El mar





Linyola, 03/06/2013

Hoy debería hablar del mar de nuevo. Estuvo en mi intención durante toda la mañana, sobre esto y otros temas de los que fui tomando nota por el camino, pero entrando en Linyola perdí el teléfono y el asunto me ha descolocado un poco, ese aparatito diminuto contenía mi biblioteca entera, mi música, mis mapas, mis tracks, mi gps y un largo etc., de manera que ahora, tengo que tomarme un pequeño respiro para volver a la situación de normalidad. Un pequeño susto de algunos cientos de euros, pero esencialmente un montón de información, incluidas mis notas de hoy y algunas fotografías que tomé porque a la cámara se le había acabado la batería. No, por cierto, se va a hundir el mundo, pero me jode, me jode principalmente porque, aunque soy dado a perder las cosas, es la primera vez en mi largo viaje que pierdo algo, un propósito que hasta hoy había cumplido escrupulosamente; por eso y porque me siento bastante estúpido. Entrábamos en Linyola y Ramón había tomado un camino que no me parecía el correcto y entonces saqué el teléfono para comprobarlo. Es todo lo que puedo recordar, después nos encontramos con unos amigos suyos y nos marchamos al restaurante. Fui inútil rastrear en coche y andando arriba y abajo el camino. El teléfono se lo había tragado la tierra.

Intentemos olvidar el teléfono y hablemos del mar, lo hacía Laure esta mañana en una entrada del Facebook a raíz de mi referencia de ayer a Julio Villar. Como amante del mar de tierra adentro, mal nadador y atolondrado buceador que puede no saber lo que está arriba o abajo cuando se encuentra a un metro bajo el agua, siempre añoré explorar el fondo marino, el navegar a vela, el recorre la costa de Mallorca o Menorca en una canoa, pero se ve que llegué tarde, que no me han dado los años de la vida para todas esas cosas que me quedan por hacer, de la misma manera que perdí el tren para aprender decentemente los idiomas que chapuceo. Cuando cumpla los sesenta y cinco, en el último tercio del próximo mes de julio, pienso elaborar una lista de propósitos para mi siguiente reencarnación. Para cuando me reencarne en la siguiente vida, si es que no lo hago convertido en hormiga o en rana, me propondré ser un experimentado navegante, aprenderé un inglés decente inmediatamente tras el destete, procuraré que mi ojo a la virulé miré de frente y a la par que el otro, en fin, practicaré surfing, patinaré sobre las olas y… Sí, la verdad es que añoro tener una relación con el mar más cercana, de mar adentro. El mar me apasiona, dormir junto a las olas es una afición a la que sirvo cada vez que puedo. En los últimos años he recorrido a pie todas las islas que se me han puesto a mano, circuncaminé todas las Baleres y Canarias, también la isla de Malta. En Fuerteventura, en mis vivacs junto a los acantilados y en las playas leía versos de Du Fu, alimentaba mi emoción solitaria con poesía de aquí y de allá que actuaba a modo de catalizador sobre mi ánimo. Pero más allá no fui nunca, entrar en el mar a bordo de un pequeño velero, sumergirme en las aguas del mar Rojo, bajar a las profundidades del Ha-Long Bay en Vietnam, nadar entre los corales de la Gran Barrera, eso nunca. Conviví con muchos viajeros que sí lo hacían, allí, en lugares que visitábamos juntos; me daban envidia pero nunca me atreví, pese a lo ostentoso de los anuncios dirigidos a principiantes que encontraba por todos los sitios; las costas de Tailandia, Vietnam, Indonesia o Malasia son ideales para ello. Sin embargo yo allí sólo pude hacer de convidado de piedra, de mirón, de frustrado amante del mar. Me conformo pues con ir de mar a mar, como en esta ocasión, que salí del Cantábrico para alcanzar el Mediterráneo.

Ahora camino junto al mar o recorro miles de kilómetros para atravesar la península de un mar a otro, y de paso voy haciendo un libro que daré por terminado cuando llegue al cabo de Creus; sueño tan sólo con el mar. En la próxima reencarnación seré más valiente, incluso puedo insuflar en los hados la idea de que me hagan nacer en un palafito, uno de esos pueblos en los que echan a los recién nacidos al agua para que se vayan curtiendo en el medio acuático propio en el que van a vivir.

También las tierras que atravesamos estos días tienen cierto aspecto a mar, los trigales mecidos por el viento, enormes hasta perderse en el horizonte, recuerdan en esta época, cuando los trigales están en sazón, el mar de Galicia bajo la luz ámbar del crepúsculo. Hoy temprano sin más, cuando a los pies de las colinas al norte del camino, la mies de los campos, sembradas por pequeños grupos de amapolas, descendían hacia el infinito sur, plano, rubio, verde, azul en el fondo; con tantos colores como los que caben en la paleta del pintor, como explicaba el otro día en el museo Sorolla una monitora a un grupo de escolares, mostrándoles un mar en donde el azul y el encaje de las olas era completado aquí y allá por otros muchos colores que daban diversidad y atractivo a un mar de verano que alternaba el juego en la playa de los niños con los largos y vaporosos vestidos de las damas que protegían su cutis con coquetas sombrillas de la época.


En Linyola meneamos todo lo que se puede menear para encontrar el teléfono, gente de los alrededores, el alguacil, los clientes de los bares, nada. Enric, el amigo de Ramón, me tendrá al tanto si hay novedades en el frente de aquí a mañana. A éste un afectuoso agradecimiento desde aquí por el interés que puso en ayudarme. Enric es propietario de una explotación ganadera de cabras que, pensando en mi hijo Mario, me hubiera gustado visitar, pero no estaba mi humor hoy para estas cosas, lo siento. Tampoco está mi humor para una tertulia con el hospitalero del albergue de Linyola, un experimentado andarín de los Caminos de Santiago. Hoy necesito estar solo para tragarme el sapo de mi idiotez. Así que dormiré bajo las estrellas entre los trigales y las amapolas. Mientras tanto Ramón recuperará su coche y su remolque, que quedaron en Uncastillo y seguirá tras de mí con un día de retraso, pero por poco, su camino termina en Igualada, allí dará por concluida su vuelta a España. Hoy, al llegar a Linyola, su gps marcaba ya 5001 kilómetros. Para los animosos que quieran patearla, esos son los kilómetros, más o menos que tendrán que recorrer.



1 comentario:

LuisBas dijo...

en la orilla la encontre
y al punto me enamore
al ver los rayos del sol
reflejandose en su cara.
LuisBas.
Espero que pronto llegues al mar y seas feliz.
Cuenta siempre con mis palabras de animo.

Sombrillas cual mariposas
cubren las playas hermosas
ocupadas por bañistas
gentes tranquilas y ociosas

Las suaves olas del mar
las mecen con su cadencia
y las refrescan del sol
que las calienta y las tuesta

Alegres saltan las olas
con roscos y flotadores
las chicas rien contentas
como pajaros cantores

Cuerpos de seda en la arena
expuestos a suaves rayos
del tibio sol del otoño
que las presta su calor

y asi se pasan los dias
sin el agobio de agosto
para estas horas divinas
mangos, peras, mandarinas
LuisBas