Madrid
– Múnich, 16 de junio de 2018
Caminando es el título de un
librito de Henry Thoreau donde éste resume la filosofía de una vida dedicada a
la búsqueda de aquellos hechos esenciales capaces de dar una consistencia de
plenitud a la propia existencia. A Thoreau lo leo con mucho gusto desde que
descubrí en Walden la confirmación de
un estilo de vida que habría de marcar la mía propia para siempre: el contacto
con la naturaleza, la constatación de cuáles son los hechos esenciales de la
vida, la austeridad, el amor por las montañas, la afición a esos pequeños
rincones que hemos visitado desde nuestra temprana juventud y que pasan a
formar parte de nuestra propia sustancia... Días atrás un compañero del FB,
Víctor Frutos, comentaba cómo se siente emocionado después de tantos años cada
vez que se asoma al collado de Quebrantaherraduras y se encuentra con el
panorama de la Pedriza
de frente. Un sencillo detalle de cómo tantos de nosotros, que descubrimos la
montaña o la naturaleza en una temprana juventud, hoy, después de décadas,
conservamos esa emoción que sigue alimentando un estilo de vida y una filosofía
que fácilmente nos ha de durar hasta el final de nuestros días.
Después
de Walden creo que leí todo lo que escribió Thoreau. Quizás su pensamiento se
pueda sintetizar en una de sus citas más clásicas: "Fui a los bosques
porque quería vivir deliberadamente sólo para hacer frente a los hechos
esenciales de la vida, y ver si no podía aprender lo que tenía que enseñar, y
no descubrir al morir que no había vivido. No quería vivir lo que no era vida.
Ni quería practicar la renuncia, a menos que fuese necesario. Quería vivir
profundamente y chupar toda la médula de la vida, vivir tan fuerte y espartano
como para prescindir de todo lo que no era vida...".
Para
él caminar debía de ser un ejercicio natural que daba armonía a su persona y le
ponía en comunicación con la esencia de la vida y de la naturaleza. ”Creo,
escribía en Caminando, que no puedo
preservar mi salud y mi espíritu, a menos que pase cuatro horas al día paseando
por el bosque y las colinas lejos de todos los compromisos mundanos”.
Hoy,
de camino a los Alpes, no me es posible imaginar a Thoreau con una abultada
mochila recorriendo los Apalaches o las Montañas Rocosas. No era un montañero a
nuestra usanza; caminaba, disfrutaba de las pequeñas cosas del camino sin
necesidad de plantearse ascender a una cumbre o hacer una larga travesía. El
camino era su cometido, su observatorio, su modo de meditar. Escuchar los
cantos de los pájaros, inclinarse a contemplar de cerca una flor, observar los
colores del otoño, dejar correr los pensamientos…
Existen
muchos modos de ir a la montaña. Ahora, a ocho o diez mil metros sobre el
suelo, mientras veo pasar bajo mis pies esta bella tierra que es España, me
siento inclinado a recuperar con más fuerza ese espíritu con que Thoreau
caminaba, sin rumbo, sin prisas, viendo crecer la hierba, como afirmaba Gaston
Rébuffat en Estrellas y borrascas.
En
estos últimos días leí parte de Mi mundo
vertical, de Jerzy Kukuczka. Seguí el relato de la ascensión al Lhotse y a
la oeste del Everest con el nerviosismo propio del lector que asume el rol del
alpinista identificándose con él en las dificultades y el esfuerzo por
conseguir la cumbre, por descender en medio de la noche hasta el campamento IV.
"No hay respuestas en mi libro, escribe en la introducción Kukuczka, a las
preguntas sobre la obstinación, sobre el sentido de las expediciones a las
altas montañas. Nunca sentí necesidad de encontrar tal definición. Fui a las
montañas y las coroné. Eso es todo”. También Saramago en su Cuaderno de Lanzarote, cuando decide
ascender la Montaña
Blanca , no lejos de su casa, da una explicación similar. Subí
porque estaba ahí, escribe.
Entre
el mundo de Jerzy Kukuczka ascendiendo todos los ocho mil del Himalaya y el de Henry
Thoreau, impertérrito caminante, acaso se podría pensar que hay un abismo pero
presiento que se trata de cosas parecidas. Nuestra necesidad de explicarnos y
buscar razones a nuestros actos son los responsables de que “hagamos
literatura” con estas cosas buscando razones a posteriori cuando el impulso
nació llana y simplemente de un deseo. Y el ejercicio de explicar los deseos
puede resultar un asunto especulativo en que se puede acertar con la verdad o
no. De manera que las explicaciones que da Thoreau pueden ser ciertas o no. La
realidad más plausible es que el hecho corresponde a ese modo de pensar en el
que viendo, como Yavhe en El Génesis, que
algo es bueno, nos dediquemos a continuación a repetirlo y a explorar
situaciones parecidas. Si yo el pasado verano camino durante todo el verano por
la alta montaña y tras finalizar me encuentro muy muy bien pese a los
esfuerzos, la lluvia y todo tipo de dificultades, es lógico que acercándose el
siguiente verano vuelva a plantearme un proyecto similar, dado que en la vida
se trata de eso, de encontrarte bien dentro de tu piel.
De
manera que para acertar en una decisión que me ha de llevar a un proyecto, más
que averiguar las razones que me pueden haber llevado desde la tardía
adolescencia hasta ahora a persistir en esto de escalar o patear la montaña,
bastaría con que cada uno constatase dónde, cómo, en qué actividades, ha
disfrutado más, haciendo qué cosas ha encontrado que su vida era más
interesante e intensa. El estímulo que viene de las experiencias de los otros y
del provecho que ellos han sacado de su manera de vivir la vida, a través de
las lecturas o el conocimiento por el medio que sea, es un contagio por mimesis
que ayuda a experimentarnos y sirve para llegarnos a ese punto en que … y vio
Yavhe que era bueno y entonces al día siguiente se dedicó a crear otra parte
del universo.
A
estas alturas del vuelo, acabamos de abandonar el Cantábrico y dejado Burdeos a
nuestra izquierda, empiezo a comprender que, además de experimentarnos a
nosotros mismos y decidir en consecuencia, lecturas como las Kukuczka, que
busca objetivos en las altas cimas del Himalaya, como las de Thoreau, que
atiende a su salud y a su espíritu caminando un buen número de horas cada día,
vienen a ser el complemento ideal con el que cocinar esa parte de nuestra vida
que nos pide alguna dosis de plenitud. Mi cuerpo, al que la pereza le postra
durante semanas a veces, cuando le sirvo algunas dosis de libros de montaña o
sabrosos platos de lectura de gente como Thoreau, termina siempre rindiéndose a
mi voluntad y pidiéndome que le saque a caminar por valles y montañas. Así que
en ello estoy; hoy me convierto en fiel servidor de ese deseo que nace tanto
del recuerdo del pasado verano como de mi renovada lectura del autor de Walden.
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2 comentarios:
!Que bien, que alegría que té hayas decidido a salir otra vez a la naturaleza! Seguiremos tus pasos por esas montañas de Dios y disfrutaremos con tus comentarios y lecturas. Adiante compañeiro
Gracias, Sergio, un gusto saber que al otro lado de este camino solitario tengo amigos.
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