El otoño en Ordesa. La fugacidad del presente.



Cercanías de Biescas, 23 de octubre de 2017 

Estaba haciendo una toma de un haya contra la corriente del río. Colocaba el trípode, medía la luz, ajustaba el disparador automático, observaba la corriente del río y, cuando fui a disparar, se me ocurrió que una vez hubiera comprobado el resultado recogería el trípode y la cámara y continuaría caminando hasta la cascada próxima para repetir una secuencia similar. Pensé que acaso podría prolongar la fugacidad del presente y hacer algo para que mi paseo por Ordesa no fuera solo mirar a través del objetivo y llevarme enlatada una nueva imagen otoñal del valle. De hecho, cuando nada más cruzar el puente de la Pradera nos encontramos con el bosque encantado de las hayas y los abedules, el regocijo de estar ante un espectáculo tan extraordinario me obligaba a mirar aquí y allá como niño que entra en un mundo de ensueño. Después de eso ya fue un ejercicio de caza, descubrir un rincón, unas hojas doradas columpiándose en el extremo de una rama, un pie de un robusto tronco cubierto de musgo y tratar de obtener una buena fotografía para mi colección. Y a otra. Muchas veces, porque el valle de Ordesa estaba precioso. 

Pensé que en vez de conservar la fugacidad del presente enlatada en los bytes de una micro SD, si hubiera dejado la cámara en casa lo mismo el placer de la fotografía, que era mucho, se hubiera convertido lisa y llanamente en un placer más perdurable dentro de mí. Es muy difícil estar en dos sitios a la vez y la obsesión por obtener una buena imagen roba esos minutos de contemplación en que la simbiosis del bosque con el paseante convierte el paseo en una fiesta del espíritu. Una imagen de lo que digo la ofrece un aficionado a la pintura que visita en un museo sus cuadros favoritos con una disposición que le obliga a usar los cinco sentidos.

El escueto placer de la contemplación se ve sustituido en parte por el otro placer paralelo de hacer una buena fotografía. En nuestro paseo me tropecé con un fotógrafo solitario que parecía estar viviendo un particular orgasmo frente a una mata “insignificante”. Se encontraba al fondo de una pradera mirando ensimismado a través de su reflex montada en un trípode a ras de suelo. Le pedí permiso para mirar lo que estaba fotografiando. Se trataba de una planta de un palmo de alta cuyas pelusillas del tallo, blanco y filamentoso, brillaban intensamente a contraluz del primer sol de la mañana conformando una atractiva imagen que tenía mucho parecido con una planta petrificada por el hielo que hubiera sido fotografiada contra un fondo de noche. 

Hablar de las excelencias del otoño en Ordesa puede ser tan tópico que mejor ni mencionarlo. Un otoño un poco pasado donde las hayas aparecían semidesnudas, como quien ha liado ya el petate para el invierno y está dispuesto para la hibernación, pero que conservaba intacta la pureza del sus formas, hayas robustas y estiradas como soldados en formación, abedules como llamas sobre el fondo umbrío de los abetos, los verdes bojes de hoja pequeña como diminutas pinceladas en el claroscuro que en un rincón alejado hacía resaltar el refulgente rojo de algún arce aislado, o el ferroso lobulado de las hojas de algún roble centenario. 

De todos modos el atractivo de las cascadas y su entorno de color se lleva el grueso de la atención del visitante. La posibilidad de jugar con el movimiento del agua cayendo tumultuosa desplomada sobre las pozas a los pies de dos grandes hayas todavía vestidas de gala, es también un genuino placer para el fotógrafo. Tres, cuatro, diez tomas. Luego, a la tarde, ya tendremos la oportunidad de elegir entre el centenar de imágenes una docena o dos que sirvan para ilustrar nuestro paseo matinal. 

En las cercanías de Biescas paramos en un estrecho valle a pasar la noche. ¡Estaba saturado de otoño y de fotografía! Mi cuerpo, que no resiste más de dos horas en el museo que más atractivo, se quejaba ya después de superar las cascadas de Soaso. Es curioso cómo la saturación actúa en nuestro cuerpo, se trate de ésta o de cualquier otra actividad. A la vuelta ya en lo hayedos tras las cascadas, le decía a Victoria: oye, ¿no te parece que la luz ha cambiado, que esto no está tan bonito? No llegamos a un acuerdo de si la razón de que no nos entusiasmara tanto estaba en el cambio de luz o en la saturación de nuestros sentidos. Total, que me dije: hoy ni crónica ni fotos, todo aplazado hasta que la saturación ceda; e incliné mi asiento y en unos pocos minutos me quedé frito. Fue después de una hora y media, cuando desperté, que recupere de nuevo mi condición de cronista otoñal. 



















1 comentario:

Montserrat de la Madrid dijo...

Qué maravilla de paisajes otoñales