Día 60. Un apacible caminar


Molino Cristofori, 46,23459411°N, 11,29321754°E, 16 de agosto de 2025 

Me despierto agotado de dar vueltas por las callejas de un pueblo de estrechas calles, que me suena como Écija, un lugar donde nunca he estado. Excitado porque he dejado el macuto en una de las calles para buscar no sé qué en otro lado y después no he sido capaz de volver a donde lo había dejado. Venga arriba y abajo las calles durante la mitad de la noche. Todo desconocido, ningún indicio. Excitado y con un sentimiento de estupidez encima que me abruma. Joder, vaya modo de pasar la noche. Eso, y en el entreacto el estridente canto de un búho o cárabo muy cercano que no había manera de hacerle callar. 

Esta mañana tengo el cuerpo tan molido que me quedaría todo el día  durmiendo en la tienda arrebujado en este escondido rincón del bosque. Noche movidita, sí. Dos cosas me desvelaron, por una parte un problema de fontanería que se ha presentado hoy en casa. Intenté arreglarlo por videoconferencia, pero nada, así que a darle vueltas al asunto. Y luego el itinerario a seguir el día siguiente. El oficial daba tremenda vuelta de muchos kilómetros, pero en mi mapa aparecía un camino que cortaba recto. Ahora, el sendero salvaba seiscientos metros de desnivel, mucha tela en la que podría encontrarme dificultades o pequeñas selvas como el otro día… pero es que me fastidiaba tanto dar esa vuelta… 

Mi atajo resultó no tener ninguna dificultad. Bosque tupido y empinado, pero que subí bien pese a ese cansancio con que me había despertado. A las doce estaba comiendo en el refugio Potzmauer. Aquello parecía una feria, fin de semana, pero dentro el local estaba semivacío. De nuevo eso, que da gusto encontrarse con gente amable en el refugio. 


Lo que seguía después de comer era una tranquilo sendero que subía, bajaba y llaneaba largamente por los bosques, lo que invitaba a un apacible caminar que me predispuso para leer un rato. Lipovetsky de nuevo. Los largos siglos en que la moral estuvo vinculada a la religión, el fin de la moral hasta entonces era tener contento a papá Dios, terminaron hace mucho tiempo. Recuerdo que tras mi primera vinculación con el catolicismo, hace medio siglo, decir públicamente que uno era ateo, suponía poner casi siempre en los interlocutores una cuestión que se repetía. Si no tenías un Dios como referencia, unas normas cristianas, unos mandamientos, ¿qué sucedía con tu moral? En las mentes de las personas con las que discutía estas cosas ser ateo implicaba no estar sujeto a normas, podías hacer lo que te diera la gana y entonces… ¿Quién, cómo sería factible una sociedad sin una moral, ya que la moral derivaba de las creencias religiosas? 

Ha llovido mucho desde entonces, y ser ateo como se ve en tanta gente, no ha derivado en un mundo caótico ni en una depravación universal. A veces pienso que hay muchas mejores personas entre los ateos que entre los católicos, una tribu en donde se ceba la hipocresía a toneladas. Das un repaso a todos los católicos de nuestra derecha política y ya sabes lo que quiero decir. La religión ha sido siempre una buena manera de maniatar a los creyentes de abajo. Además, los ateos, las buenas personas entre ellos, si se atienen a una moral y a un comportamiento adecuado con sus semejantes, lo hacen por sí, porque se sienten mejor así, y por los otros, no por un dios que se lo impone, no porque en la otra vida les será recompensado. 

De todos modos siempre existe ese gran interrogante vinculado al Bien y al Mal. Por qué en el mundo hay tanto hijoputa y por qué en ese mismo mundo te encuentras con tanta gente empeñada en ser una buena persona. Existen quien se lo gana a pulso, per sé o por influencia, desde la temprana edad y quien también desde niño apuesta por cultivar una disponibilidad hacia los demás. Lipovetsky no habla de estas cosas, más bien estudia cómo nuestro sentido del deber, nuestra moral ha evolucionado, ha cambiado a lo largo del tiempo, sin embargo, como en tantos otros asuntos, lo que realmente creo que me interesa es cual es la raíz de nuestro comportamiento moral. ¿Por qué no vamos por ahí dando mordiscos a la gente? La razón… sí, pero la razón es tan diferente en unos u otros… Sin un dios, la razón toda de nuestros actos para los creyentes, ¿qué es lo que inclina a esa buena parte de la humanidad a ser amable, caritativo, compasivo, a darse por entero a los otros? ¿De dónde surge esa pasión, ese sentimiento? ¿Tendrán esos comportamientos una relación ancestral con la supervivencia de la especie? Y si la especie, los hombres, hemos de supervivir, ¿no serán una aberración de la especie todos aquellos que no contribuyen al bienestar de la especie misma, de la humanidad?

 

Las cuatro de la tarde. El lugar es tan apacible y acogedor que decido finalizar aquí mi jornada junto al molino Cristofori. Además, me ha hecho gracia porque nada más ver el molino ya me he imaginado a la molinera y la hija de la molinera sentadas en la ventana con el trasero al aire mientras dos jóvenes llevan sendos sacos de trigo a casa del molinero. Sugeridor panorama el de los atractivos traseros para dos mozos de recién estrenada su entrada en el mundo venusiano. El hecho pertenece a la película Los cuentos de Canterbury, uno de los relatos de Chaucer llevado al cine por Pasolinni. Este molino es más humilde y por más que he mirado por aquí y por allá en él no he visto que haya hija ni esposa de molinero, lo que no quiere decir que esta noche, al contrario de la anterior que me pasé toda ella buscando angustiado mi macuto por estrechas calles de una ciudad desconocida, suceda una noche mucho más agradable, dada la cercanía sugeridora del molino, en que se me aparezcan la hija y la esposa del molinero en parecidas circunstancias a las que se diera en la película, una noche en que obligados a quedarse a dormir los mozos en el molino por no recuerdo qué circunstancias, se produce tal enredo de cuerpos, ataques y contraataques, que ni la historia de don Quijote cuando, durmiendo en la habitación con el cabrero, se presenta a oscuras la Maritornes y confundiendo al cabrero con el hidalgo caballero  intenta meterse en la cama de éste. Pues eso, que se organiza a oscuras la gran trifulca. Imaginemos en el mismo lecho al molinero, su mujer, la hija y a los dos mozos en edad de plena revolución hormonal y que el molinero se despierta y lo que encuentra a su lado… Bueno, eso mismo. A ver qué tal se comportan mis sueños esta noche. Será cosa más que de poner una vela a la Virgen, mejor dedicársela al señor Freud o al señor Jung. Y es que los días que sueño en erótico son deliciosamente agradables, además de que me levanto de mucho mejor humor que hoy, que parecía que me habían dado una paliza cuando me desperté. 

Está empezando a llover. Voy a ver si dejo preparada la tienda.






  




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