La tendera me toma el pelo





La Ribera de Boldís, 19 de agosto 

Se lo veo en la cara a la tendera, está calculando cuanto puede sacar a este caminante disfrazado de cazador de elefantes. No hay un solo precio en toda la tienda. Cuando tiene todas mis cosas sobre el mostrador hace sus cuentas, pero se ve que le parece excesivo, el cuentaeuros marca 18,90. Hace el paripé de ir hacia el final de la tienda a por algo. Cuando vuelve otra vez a la caja registradora farfulla que no es ese precio, pero no da ninguna explicación. Vuelve a empezar y ahora le salen catorce euros y pico. El ticket ha salido de la maquinita pero lo ha metido discretamente en un cajón. Se lo pido pero se hace la sorda. Me está empezando a dar lástima. A la tercera me entrega el ticket. Pago, cojo la bolsa y me marcho, cruzo la calle y, a la sombra de un tilo, repaso los precios, el jamón, uno corrientito a 28 euros el kilo, el queso, también un queso corriente y normal, a 29. Me doy la vuelta y entro de nuevo en la tienda. Que la señora que se lo vende le ha puesto ese precio, que ... ¿Y por qué no tiene usted ningún precio puesto en la mercancías? Silencio. En ese momento entra una señora que ha oído la conversación desde fuera, que el jamón veintisiete y treinta también, que ella es de fuera... Y a mí, un tanto aburrido no se me ocurre otra cosa que decirle que yo soy de fuera y de dentro y que además no he nacido ayer. De nuevo silencio. ¿Qué hago, me quedo allí y le monto el pollo por cuatro, seis, siete euros de diferencia? Qué tengan ustedes un buen día, les digo y me marcho a seguir mi camino. Hoy tengo muchas cuestas por delante y el sol va a apretar. Un momento antes había desayunado en un restaurante y me habían cargado en la cuenta dos consumiciones de más. Es que... Es que, decía la dueña. En el puerto de Belate, donde habíamos pasado Ramón y yo la noche en el pasado mes de abril, todo fueron sonrisas y piropos para los caminantes; a la mañana siguiente, yo había marchado temprano, a Ramón le presentaron una factura de doscientos cincuenta euros, veinte euros por lavar uno calzoncillos, dos pares de calcetines y una camisa, Ramón se desquitó de palabra, pero ahí queda la cosa para muestrario de esta antología de la codicia. 


Y me marcho cuesta arriba y la verdad es que pese a lo sabido de la cosa, tan aburrida, me fastidia; me jode que en el mundo haya gente así y para alejar esta historia de la cabeza saco el ipod y me sumerjo en mi novela. Sostiene Pereira, un periodista entrado en años que dirige la sección cultural de un periódico de Lisboa, que es ajeno la política, viudo y que aspira a vivir con cierta tranquilidad, un día, de buenas a primeras presta ayuda a alguien; después ese alguien se mete en líos y él incomprensiblemente no deja de ayudarle, así hasta el punto en que él mismo se ve implicado en los hechos políticos del momento. Él no parece en ningún momento decidir nada, inconsciente toma decisiones de las que tampoco se arrepiente. A última hora una estratagema le posibilita saltar la censura y publica un artículo incendiario contra los apaños y los crímenes de la policía de Salazar. Cuando ve la luz el periódico él está volando rumbo a París.




Quizás nos salva de la quema de nuestro estar calentito en casa sin comprometernos en nada ese ser interior que frecuentemente aparece en las novelas de Joseph Conrad o que En el viaje al centro de la noche de Celine aparece como algo imperturbable y real en el fondo del corazón de la persona más depravada. A lo mejor tenía razón Jean Jacques Rousseau y en el fondo, en algunos muy en el fondo, todos somos buenos. 

Pudor, codicia, amor, envidia, odio, en fin toda la panoplia del comportamiento humano; todos temas que podían ser inagotables, tanto como nombrar a los humanos y tratar de establecer sus características, sus loables intenciones, su mezquindad. Tratar de saber por qué hay guerras y demás calamidades de la vida y de la historia, acaso se podría reducir a estudiar al ser humano individual y concreto, dado que en él  parecen darse en gestación todos lo otros males que sufre la humanidad desde el principio de los tiempos. ¿No son de alguna forma nuestra codicia, pequeña o grande, nuestro egoísmo, todos nuestros delicados y contradictorios deseos, el germen de las grandes calamidades de la humanidad? Toda la sinrazón individual ¿no es acaso la expresión de aquella otra colectiva? Bajo estas líneas el cuadro de Goya quizás añada algo al discurso. 




De ahí, decimos todos, la importancia de la educación desde la infancia; pero, ay, el mundo adulto pretende enseñar a los pequeños infantes lo que ellos no practican, queremos que sean generosos, solidarios, justos e hipócritamente el personal hace lo contrario, en la sociedad no es precisamente la justicia y la solidaridad, por ejemplo, lo que se practica, más bien son minoría los que lo hacen. 

La codicia. Desde el momento en que la ley de la oferta y la demanda se constituye en reina y señora del mercado, desde el momento en que las cosas no cuestan el valor de las materias primas más el factor añadido del trabajo y un beneficio acorde a justicia, una gran marranería se está interponiendo entre el productor y el consumidor; de ahí en adelante es dejar manga ancha para que todos los usureros metan mano en el sistema para lucrarse lo más que puedan. El sistema incentiva la codicia, la mima, la convierte en la herramienta esencial de las relaciones económicas. La democracia bendice con su hisopo a todos lo aspirantes a la usura. Además, si se da la situación de que usted es accionista de Inditex , Telefónica o Repsol, naturalmente su preocupación por la forma en que estas empresas obtengan sus beneficios no le afectará, su responsabilidad individual quedará diluida en la colectividad anónima de la empresa, a usted sólo le tocará esperar que las acciones estén lo más altas posibles y a que los dividendos le den para comprarse cualquier lujosa chuchería. 



Y he dejado atrás el valle y como el trazado del GR–11, una vez más no me gusta, ahora mi sendero corre por lo alto de la ladera sur del valle de Lladorre justo frente al macizo del Certascan, 
Y hace calor y de vez en cuando sumerjo mi cabeza en algún arroyo: agua que nos das vida. ¿Cómo no sentir ese agradecimiento cuando uno está sediento de ese agua que viene a nosotros cantarina, alegre, extendiendo sus generosos brazos por cada chorrera que cruza el camino? 

Y paso junto a una enorme seta y me acuerdo de mis enanitos y pienso en regalarles una seta–vivienda. No es la bella amanita mustarida, pero mis enanitos no son exigentes, así que lo mismo les puedo regalar una para cuando se tomen vacaciones de mí, ya que como es ley natural de vida que nos cansemos unos de otro si estamos en demasía juntos, como les pasa a mis enanitos conmigo, qué mejor que adelantarme a lo acontecimientos. Y eso porque tengo entendido que lo enanitos normales de los bosques viven en grandes setas rojas con manchas blancas. 



Por cierto que el otro día mis enanitos, aparecieron vistiendo una provocativa h delante en el Twitter para vergüenza de este caminante iletrado a quien una h de más o de menos le importa un pito, pero que referido a mis enanitos queridos me jode. 




Llegué cerca de las cuatro a un lugar hermoso con un riachuelo que zigzaguea por el prado y una cabaña de piedra que preside el lugar. El sitio recibe el nombre de La Ribera de Boldís. En el dintel de la cabaña aparece un grafitti con pinta de pertenecer al paleolítico tardío :) ; le voy a mandar una fotografía a mi hijo Guille que últimamente a punto está de volverse famoso, quién lo diría siendo tanto o más tímido que el padre, con entrevistas en prensa, radio y televisión a raíz de unos safaris urbanos que organiza y cuyo eje central son visitas guiadas por la ciudad de Madrid, siempre a la caza, para eso se trata de un safari, de las producciones de los grafitteros de la ciudad. Podéis ver cosas sobre el tema en este vínculo: Escrito en la pared. El que le mande una copia a Guille no es gratuito, quizás así algún día se pone las pilas y organiza un safari grafittero por el Pirineo, la única manera de que un chico con un importante historial de bravas ascensiones en el Pirineo se anime a volver al visitarlo.







2 comentarios:

LuisBas. dijo...

Si señor, este pais marcha a la ruina, Como es posible que la gente ande intentando sisarte unas perrilas. Pues ayer pare el coche delante de la panaderia del Pepe, aqui en mi pueblo. Le dije a mi hija que cruzara a por una barrita y le pidio al Pepe el encargo, le pregunto ¿es un €? y le dijo, si,,,.Mas cuando el pepe vio que venia para mi coche (a mi me conoce de todos los dias), llamo y le dijo "Oye chica , ven que te has dejado la vuelta", sin palabras. Si la gente normal anda asi, como nos extrañamos de lo que hacen los que manejan pasta a mogollon.Mejor no calentarse la azotea, tu sigue y cuentanos tus aventuras, Fuerte abrazo.

Alberto de la Madrid dijo...

Sí, mejor ni calentarse la cabeza. Tienes razón.