46,53263647°N, 11,91790938°E, 24 de agosto de 2025
Hoy tocó Kavafi de la mano del amigo Paco. Esto escribía esta mañana en un guasap: «Parafraseando a Kavafis “Cuando emprendas tu viaje al Adriático, pide que el camino sea largo, lleno de aventuras, lleno de experiencias. No temas a la lluvia ni a las tormentas, ni a las pendientes y las aristas… ten siempre al Adriático en tu mente, llegar allí es tu destino, mas no apresures nunca el viaje. Mejor que dure mucho tiempo y atracar, viejo y sabio ya, enriquecido de cuanto ganaste en el camino; éste te brindo tan hermoso viaje”. No ceses, termina con el mar acariciando tus cansados pies».
¿Regresar a Ítaca o permanecer en manos de la Aventura por las aguas del Mediterráneo, valga decir por estas tierras de montañas y bosques? No parece, pese a Penélope y Telémaco, que a Odiseo, el espíritu aventurero por excelencia, le cuadrase la vida tranquila que habría de encontrar en Ítaca, no imagino a Penélope haciendo otra vida que tejer y detejer la misma labor. La historia asignó a Penélope ningún otro papel que no fuera el de tejer y destejer, es decir, el de la eterna espera, mientras que a Odiseo fuera de la preocupación por el acoso de los pretendientes, no parecía habérsele perdido nada en Ítaca, nos es muy difícil imaginarlo encargándose de su hacienda, cuidando sus campos o atendiendo a sus animales. Así que Ítaca no podía ser un deseo, al menos la aspiración a un descanso definitivo lejos del mar y de las aventuras.
Homero, tanto en La Odisea, como en la Iliada, expresa esa pasión del hombre necesitado tantas veces de aventura. En Ifigenia en Áulide, de Eurípides, Artemisa había detenido los vientos, lo que impedía a la flota griega partir para Troya. La decisión última de Agamenón de sacrificar a su hija para aplacar a Artemisa se debía a que los soldados, dispuestos a rebelarse, estaban nerviosos y necesitaban a toda costa ponerse en movimiento; la aventura les llamaba, por eso Ifigenia debía ser sacrificada.
Los hombres parecían haber nacido para la guerra y la aventura. La historia de Las Cruzadas, las expediciones de Alejandro Magno, ¿qué eran si no en el fondo más que la búsqueda de la aventura?
Hace un rato caminando desde el el Paso Campolongo venía leyendo a Lipovetsky que precisamente hablaba sobre el deporte y sus motivaciones. Me hacía mucha gracia porque los argumentos que esgrimía de primeras los relacionaba con objetivos implícitos asociados a moral, valor, lealtad, superación de sí mismo. Hasta mediados del pasado siglo, escribe Lipovetsky, la referencia a las virtudes será el tema central en las representaciones del deporte: si hay que alabarlo y alentarlo, es porque desarrolla las más altas cualidades morales. Lipovetsky tiende a meter en cajones bien compartimentados, sancionados por la costumbre o el pensamiento común muchos de nuestros actos, pero en ningún momento le veo quedarse con el individuo a solas que atiende a impulsos que forman parte de nuestro ADN, de una genética influenciada por factores relacionados con la supervivencia, con la curiosidad, con el ansia de saber; todos factores que en un proceso de evolución más avanzado siguen influyendo en nosotros sin necesidad de tener que adaptarlo al corsé de la moral o a razonamientos vinculados a la vida presente. Días atrás viajé en un autobús, el conductor era cazador. Hace unos días me encontré un grupo de hombres en un lugar algo complicado recolectando arándanos; en otros momentos grupos recolectando setas. Este tipo de aficiones tan extendidas ¿dónde tienen sus raíces que no sean en esa fase de nuestros lejanos ancestros en donde recolectar y cazar eran la base esencial del sustento y la supervivencia?
El comportamiento humano se mueve dentro de ciclos en donde la tensión y la distensión juegan un papel cíclico. No se puede estar siempre subiendo y bajando montañas, no se puede tener sexo constantemente, no se puede estar siempre en la cima de las olas. Seguro que Odiseo tras cargarse con Telémaco a todos los pretendientes, ordenar su casa y hacienda y vivir un tiempo con su Penélope, seguro que le vuelve a entrar el gusanillo de la aventura. Podrá racionalizarlo de mil maneras, pero la realidad última es que la aventura se lleva dentro, al menos algunos, y si no te vas al Manaslú, como Carlos, o te metes en otro proyecto, pues eso, revientas.
Tan lejos estoy de donde salí esta mañana que casi ya no me acuerdo. Estaba despejado y a mi espalda se encontraba la Marmolada, una montaña más bien feucha desde el norte, bellísima desde el sur, que los intereses económicos han jodido de arriba abajo, desde el teleférico que lleva a la cima, a los arrastres de esquí por aquí y por allá. Escalé la Cara Sur en el año setenta. Entonces su glaciar era una importante masa de hielo; hoy prácticamente apenas se ve el hielo en la parte superior. Las Dolomitas no son solamente esas paredes fabulosas que aparecen salpicando el terreno de parte del norte de Italia, es un armonioso conjunto mezcla de hermosas praderías, bosques y arrogantes paredes que conviven juntos y dan a todo el entorno una particular belleza. Belleza que se hace armonía y juego de luces y sombras cuando las nubes o la niebla entretejen en su ir y venir un armonioso cuadro. Yo había caminado por un paisaje de ondulantes prados un buen rato y me dije, hoy toca paseo, así hasta que de repente apareció un precipicio delante de mis narices. Volvíamos a las andadas. A partir de ahora voy a bautizar esa clase de senderos de palmo y medio con un precipicio a un lado con el breve nombre de “ufff…”. Pues sí, allá bajo, lejos todavía, se veía Arabba, pero lo que no me esperaba era un sendero tan ufff. Estaba a mitad de la pared cuando por delante de mí apareció un cartel grande con la palabra STOP. Jo, la jodimos, me dije. Eso es que se ha derrumbado parte del camino. Si tengo que volver a subir por donde he bajado, me da algo. (Pausa. Distraído con la escritura no he visto que la niebla se ha echado sobre el prado en que estoy acampado. Tengo que cerrar la cremallera. Con la niebla la humedad deja todo empapado). Unos metros más allá caía una cascada, y tras ella el hilo del sendero. Me acerqué al cartel expectante. En grande STOP y en pequeño Stop n°10. SGA (Sendero Geológico de Arabba). Y debajo seguía una explicación geológica del lugar. Di un respiro, se trataba de una ruta en plan educativo.
Comí en Arabba, y tres kilómetros más arriba, en el paso Campolongo, me hice una foto y seguí subiendo la ladera. Un paisaje de bosques y grandes praderías todas ellas rodeadas de altas y verticales paredes. Creo que por hoy ya es bastante.
![]() |
1 comentario:
No lo conocía, solo por las redes, últimamente en su lucha contra el genocidio en Gaza. D.E.P
Publicar un comentario