ocasiones en distintos collados las montañas del entorno del Pic Badile, y más a la derecha el Bernina. Me gusta reconocer las montañas entre las que me muevo. Cerca del Badile pasé hace un par de años y el Bernina me es muy familiar. El macizo lo atravesé varias veces por distintos lugares, y hace medio siglo hice allí algunas escaladas con Moisés Castaño, Enrique del Pozo y Nena, el couloir al Roseg que daba miedo por las piedras que caían, y la cima del Bernina con un recorrido bellísimo entre seracs que llevaba al Col Bella-Vista. Cuando se atraviesan los Alpes de parte a parte es un paso obligado, o lo haces por el sur y el entorno del Bernina, o por el norte por la Alta Engandina y Saint Moritz y el paso de Maloja. O como es mi caso este año, por los Alpes Oróbicos y el macizo del Adamello.
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