Junto al río, a
dos horas de Conca, 7 de septiembre de 2017
Se acerca la
despedida de este vagabundaje en que estoy metido desde la mitad del mes de
junio. Estoy acampado a dos o tres horas de Conca, el final del GR-20 y el
final también de mi periplo veraniego. Desde hace tres meses no veo un
periódico, no sé qué pasa en el mundo; sólo sé de mi familia y los míos. El
otro día un personaje de Iris Murdoch citaba a un filósofo que había dicho: «No
es contrario a la razón que prefiera uno la destrucción del mundo a un rasguño
en un dedo». Quizás haya mucho de razón en esta idea, incluso a veces llego a
pensar que estar inmerso en el mundo de todos los días con la prensa servida
cada mañana tras el desayuno no sólo aclara pocas cosas sino que resta
perspectiva sobre las cuestiones esenciales de la vida. Por el contrario, la
sensibilización que se produce en un prolongado contacto con la naturaleza
respecto a lo que es esencial lo que hace es poner las cosas en su sitio. No
son vanas esas reflexiones a que dan lugar la contemplación de las estrellas,
la observación de la erosión de la montaña o el hecho de someterse uno mismo a
largos esfuerzos o privaciones; más bien constituyen, me parece, la base para
acercarse a la realidad con una perspectiva mucho más cercana a una verdad, si
es que esa palabra puede llegar a tener un sentido.
No sé yo por qué
hace días me empeñé en describir esta parte sur de la cordillera como una
especie de epílogo en que el terreno se iba dulcificando. Quizás miraba hacia
el sur entusiasmado con el mar o pensando en que el terreno se hiciera más fácil.
No, en Córcega va a ser como en el refrán, genio y figura hasta la sepultura.
No, no decae ni mucho menos la fiesta. Desde el col de Bavella, donde paré a
desayunar, el paisaje volvía a ser formidable tanto al norte como al sur.
Grandes y escarpadas paredes de granito se erguían bajo el apacible sol de la
mañana.
Estaba yo tan
tranquilo concentrado en la subida hacia al refugio Paliri cuando escuché un
bonjour a mi lado de una moza que iba acompañada de su chico y que me
adelantaba a buen paso. Devolví el saludo pero enseguida mi atención quedó
polarizada por su culo bamboleante. Uno a la derecha, dos a la izquierda, uno a
la derecha, dos a la izquierda. Era un culo gordito que se movía juguetón como siguiendo
el ritmo de un tema de moda que encantara a la poseedora del trasero. Al
protagonista de la novela de Milan Kundera, La
fiesta de la insignificancia, que comencé por la mañana, lo que le gustaba
a rabiar eran los ombligos; los culos se encontraban en el segundo lugar de sus
preferencias. Para gustos ya se sabe que no hay nada escrito, Woody Allen, por
ejemplo, considera que el cerebro es la segunda parte más importante del
cuerpo. Pues bien, el caso es que un servidor, que en algunas ocasiones ya se
siente un rarito por ir a la contra de algunos usos corrientes, este mañana se
le ocurrió que acaso tenía que hacer examen de conciencia no fuera a ser que un
exceso de rareza fuera a menoscabar el aprecio que tengo por mí mismo. Además,
el día anterior, y para más inri, me había encontrado en Facebook que alguien
había compartido uno de mis post añadiendo una nota un tanto elogiosa a la que
a continuación, el amigo Laureano Esteras, acaso para ilustrar al personal
sobre mi persona, había incluido un comentario en el que me calificaba de no
muy sociable y de vida que puede ser discutible, aunque eso sí, me concedía la
gracia de ser buena persona. Vamos que entre mi afición por la cerveza, mi
devota veneración por los culos bonitos y ahora mi supuesta falta de
sociabilidad atribuida por el antiguo fumador en pipa Laure lo mismo desembarco
en Barcelona dentro de unos días y me encuentro hasta la guardia civil
esperando para meterme en chirona.
De todos modos la
confusión del amigo Laure entre el concepto sociabilidad, timidez o la
disposición a considerar la soledad como un apreciado bien quizás mereciera
algunas consideraciones más. Si buscáramos alguna correlación entre el mundo
animal y el de los humanos, en este sentido sería fácil ver que no todos los
bichos tienen los mismos hábitos. Los gatos, por ejemplo, son solitarios, en
general cada uno va a su bola, sin embargo las ovejas son de otro cariz, son
animales gregarios. Así unos nos podemos parecer a los gatos, otros a lo lobos,
algunos a las ovejas, y así sucesivamente. El Señor con
su sapiencia sabrá por qué hizo las cosas así y no de otra manera. Y eso en
relación a la sociabilidad o al gregarismo, porque respecto al gusto por la
cerveza o los culos ya es otro cantar. Para la explicación de lo segundo una
antropóloga de la que ahora no recuerdo el nombre, daba la explicación de que la
afición de los sapiens machos por los traseros de las sapiens hembras venía de
cuando bajamos de los árboles y empezamos a caminar primero a cuatro patas, lo
que evidentemente hacía que esa parte de las hembras sapiens fuera un continuo
escaparate de incitación.
Bueno, pues el
protagonista de la novela de Kundera, leer una novela es con frecuencia una
maravillosa herramienta de conocimiento, que es un hombre polifacético, cita a
Hegel y dice que éste, en su reflexión sobre lo cómico, afirma que el verdadero
humor es impensable sin el infinito buen humor. “No la burla, no la sátira, no
el sarcasmo. Sólo desde lo alto del infinito buen humor puedes observar debajo
de ti la eterna estupidez de los hombres, y reírte de ella”. Reírnos de
nosotros mismos y de sus aledaños es siempre un deporte muy saludable.
Después del
refugio Paliri el mundo que se abre hacia el sur, y que yo había imaginado una
larga cuesta abajo hasta Conca, el final del GR, es un complejo laberinto donde
no se disciernen en absoluto uno o dos valles. Ya me había llamado la atención
la indicación en el refugio, donde un letrero apuntaba que el trayecto llevaba
cinco horas. De todos modos el camino no es muy accidentado y se agradece que
todo lo que queda por caminar, después de dos semanas habiéndoselas con estas
sorprendentes y bellas montañas, es una larga cuesta abajo.
Pensé ir hasta
Conca y hacer noche en un hotel o gite d’etape para ponerme al día, lavar la
ropa y darme una larga ducha, pero a dos horas del final me encontré con un
riachuelo y un gran remanso de agua. No lo pensé dos veces. Era pronto, así que
hice la colada, puse la ropa al sol y mientras se secaba me bañé y afeité.
Mañana bajaré
hasta el sur de Córcega para tomar un ferry que me lleve a Cerdeña. Desde
Cerdeña tomaré un barco que hace el servido entre Puerto Torres y Barcelona. De
momento, aventura concluida.
6 comentarios:
Gracias Alberto por tu labor pedagogica, nunca imaginé el laberinto de montañas escarpadas que tiene esta isla.
Ahora toca esperar a tu proxima locura, vendita sea.
Un abrazo
Gracias, Pepe. No vemos.
Pedazo de viaje te has mandado. Excelentes fotos y muy buenos posts.
Enhorabuena y gracias por tu generosidad de enseñarnos tanto.
Un beso
La vuelta a Itaca, encontrarás, como Ulises, un país ocupado por ladrones y fanaticos del poder, y ruido y más ruido que ensordecen cualquier astibo de raciocinio. ¡ huye Alberto ! Huye y no vuelvas, las montañas son mucho más gratificante que el desierto intelectual en que han convertido este país.
Gracias, Marga. Un beso.
Jo, estás pesimista, ¿eh? ¿Sabes? Ni un vez he abierto el periódico en este trimestre.. Me da temblaera pensar en verlo, algo que al final tendrá que pasar aunque no me guste. Penélope y l familia esperan. Mi nieto de un año también, el porquero, perdón, el cabrero. Veremos, pero presiento que va a ser difícil blindarse. Un abrazo
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