¡Ah, el placer de la conversación!




Gotarrendura, 1 de abril de 2019

Camino de Levante. Etapa San Bartolomé de Pinares-Ávila.


Hoy con el cambio de hora las cinco de la mañana parecen un instante mucho más profundo en la soledad de las calles de San Bartolomé de Pinares, pueblo perdido en los pliegues del monte que dan acceso a la meseta. Boca de lobo la senda sumergida en la oscuridad más absoluta, de hecho se me hace tan familiar y acogedora como el que transita por el pasillo de su casa a oscuras camino del baño. Las luces de Santa Cruz de Pinares brillan en la oscuridad como si de lejanas constelaciones se tratara iluminando la barriga de las nubes que se arrastran por las laderas del monte. El sonido de mis pasos en la grava, el siseo de un riachuelo cerca y después, más adelante, en la hondonada del valle, ya, el temprano piar de los pájaros. Cuando me acerco a Herradón de Pinares el suave olor de la bosta se tiende en el aire con el mismo derecho que las matas de cantuesos, que desde la oscuridad parecen dar también los buenos días a través de su aroma. De un empinado camino lateral me llega el sonido de un débil jadeo. Me detengo a averiguar qué sea aquello. Es una mujer que empuja fatigosamente una carretilla cargada con dos sacos que parecen pienso. Buenos días, la saludo. Vaya horas de trabajar, le digo. Es una mujer menuda, lleva un grueso anorak y la cabeza cubierta con un viejo pasamontañas. Después de cruzar unas breves palabras vuelve a levantar la carretilla y continúa su camino, se pierde en la oscuridad.


Subiendo hacia el alto del Boquerón, un amanecer turbio y nada apacible, Javier Sádaba sitúa la parte más sustancial de ese espacio que propicia lo que él llama existencia buena, en la vida cotidiana, las pequeñas cosas, las rutinas diarias, los amigos; y añade a la dieta las posibilidades que ofrecen la existencia, la cultura. El panorama a mí me parece un poco descafeinado, leyéndole me viene la sensación de alguien que busca situarse en un ni frío ni caliente en donde las pasiones quedan a un lado para dar paso a un socorrido bienestar sin muchas aspiraciones.


En el alto del Boquerón el sendero da un brusco giro a la derecha y sube hasta alcanzar un altiplano por donde el camino discurrirá por un paisaje salpicado de bloques de granito. Un numeroso grupo de vacas que, hasta este momento pacían absortas en el trabajo de llevar la hierba del monte a su estómago, de repente, al lejano llamado del pastor, salen disparadas, como alma que lleva el diablo, hacia unos corrales que se ven al fondo de la ladera.


Ávila surge en el horizonte tendida sobre la llanura esperando pacientemente a que el peregrino, entretenido ahora  con la cabra adivinadora de maese Pedro a la que don Quijote requiere por el futuro de su peregrinación y sus aventuras, se vaya aproximando a la cita que tiene con Victoria y con el amigo Paco de Hoyos del Espino. Admirado el Caballero, tiempo ha, de la Triste Figura y desde la aventura de los leones, Caballero de los Leones, de la sabiduría del mono, que supo hablarle de sus hazañas pasadas, queriendo saber de su futuro, dice: “Ahora digo —dijo a esta sazón don Quijote— que el que lee mucho y anda mucho ve mucho y sabe mucho. Digo esto porque ¿qué persuasión fuera bastante para persuadirme que hay monos en el mundo que adivinen, como lo he visto ahora por mis propios ojos?” De lo que cual el peregrino, visto que don Quijote habla del leer mucho y del caminar, que es tan propio de su persona como lo fuera la locura connatural con el Señor de los Leones, toma buena nota para volcarlo en su blog y decir que yerra el buen hidalgo en aquello de que del mucho caminar se derive el mucho saber, cosa que se hará harto evidente cuando horas después se asombre de la sabiduría de su amigo Paco que habla y diserta de una ciencia, como es la cata de los vinos, con una profundidad y un conocimiento de dejar boquiabierto a este paleto que todavía no tuvo tiempo de aprender a usar el cuchillo del pescado ni distinguir un Ribera del Duero Valderiz del vino de la casa de un menú del día de 8 euros. Un servidor tiene tan empeñadas las próximas reencarnaciones que esta de saber de vinos no sé si tendrá cabida en la cuarta o la quinta, porque aún degustando con placer un buen vino piensa que otros muchos deseos le llevan la delantera.

Entrando en Ávila los ojos del caminante se fijan en tres jubilados que sentados en un banco público y abrigados hasta las orejas toman el sol con una cara de aburrimiento de padre y señor mío. Apoyadas las manos en la garrota miran al vacío de la mañana como quien estuviera esperando a Godot.


Casualmente el caminante y su chica la hortelana llegaron a la estación de autobuses en el mismo instante, ella descendiendo de los peldaños de un Alsa, yo con las botas llenas del polvo de los caminos. Media hora después, duchado y vestido de persona, que el uniforme de cazaelefantes que uso para el camino se quedó en el hotel, nos encontrábamos con Paco, un encuentro que demoramos por unas razones u otras desde hace un año. Faltaba Teresa, cuyo vuelo desde Estados Unidos se había demorado, y a la que me hubiera gustado saludar, pero bueno, ya nos veríamos con la primavera avanzada.

Paco ya nos tenía reservada mesa en un restaurante de su predilección junto al mejor miradero de Ávila y sus murallas. Con este hombre amante de las montañas, los vinos y el buen yantar es posible hacer de la conversación un arte, cosa a la que contribuía de buena manera mi hortelana y, no seamos inmodestos, un servidor.


La Ávila de Orson Wells con sus murallas, aunque no vestidas hoy, que lucían de azul y algodonosas nubes blancas sobre sus almenas, con la tenebrura que las filmara el director en Campanadas a medianoche, yacían ahí fuera mientras nuestra conversación atravesaba paisajes, montañas, vinos y cielos en donde la contaminación lumínica no estaba presente. ¡Ah, el placer de la conversación!


















2 comentarios:

VALVAREZ dijo...

Campanadas a medianoche es una delicia para mi y creo que es la mejor representación de Falstaff que se ha hecho. Un film que se hizo con mucha imaginación por el bajo presupuesto y con una fotografía poderosa.

Alberto de la Madrid dijo...

Leí alguna vez de ese personaje, Falstaff en Shakespeare, pero no creo que globalmente superara en la obra del dramaturgo la fuerza que le de Orson Wells con su representación en Campanadas a medianoche. Hice un comentario al tuyo hace días, pero hoy compruebo que se lo debió de llevar un golpe de viento de mala cobertura. Un saludo.