Estos caminos me matan



A media hora sobre el refugio d’Ascu Stagnu


Terminar una jornada muy dura y ponerte a escribir al final de la tarde es algo que he hecho con frecuencia aunque no lo entiendo muy bien. Sería el caso si me pagaran por caminar o por mandar estas líneas a un medio. Pero como no se da el caso ahí queda el interrogante. Se entendería si tuviera ganas, pero no es así.

Estos “caminos”, sí, con comillas porque de camino no tienen prácticamente nada, me matan. Bueno, los caminos y el peso. En los Alpes, agua cargaba un poco y sólo algunas veces cuando estaba seguro de no encontrarla por el camino; aquí cargo con dos litros y medio de agua y con comida al menos para una jornada, más una reserva de frutos secos, pasas y barritas además de la impedimenta completa que usaba en los Alpes. Digo que el peso me mata, pero también el calor. Debe de haber como resultado de todas esas cosas algo que me deja baldado, porque obviamente después de todo el verano caminando mi forma física debería de ser muy buena, a no ser que a mi cuerpo le estén empezando a tocarle las pelotas con eso de tenerle a mi servicio pateando el continente sin darle apenas tregua para tumbarse un día a la bartola. De momento el tío no dice ni mu, aguanta pero de muy mala gana. Le miro por el rabillo del ojo y se le ve en la jeta. Estoy haciendo una larga subida de de pies y mano a un collado y le veo cómo me empuja para que lo tire en la primera sombra que pasamos y le deje allí hasta la tarde. De hecho nada más pisar el último collado no me dio tiempo a cogerle del cuello y detenerle, se tiró de inmediato bajo las raquíticas hojas de un arbusto y allí se quedó con la cabeza sobre una piedra, despatarrado, totalmente descontrolado, como si me dijera, tú haz lo que te de la gana, pero lo que es el menda no se mueve de aquí ni por pienso. No pude levantarle, imposible. Allí quedó y quedé yo a su voluntad. Comprendiendo que no había otra cosa que hacer lo hidraté, le di un poco chocolate con unas pastas que le gustan antes de que se me durmiera y algo se espabiló, así que decidí darle de comer en serio antes de que me pidiera echarse una siesta, lo cual él y yo dadas las circunstancias de calor y cansancio íbamos a agradecer. Nos despertó un grupo de alemanes que hablaban a voces. Tuve que buscar los tapones de cera para seguir durmiendo. Primero aplasté unas cuantas hormigas que correteaban por donde no debían. Habría transcurrido hora y media o así y me estaba desperezando cuando oí hablar en español. Eran dos catalanes de Barcelona que llevaban diez días de camino. Habían comenzado el GR-20 por el sur. Para la hora que era tenían un montón de energía en el cuerpo. Me fijé en sus macutos, eran bastante más pequeños que el mío. Sí, creo que en esta travesía soy el hombre del macuto enorme. Yo, que hago el macuto de mis caminatas controlando cada cosa con un peso digital y analizando minuciosamente cada elemento que entra en el recinto sagrado de mi macuto. Sí, allí que solamente entraba lo estrictamente imprescindible, resulta que últimamente se cuela en él de todo, detergente líquido para lavar la ropa, crema de afeitar, cuchillas, y si paso por un supermercado ya no te digo…


Vamos a ver. ¿Dónde comencé hoy? Sí, a freír puñetas. Ja, puñetas, un recuerdo simpático. Acababa yo de estrenar mi puesto de trabajo como maestro en octavo de EGB en Griñón, cuando en clase alguno me hartó y sin más se me escapó un vete a hacer puñetas. De inmediato me di cuenta de que había metido la pata, un vete a hacer puñetas como carta de presentación de un maestro en un pueblo como Griñón no era algo muy recomendable. Intenté echar arena sobre el asunto, no sin un buena dosis de ironía, explicando a los alumnos lo que eran las puñetas, no fueran a creerse que se trataba de algo obsceno, sí, me dirigí a uno que me miraba con los ojos de par en par, y le aclaré que eran esas cosas blancas hechas de puntilla que llevan los jueces en las mangas de su atuendo oficial. Sí, hoy vengo de más allá del Quinto Pino, esa es la impresión que tengo. Leí en algún sitio que este GR es el más difícil y costoso de todos los de Europa. Bueno, yo no he hecho todos para saber si es cierto, pero sí unos cuantos y desde luego es el recorrido de larga distancia más empeñativo y duro que conozco.


Puse el despertador media hora más tarde porque no era cosa de caminar de noche por un sendero algo comprometido. Es curioso comprobar cómo se las apañaron los que diseñaron este recorrido para trazarlo tan por lo alto durante tantas horas. Hoy siempre veía los valles allá abajo como intransitables. Si aquí pasa algo no sales por otro lado que no sea por alguno de lo extremos de este alto sendero, eso o por el aire, como lo pájaros.

A una hora de camino ya me encontré en la Bocca di L’Innominata con una pareja de madrugadores que todavía llevaban el frontal en la frente. ¿Dónde has dormido?, me preguntó ella; y, cuando le señalé con el dedo el lugar de mi vivac, allá enfrente en mitad de lo que parecía un sitio imposible por donde pasar, casi se me encogió el estómago. Impresiona este paisaje tan agreste de rocas, montañas que no son las típicas con grandes paredes bien perfiladas. Grandes paredes no las hay, es una caótica inmensidad de rocas dónde lo que llama la atención es decidir por donde coño vas a atravesar ese laberinto que tienes delante.


Desde la Bocca di L’Innominata, un larguísimo descenso termina en el refugio Carozzu donde tengo que hacer juegos malabares para que un antipático jovencito me venda algo de comida y una coca-cola.

No conozco la zona y en consecuencia nunca me parece suficiente la comida o el agua que debo llevar. Desde el refugio habrá que cruzar un barranco mediante un puente colgante y después arrear para arriba por un cuestón de mil demonios con muchos pasos habilitados con cadenas sobre extensas llambrías que se precipitan a la izquierda hacia el centro del barranco. Mi mapa indicaba más arriba un lago, el Lac de la Muvrella, pero o se había secado o yo estaba tan cansado que fui incapaz de verlo. Siguió un collado, una larga travesía y a continuación la Bocca di Stagnu, donde mi cuerpo salió pitando y se metió bajo un arbusto y donde ambos sesteamos ricamente.

Media hora de descenso me dejó en unas pequeñas plataformas y, pese a las prohibiciones, allí vivaqueamos. Más abajo, a media hora de camino se veían algunas construcciones de la estación de esquí de Asco y el refugio d’Ascu Stagnu.







2 comentarios:

Paci dijo...

Sufro contigo el GR 20, y a veces pienso si algún día me pierdo que no me busquen allí. Uno ha de saber elegir sus enemigos y este no es el mío. Bueno amigo cuando acabes el GR 20 de Corcega supongo que continuarás por Cerdeña.

Alberto de la Madrid dijo...

Jajaja... Ya empiezas a conocerme.