El pausado caminar de la madurez

 

Cercanías del refugio Tannalp, 5 de julio de 2017

Da gusto ver subir a mi cuerpo de mañana temprano. Lo miro, lo siento, lo escucho y noto un gozo especial en la compañía de este amigo de toda la vida al que ya empiezan a dolerle las piernas y a moverse con el paso precavido de quien no puede confiar del todo en él porque su pisada ha perdido la solidez de otras épocas. Pero aún así le quiero, este buen amigo que a tantos sitios me ha llevado con la sola ayuda de las piernas, el amigo con quien subí tantas cumbres de varios continentes y que hoy, mermado, pero dispuesto todavía a dar la batalla, cuando lo miro mientras asciendo los mil quinientos metros de desnivel que me separan del paso Planplatten, me llena de orgullo. El pausado caminar de la madurez, las piernas cada vez más en forma después de la puesta a punto de los primeros días de esta travesía, el peso bien repartido sobre la espalda, el coordinado movimiento de los bastones, la hora temprana en que el sol todavía apenas ha iluminado las altas cumbres, todo parece esta mañana dispuesto para que a pesar del desnivel por delante pueda disfrutar observando los músculos de las piernas y lo brazos, esos movimientos de los que tantas veces no somos conscientes pero que, como si de un asunto de ballet se tratara, esta mañana observo con gusto su armonía; de parecida manera a como se contempla un cuadro, sus colores, su composición, los músculos son hoy esa armonía que a veces tienen las pequeñas cosas de la vida cotidiana. Un día cualquiera te paras y te dedicas a observarte, tus movimiento, tus músculos, tu forma de mirar o sonreír y descubres una nueva belleza que antes te había pasado desapercibida. Así hoy mientras ascendía por los bosques de abetos, saltaba algún arroyo o inclinaba la espalda para ajustar la mochila a mi cintura.

A mi espalda, como siempre, las montañas y el valle que había descendido el día anterior, se ofrecieron a la vista en toda su amplitud. Mientras tanto al sur aparecían nuevas montañas, neveros, algunos glaciares colgados de las laderas.


 El día estaba destinado a ser muy especial debido al trazado excepcional del itinerario. Como siempre la cercanía de un nuevo collado encierra  una incógnita. ¿Será un paisaje corriente lo que venga, acaso algo anodino, surgirán grandes y hermosas montañas tras el último repecho? No llevo información de lo que tengo por delante, desconozco la zona, por tanto el hecho de asomar la cabeza por el collado siempre es un acto imprevisto que te puede, como hoy, producir un gran regocijo. De repente me encontré delante un abanico de ciento ochenta grados de grandes montañas. El arco, que tenía su extremo por el oeste en el Eiger y el Monch, cruzaba el horizonte por el sur, describía una gran curva de cumbres y glaciares hasta desvanecerse parcialmente en las cercanías del Jochpass, mi punto de destino y tránsito para mañana.


El collado Planplatten no era en realidad tal, tan solo se trataba de una propuesta para una larga cresta herbosa bastante espectacular desde la que, como si de un patio de butacas se tratara, se contempla el espectáculo de los dos valles que se desplomaban a derecha e izquierda. A caballo de aquella loma camina el sendero por dos o tres horas hasta caer sobre un lago sobre el que había empezado a reflejarse la tormenta que se aproximaba.

Caminar por aquella cresta era una situación excepcional. A mitad de camino encontré un pequeño arroyo y paré a comer. También me di el gustazo de sestear un rato, aunque tuve que recurrir al mosquitero para que las moscas me dejaran en paz. Después de los días de lluvia anteriores volvía a ser un placer tumbarse al sol como los lagartos. Llevaba comida para día y medio así que sólo tenía que atender a los caprichos que a mi cuerpo se le antojaran, un prado soleado para comer, un balcón en algún lugar bonito para terminar el día, incluso un buen rato vagueando junto al lago de los reflejos bonito, pese a que a la tormenta se la veía venir.


Sobrepasé el refugio Tannalp y un grupo de casas de ganaderos donde pacían algunas docenas de vacas y enfilé por un sendero a la busca del esperado balcón para mi vivac. En el sendero, válgame Dios, uno no muy ancho que cruzaba una pendiente de hierba bastante pronunciada, me tropecé con un señora vaca enorme con unas ubres tan grandes que rozaban el suelo. Campechana y como quien está en su casa la señora meneaba el culo de una parte a otra del sendero y me miraba de reojo como diciendo, la jodimos, ahora a ver cómo me las apaño yo para que éste que viene detrás me deje en paz. La vaca, al ver que yo apretaba el paso y me acercaba a sus cuartos traseros apretó la marcha. No sé cuanto pesa un vaca, pero a mi aquella me pareció que pesaba más de una tonelada. Una tonelada de carne meneando su cuerpo de un lado para otro sin posibilidad de pasarla por ningún lado. Después de diez minutos empecé a preocuparme, ni soñando salirme del camino, aquello estaba de patas; de seguir la cosa así la vaca se podía venir conmigo hasta el mar Adriático. Y, bueno, que un perro se venga contigo, pues bueno, puede ser, pero tener a una vaca por compañera de aventuras no me alentaba absolutamente nada. Eso del yo o tú con alguna vaca en un lugar donde fuera del camino es imposible moverse es una historia de la que tengo experiencia. En el Pirineo temí por la vida de una vaca en una ocasión en que nos disputamos el sendero. Ella optó por salirse del camino, pero fue una decisión que le llevó tiempo tomar porque también a ella aquello le daba vértigo. Hoy hubo más suerte, en una vuelta del camino éste se ensanchó y pude dar un pequeña carrera para sobrepasarla. Nada más pasarla salió pitando sendero arriba preocupada, seguro, por haberse alejado demasiado de sus compañeras.

     
Encontré mi nido de águila para pasar la tarde un poco más abajo. Allí pararía a montar la tienda y a contemplar la tormenta que ya descargaba sobre el macizo que había dejado atrás. 
















3 comentarios:

Montserrat de la Madrid dijo...

Qué maravillas ,por aquí también llueve

Paci dijo...

Que magnífica descripción de la madurez del cuerpo, comparto y siento lo mismo.

Alberto de la Madrid dijo...

Ando retrasado, mi correo me llega con dos días de retraso. Lleva dos días lloviendo y hoy perdí el doble techo de la tienda por el camino. Muy divertido... Menos mal que el cuerpo funciona... Esa madurez tan querida.
Y me ha dicho Victoria del diluvio, Montse. Besos.