Aguas sospechosas


Panorama del Macizo de Vignemale al amanecer, cortesía de Santiago Pino


Panticosa, 19 de julio

     Ayer bebí aguas sospechosas y como consecuencias esta noche tuve que salir de estampida fuera del saco a buscar alivio en las cercanías. Hasta no hace mucho había mantenido la teoría de que el cuerpo en su sabiduría genera continuas defensas contra aquello que pueda venir a perturbar el orden de su interior. Desde mis primeros viajes a la India en donde todos los manuales enseñan que no debes beber agua en cualquier sitio, ya me sentí con el derecho a discrepar del asunto poniendo a prueba mi cuerpo y bebiendo allí donde se terciaba; en Pakistán sucedía lo mismo, bebía donde la gente del lugar bebía. Creo que mi cuerpo aprendió bastante de ello y no se preocupaba lo más mínimo cuando el agua se subía desde una pértiga de las vertiginosas y achocolatadas aguas del río Indo. En Canadá y Alaska, a todo lo largo de las montañas Rocosas, la advertencia era general, no beber agua de los arroyos sin tratarla; aguas salvajes por otra parte que bajaban cristalinas de lo alto de las montañas. Cuando una tarde charlamos con uno de los lugareños con el que habíamos hecho amistad, comentamos el asunto; éste se mofaba de tanta asepsia. Él y sus padres habían bebido sin más el agua según bajaba de la montaña y ahora resultaba que aquel agua no se podía beber... No me gusta viajar y andar por ahí con la mentalidad sanitaria que se nos ha venido encima en las últimas décadas, a veces tengo la sensación de que las generaciones futuras van a tener que vivir dentro de frascos de formol.



     Tampoco esto quiere decir que uno sea idiota. Hay que dejar también un poco de hueco a esa cosa a veces tan poco corriente que es el sentido común. Hay zonas de África en que uno no puede permitirse el lujo de tener ideas sobre la salud un poco dudosas. En un viaje del que hablaba el otro día entre Senegal y Malí, lo azaroso del viaje, después de un día y medio en un autobús atestado y en donde hacia un calor sofocante, hizo que nos quedáramos sin agua. Los chiringuitos de mala muerte que encontramos por el camino servían café y agua pero aquello, el instinto me lo decía, siempre tenía un aspecto sospechoso. Después de haber tomado aquellas aguas durante dos días y, encontrándonos navegando por el río Níger camino de Tombuctú empecé a sentirme tan mal en medio de la cochambre y la comida apestosa del barco que no era capaz de tenerme en pie, retortijones, mareos, inapetencia, fiebre... fueron tres días tremendos. Creí que había cogido una disentería. En Tombuctú anduve varios días como un alienígena. Después mejoré pero para entonces el miedo me había agarrado por dentro hasta el punto de querer a toda costa abandonar África. Me daba pánico verme en mitad del desierto, aunque fuera en la legendaria ciudad de Tombuctú, en realidad un pueblo polvoriento, comido por una de esas enfermedades que te pueden llevar al otro mundo en un santiamén. Nunca hasta entonces me habían parecido más maravillosas las Islas Canarias o las ciudades de Marruecos, los puertos de aterrizaje posibles que  barajamos aquellos días. Después de un regreso en landrover por tierra a Bamako, la capital de Mali, ya no me quedaba ninguna gana de continuar nuestro viaje por centroáfrica.

     Bueno, pues aún así me resisto a ser demasiado tiquismiquis con el agua. Mi cuerpo está respondiendo bien de todas maneras. A media mañana ya parece que se ha estabilizado. Paré junto a un arroyo, enjuagué bien la cantimplora y me dispuse a desayunar. Aquí no había sospecha, plena montaña.



     Al final tuve que desviarme de la ruta prevista, hago caso al guarda del refugio Respumoso que aconsejaba crampones para andar por allí y elijo un camino que me lleva por el bosque a Panticosa; desde allí tomaré un valle que me dejará en Bujaruelo,  en las cercanías de Ordesa.

     La verdad es que siento este rodeo, tenía una somera idea de repetir algún recorrido que siempre me ha sido caro: Balaitus, Vignemale, Bachimaña, incluso la zona del Midi, montañas que recorrí en mi segunda salida a Pirineos en compañía de amigos que he recuperado recientemente; época heroica que además de escalar largas paredes en nuestro recién descubierto Pirineo, éramos capaces de cargar con comida para quince días amén de cuerda, tienda y material de escalada; qué sé yo lo que debían de pesar nuestros macutos. Los tiempos en que cada valle, cada montaña, eran un maravilloso descubrimiento. Tanta borrachera de montaña que era lo que nuestros cuerpos, sedientos entonces de aventuras, pedían para nuestras reducidas vacaciones.

Es mediodía, llegué antes de lo pensado a Panticosa. Dejo hoy mis notas aquí en previsión de pierda cobertura en los días próximos.


1 comentario:

luisBasGz dijo...

luisBasGz dijo...

¿Estan contentos los girasoles?
Estancontentos parecen flores
y se sonrien con el calor
que generoso les da el sol.

24 de julio de 2013 11:52


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