De camino a casa



Milán, 11 de agosto de 2019. 


Era temprano cuando desperté. El arroyo sonaba bronco e impetuoso, siempre igual, metido en su paciente monotonía. Me sentía como al final de un larguísimo viaje, los músculos ligeramente doloridos, el cuerpo relajado, el alma satisfecha como alguien que digiere todavía el festín de los días anteriores. Tengo que levantarme y probar si ese autobús, que aparecía en unos descoloridos horarios clavados sobre un poste de madera, y que decía salir poco antes de las ocho, es real o no. Mis ritos de todas las mañanas me llaman, pero se está tan bien dentro de este cuerpo envuelto por la música anónima del arroyo... Abro la cremallera y me asomo por la ventana de la tienda y, delante,  como una gran lanza de fuego, las luces del amanecer iluminan la anónima montaña de ámbar por encima de los abetos todavía en la penumbra. 

He pasado medio día en un puñado de autobuses atravesando puertos y montañas atestadas de visitantes, en domingo estamos, y ahora un tren de alta velocidad me lleva desde Verona a Milano. Mientras tanto he barajado por aquí y por allá qué hacer con mi vida a partir de este momento. Primero mi ánimo me llevó a los Alpes Marítimos al suroeste de Cuneo, una zona que desconozco que atraviesa el sector rojo de la Vía Alpina. Era una ambigua referencia para continuar mi vagabundeo por los Alpes, pero después de echar una ojeada a los itinerarios me volví atrás, no me gustaba aquello. 

Tengo un hijo y un amigo, Quique, que últimamente me han puesto en la tesitura de ordenar alguna de mis ideas al hilo de ciertos whatsapps que he recibido de ellos. Del primero, Mario, que es desordenado a rabiar, pero que en lenguaje críptico expresa un controvertido y profundo mundo interior, siempre me quedó la sensación de una persona a la que en cierto modo admiro por la capacidad que ha tenido siempre de experimentar con la vida. Del segundo, Quique, al que el contacto con los libros y el pensamiento le ha convertido en un sutil analista de la realidad, me gusta su capacidad para ordenar las ideas y ponerles puntos a la íes de alguno de los pensamientos que he vertido en este blog. Tuve un día muy largo, pero al final, tranquilo ya en la habitación de un hotel de Milano, me propongo contestar un whatsapp que este último me envió a raíz de algunas ideas que expresé hace días en un post que titulé Plenitud y felicidad, dos ideas a la gresca.  Estas fueron las líneas de Quique: 

“Alberto, tu texto me recuerda al monólogo final de Blade runner. El replicante que quería ser persona y decide morir antes de conseguirlo elige como hitos en su vida las naves en llamas más allá de Orión y la imagen de los rayos en la puerta de Tannhauser. Justo un instante antes, cuando tiene en su mano la vida del protagonista, dice algo así como: ¿Tienes miedo? La esclavitud es vivir con miedo.

Esa felicidad fofa de la que hablas es totalmente compatible con el miedo, de hecho la imanta y le da un aroma especial: muchos la paladeamos a menudo.  Pero el día que en medio del risco te preguntas ¿Qué muerte más tonta esta de ser partido por un rayo en tus vacaciones escolares? O ¿Quién me manda subir al monte con esta niebla y estar tentando con el pie piedra a piedra para no presentarme con antelación al señor precipicio? O cosas más tontas como subir al campanario de la catedral de Huesca y ¡op! Ataque de vértigo... ¿Quién me mandará?

Estos son los rayos que nos despabilan y nos dicen: mides 1'75, pesas 65 kg pero estás cogiendo peso rápidamente, estás mayor, tienes las piernas como la familia de tu madre, tienes una buena colección de saberes y recuerdos, hay gente que te quiere, pero una vez partido por el rayo o despeñado por el pretil del campanario chimpún y colorín colorado... El universo te ha puesto en tu lugar, un reset de la CPU, tienes unos segundos de virginidad vital.... Luego, a mi, se me pasa rápido y la felicidad fofa me empolla como una gallina a sus huevos en pocos minutos.

Mario, la otra manera en la que te despabila la vida es esa de las lágrimas en los regazos o en la construcción de recuerdos compartidos, pero te dice lo mismo.: pesas 65 kilos...etc, etc, etc y hay alguien que lo sabe y lo valora: sentirse comprendido, el otro reset, el otro despabilarse despacio pero para llegar de nuevo a esa virginidad vital y entonces te sale, así, sin querer: ¡Te quiero!

El pobre replicante de Blade Runner decide morir porque no le queda nadie que le comprenda.

Pues así estamos: un pingajo entre el precipicio y la ternura. Además el viento que te lleva de uno a otro no sabes cuando soplará.

Yo, que soy muy cauto para esto de la vida, me uno a los estoicos: ataraxia, nada de pasarse, comprender que son necesarios el precipicio y la ternura, pero también un ratito de esclavitud en el sofá de la felicidad fofa”. 

Como se habrá visto, el texto, un elogio del comedimiento en donde aquello de San Agustín de la virtud está en el medio tiene su aproximación, se mueve en una dimensión que multitud de veces he expresado yo en este blog de los caminos cuando he asociado cierto grado de plenitud a situaciones en donde a veces no hay más narices que arrostrar situaciones peligrosas que acaso no buscabas y que una vez superadas te hacen sentirte realmente vivo. Lo que indica que ese ¿Quién me mandará… ?, de Quique encierra algo más que un lamento, más, puede llegar a ser una razón de vida, ese riesgo, que en muchos de convierte en un más y más de añadir retos a un punto en que esa demanda de plenitud implícita en superarlos raya con el borde del abismo. 

Hay un libro de un célebre escalador solitario, Alex Huber, que lleva el título de La paura. La tua migliore amica, es decir, El miedo. Tu mejor amigo, que es un canto a la libertad y que pone al comedimiento a tal altura que cualquier persona “normal” tacharía de irremediable locura e irresponsabilidad. Se trata de uno de los mejores escaladores de free solo. Dónde esté la línea en donde cada uno esté dispuesto a asumir un riesgo, eso cada cual lo sabe. Incluso Quique, que a ultranza parece defender esa felicidad fofa, que yo no debí nombrar, acaso  para evitar tomar partido, no se olvida de que bajo la cumbre de ese risco, la felicidad, siempre mariposea la superación del miedo, que “de hecho la imanta y le da un aroma especial”, como poéticamente escribe él. 

Cuando el replicante de Blade runner dice que la esclavitud es vivir con miedo, no recuerdo ahora la secuencia de la película, se olvida de que el miedo como tantos obstáculos que el hombre ha encontrado desde que descendió de los árboles es, como el doloroso parto, un elemento inherente a una vida que superándose a sí misma se perfecciona y fortalece. 

Hoy, para desquitarme de la austeridad culinaria que a veces impone la vida de montaña, ceno en un Fusion Restaurant, que, naturalmente también me recuerda el exquisito gusto gastronómico de Quique y mi hija; otro asunto éste de la gastronomía sobre el que en otro momento podríamos continuar una nueva charla. 


Hoy, mientras mis numerosos autobuses dejaban y cogían a senderistas y turistas en puertos y localidades de Las Dolomitas, miraba fuera y era tal la multitud por todos los lados que a estas alturas ya no me parecían mal las restricciones de todo tipo que cada vez con más ahínco se imponen en montañas y parques naturales. Sólo que junto a todas esas restricciones, que van siendo cada vez más necesarias, pensaba que la única manera de seguir siendo libres consistirá en burlar discretamente las reglas. Ya he llegado a ver en los Alpes Austriacos en algunos lugares cartelitos de “ojo, estamos grabando”, así que atentos y a seguir las indicaciones… Menos mal que para cuando ese tiempo de la vigilancia, y las reglas restrictivas entren en vigor a nivel general, que tendrán que entrar, ya estaré criando gamusinos. Mientras tanto, lo dicho y, por supuesto, que no cunda el ejemplo. 

Para mí tengo que mi relación con la naturaleza, siendo un salvaje, es tal como si ella y yo fuéramos una misma cosa, razón por la cual los poderes políticos lo único que podrán hacer será sancionarme, lo que asumo, pero de ninguna manera impedir que siga durmiendo, por ejemplo, en el monte como lo hacen los zorros o los sarrios.

Es una de las ferratas. Original de Pep Joan Serra



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