Ana sólo necesita trabajar cuatro meses al año para vivir



   
Schachenhaus, 2 de julio de 2018 

Knorrhütte – Schachenhaus


Hacía tiempo que no me ocupaba de mis pies, benditos ellos, y ayer tarde les dediqué un buen rato, los limpié, los examiné y después pacientemente, con las tenacillas, los fui dejando como ni salidos de las manos de un buen podólogo. Este verano, no me fuera a pasar como el pasado año que tuve que cortarme en algún momento alguna uña con la navaja, ya venía bien provisto. Si hay una parte importante que merece todos mis cuidados estos son mis pies; benditos ellos, de nuevo. Después, pese a lo dura que había sido la jornada, todavía tuve tiempo de ver una película; le tocó el turno a Conocimiento carnal, de Mike Nichols. Atardecía y el interior de mi tienda era una agradable y cómoda sala de cine. ¡Ah, la de mundos que se pueden vivir en un escaso metro cuadrado de tela! Paré un momento el recorrido por los títulos de crédito. Pensé que los Alpes podrían ser mi casa de los veranos para los años que me quedan de vida; hermosa casa, hermoso hábitat para celebrar los años finales de una existencia entre montañas, bosques, en medio de esta belleza sin parangón en el mundo. Un mundo, una referencia allá lejos, más allá de las colinas. En fin. Ni el título ni el trato del tema de la película eran nada brillantes. Tosco el lenguaje, sin ese halo de delicadeza que requieren los asuntos del amor y el sexo, probablemente concesiones a la taquilla y al nivel medio bajo de un público habituado a tratar estos asuntos en plan barra de bar siempre con una buena dosis de cinismo. De todos modos ahí estaban en bruto algunos de los asuntos principales que surgen entre hombres y mujeres siempre abocados a buscarse unos a otros y a pasar por las situaciones previsibles que todos conocemos. Si controlar los aspectos de la vida personal requiere empeño e ideas claras para hacer de ésta algo deseable, todo se complica cuando en vez de uno nos convertimos en dos. Da pena comprobar cómo los protagonistas de la película van cayendo, una a una, en todas las trampas previsibles: el cansancio y el aburrimiento después de un tiempo de estar juntos, los celos… cuando tras el cortejo “la pieza ha sido apresada” el interés sexual aparece casi esfumado, la vida en común empieza a hacerse difícil. Era más o menos el contenido de la película. Fuera había caído la noche. Me dormí con la sensación de que pudiendo organizar la existencia de una manera más racional y plena tantas veces optamos por conducirla como si ésta fuera un vehículo sin frenos y sin volante.


Me despierta la repentina luz del sol bañando mi tienda un buen rato antes de que suene el despertador. El plan estos días es quedar no muy lejos de un refugio donde pueda desayunar. Hoy a una hora y media. Ahora estoy en el Reitalanger Hütte. Una moza morena de aspecto campechano me va a atender pero en ese momento le viene un gran estornudo y mientras con una mano saca un pañuelo y se lo lleva a la nariz con la otra me hace señas de que me espere. Pasado el momento ambos nos reímos. Me dice en inglés que ya ha pasado la hora del desayuno pero que me puede preparar… y aquí no sé por qué, me sale preguntarla si es española. Jaja, española de Asturias, me contesta. Regenta del refugio, buena cocinera y además escaladora. En sus horas libres se busca en las cercanías un piedro grande y allá se va a marcarse un sexto o séptimo que ahora hacen los treparriscos de nuestra modernidad. Se llama Ana y está encantada con eso de los trabajos temporales porque con lo que gana en cuatro meses tiene para vivir el resto del año, es decir, hacer lo que le dé la gana. Ya lo decía Thoreau en Walden, ¿para que coño trabajar más si con el producto del trabajo de unos meses puedes vivir? A los bosquimanos les sucede lo mismo. Cuanto más avanzada es nuestra civilización más estúpida parece. Si las cosas y bienes que compramos tuvieran en la etiqueta la cantidad de tiempo que vamos a tener que hipotecar, que vamos a dejar de disfrutar, quiero decir, para comprar tal cosa, quizás podríamos ver con más claridad el mal negocio en que nos metemos. A Ana le va muy bien así. También le iba muy bien así a Verónica, la vasca que me encontré este invierno en el Camino de Santiago y que venía caminando desde Roma. Verónica trabajaba también en la hostelería en verano y dedicaba el resto del año a caminar por el mundo, que era lo que le gustaba. Charlamos un rato, pero tenía que hacer unas tortillas y tuvo que marcharse.


El plan de hoy era una larguísima bajada para emprender a su final otra larguísima subida. Un cuestón que te cagas, me dijo Ana. Mil trescientos metros de subida que acaso acortaría si encontraba el pradito acostumbrado para mi tienda. El río, que una hora antes era un chorrito de agua ahora bajaba bravo Como una corriente salvaje (el título de un buen libro de un autor no muy conocido, Henry Roth, que bordó su carrera literaria con una tetralogía excepcional cuyo primer título lleva el nombre de Llámalo sueño). Aguas de color verde turquesa que se precipitaban arrastrando troncos y ramas en su ímpetu de juventud. Mi cuerpo funciona como una seda esta mañana por este sendero de ensueño, tranquilo, hecho para la contemplación. Me pongo el auricular, El mar de las Sirtes (Julien Gracq). El ambiente está raro en aquella parte del mundo, han tenido trescientos años seguidos de paz con el país vecino, paz siempre pendiente de un hilo, y ahora aquella calma chicha parece empezar a picarles a sus habitantes como si fuera un escorpión. La llamada a la acción, es decir a las armas, parece irse inoculando en el alma de sus habitantes sin que estos apenas se den cuenta. Quizás sea que el aburrimiento ha calado muy hondo. No hay señales reales, pero como está en el aire, todo el mundo termina creyendo en la inminencia del conflicto. Quizás aquí la especie tuviera también su palabra y su porqué. Los hombres necesitan romperse la cabeza unos a otros cada ciertos años. En la historia de la Humanidad es una suerte que a uno le haya tocado vivir en tiempo de paz.


Todo pa bajo junto al río, me había parecido a mí tras echar una mirada somera al mapa por la mañana. Ese todo para abajo hacia suponer que llegaría a un prado, a una confluencia de ríos y que entonces el camino emprenderá la subida. No hay nada peor que las películas que uno se monta sobre la realidad, esos convencimiento que no sabemos de donde salen, pero que terminan afirmando nuestro comportamiento posterior como quien va a tiro fijo. El camino es como la vida misma, el mapa está ahí, pero para qué verlo en detalle, minuciosamente… Conclusión: cuando encendí el gps no había ni rastro del acostumbrado track cuyas flechas me guían a través de las montañas. Me había pasado muchos pueblos más allá del mío. No me quedó más remedio que rehacer mi camino unos pocos kilómetros, ahora cuesta arriba.

El porqué unos días ochocientos metros de desnivel te dejan hecho una piltrafa mientras que otros, hoy un millar de metros, más duros, más soleados, con leños a modo de escalones, con largos cables de acero que superan resaltes rocosos impracticables, los subes tan ricamente sin agobios, es un misterio. Es un misterio cómo me veo hoy subir de bien, fuerte, tranquilo como si el cometido para todo el día, subir y subir sin pausa lo fuera a cumplir sin demasiados trabajos. Ojalá fuera siempre así. En fin, ¿caprichos de mi cuerpo, de mis particulares biorritmos?


Llegué cerca de las tres a Schachenhaus, un extraordinario miradero sobre las montañas de los alrededores que se yerguen señoriales e imponentes frente a mí, en este momento asombrado de estar aquí tan entero y dispuesto, en compensación, a dar cuenta de la cerveza de rigor. Ana me había dicho que subiendo un centenar de metros por encima de Schachenhaus iba a encontrar sitio para mi tienda. El lugar era perfecto, una arista herbosa cercana a los dos mil metros que parecía el centro del universo. Las fotos de última hora lo atestiguan. 















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2 comentarios:

Paci dijo...

Como comparto tu blog en mi portal, se de muchas personas que te siguen, las que son conocidas y cercanas (que me ven físicamente), me comentan que tu blog es muy bueno y tus andanzas envidiables, a algunos les gusta tus comentarios sobre los libros que lees y tus divagaciones filosóficas, y a la mayoría les encanta las descripciones sobre la ruta y los paisajes y la totalidad te envidian por hacer lo que haces a tan provecta edad. A mí realmente lo que más me gusta son los dos momentos del día, los estrudel con el café, o la cerveza con los carnedelli, y las horas pasadas en la tienda, leyendo o viendo películas mientras cae la lluvia o gime el viento.
Yo también soy de tienda, no es que desprecie un buen refugio, hotel o lodge..... Pero la tienda es otro mundo. Cuando voy a los Trek en El Himalaya, Andes, Alpes o los Pirineos, cada vez es más frecuente que se sustituyan las tiendas por instalaciones hoteleras, y a mí me entristece, menos mal que todavía quedan montañas que en único refugio es llevar tu tienda. El día 25 me voy al Karankorun, al glaciar del Baltoro y el CB del K2, con vuelta por el Gondogoro La, para ir controlando nuestra ascensión invernal al K2. Ya te contare.

Alberto de la Madrid dijo...

Me vas a tener que pasar la factura de las comisiones por tan oportuna difusión :-). Hoy te contesto tras el capucino y el strudel de así siempre, media hora tranquila mientras decido qué hacer con la tormenta que se anuncia al mediodía. De momento algo use comida je metido en el macuto para el caso de que tenga que recluirme en la tienda para hacer meditación.
Estoy tan a gusto en los Alpes que de momento se me han pasado las ganas de ir a Nepal. Tú recoge impresiones y luego me lo y cuantas al calor de unas y cervezas. Veo que tienes planes amplios. El pasado año atravesé el Eiger por el norte y me quedé con las ganas de asomarme a ese inmenso glaciar que corre por tantos kilómetros hacia el sur desde su base. No será el Baltoro, pero me hace ilusión caminar por lo alrededores del Aletsch, cuando tú estés por el Himalaya.