Sobre el lago Fedaia frente a la Marmolada, 46,45636752°N, 11,88890934°E, 23 de agosto de 2025
Hacía frío. Con toda seguridad la niebla envolvía la tienda. Debería si no estar llegando el sol a ella. Hice pereza durante un rato como siempre y terminé asomándome al exterior, corrí la cremallera y eso, no se veía ni pijo. Me tenía que levantar, qué remedio. Estaba desayunando un tazón de leche con una especie de bizcochos rellenos cuando de repente la tienda se iluminó: albricias, señal de que la niebla era volatera. Mañanita de niebla, tarde de paseo.
El caso es que despejó parcialmente, pero frío frío sí que hacía. La niebla remoloneaba por aquí y por allá y las montañas aparecían atrapadas en masas de nubes. La ladera, una mezcla de prados y rocas, y más adelante grandes superficies de rocas lavadas por la erosión de viejos glaciares. Fue atravesando estas rocas hendidas por el hielo que se me apareció, vamos a llamarlo, el Espíritu de la Tierra. Buenos días, me dijo en castellano, qué, qué te parece a ti, qué te dicen todos estos roquedos a los que parece que un escultor muy especial ha pulido con tanto esmero. Ya, me estás diciendo que los años con los que yo mido el tiempo, los de mi vida, los de antes y después de Cristo con los que medimos nuestra historia es muy poquita cosa en comparación con el tiempo que llevó transformar montañas enteras en suaves superficies de granito. Eso mismo, contestó él. Ya, pensé yo para mí, el Planeta, cuyo espíritu se me había aparecido por el camino, va a su bola. Mueve como si fueran fichas de ajedrez los continentes, separa África de América, empuja el continente Índico hacia el norte y crea las grandes montañas del Himalaya, convierte en harina, en pura arena lo que antes fueron montañas en el Sáhara, transforma los fondos marinos en nuestros bellos Picos de Europa… En fin, que va a su bola. El Espíritu de la Tierra, que debe de estar averiguando mis pensamientos, sonríe y yo le imagino diciendo para sí: es que estos ingenuos animalillos de dos patas, pobrecitos ellos, con eso de que han conseguido llegar a pensar después de un par de millones de años, en definitiva una irrisoria cantidad de años, así sin más se han creído, sí, pobres, que son el centro y la razón del universo. Y lo creen viviendo como viven apenas unos años, es decir tan nada en el tiempo del universo como la duración de la vida de la efímera (orden Ephemeroptera), un insecto alado cuyo nombre viene precisamente de lo breve de su vida. Entre ellos muchas especies viven sólo unas horas.
El Espíritu del Tiempo no está muy hablador, no es como el arcángel San Gabriel que quiera revelarme una realidad difícil de creer, simplemente aparece condescendiente, una pizca irónico, y ya imagino yo por qué. Seguro que está pensando en esa soberbia de los sapiens, esos sapiens del orden Ephemeroptera que crean cielos, infiernos, dioses y que viviendo el tiempo en un abrir y cerrar de ojos aspiran a tantas cosas o viven el día a día como si no fueran a desaparecer a la vuelta de la esquina. Se han montado una película en sus cabezas en las que no tiene cabida la lógica del tiempo ni la relatividad de todo lo que hacen.
En realidad eso de que me dio los buenos días el Espíritu del Tiempo es una manera de decir. Lo sentí vivamente caminando hacia el paso San Peregrino. El planeta va su bola, glaciaciones, desiertos, formación de montañas, continentes que se desplazan y mientras tanto nosotros haciendo labor de bolillos.
Acercándome al paso traté de ver en la ladera opuesta un recorrido alternativo que ya había localizado en el mapa, pero no logré aclararme demasiado. Estoy de lleno en el recorrido de la Alta Vía Dolomítica 2 (dejó aquí el link de aquel recorrido por si alguno quiere alguno quiere entretenerse): http://caminarcadadia.blogspot.com/search/label/Alta%20V%C3%ADa%20de%20las%20Dolomitas%202
un recorrido de dos semanas que empieza en el norte, en Bresanonne, y que recorrí hace años, y como no me gusta repetir itinerarios y la zona la he visitado muchas veces, incluso en invierno, buscaba otro modo nuevo de llegar al norte de la Marmolada. Tenía que alcanzar la Malga Cipiade a través de la Forca Rossa. Pregunté en el refugio Fuciade y me dijeron que serían unas cuatro horas y media con una ganancia en altura de unos 500 metros.
Me sorprendió la hora que era cuando llevaba más de una hora de camino después de dejar el refugio, apenas las doce y media, y ello después de haber parado en él a comer algo. Hoy iba sobrado de tiempo. A las tres, después de alcanzar la Forca Rossa y descender un buen pedazo, me encontré un hermosísimo prado rodeado de paredes rocosas. Sopesé quedarme allí, pero era demasiado pronto, así que no solamente llegué a la Malga Ciapela, sino que a las seis de la tarde estaba montando la tienda frente a la cara norte de la Marmolada en un pequeño altillo sobre el lago Fedaia. Mañana en una hora o dos volvería a tomar el Sendero Italia proveniente de la parte oeste de la Marmolada.
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