Día 7. Niente da fare


Nada que hacer. Me toca poner en marcha la máquina de la tolerancia a la frustración. Para aquellos que gustan de la brevedad, menos es más, menos tiempo que emplear hoy. Había parado un buen rato en el refugio Valasco para soltar todo lo que había acumulado dentro durante la jornada, me había salido un post bonito, largo, algo violento contra los causantes de los males de este mundo, el de ahora y el del pasado, había hablado un rato de la poesía de Nicolás Guillén que hablaba de las bondades de lamer un pene y de ahí me había ido, después de haber cargado en mi app de lectura El impacto de los nuevo, el arte en el siglo XX, de Robert Hughes, a especular si era arte eso de lamer el pene, o el chichi en su defecto; había mandado a la puta mierda a la Unión Europea, a sus dirigentes, por su silencio sobre el genocidio palestino; de paso había hecho lo mismo con todos los imperios, el británico, el español, el alemán en Namibia, el francés en Argelia, especialmente el norteamericano, el peor de todos, el estado criminal por excelencia del planeta; había hecho una poética descripción de mi descenso; había relatado mi larga charla con el gestor del refugio, hecho elogios del personal… y no sé cuántas cosas más. El caso es que todo se fue al carajo. Lo busqué por todos los rincones del teléfono sin dejar ningún rincón sin explorar, pero nada. Y desde luego ni soñando en volver a intentar rehacerlo. Ya me sucedió en alguna otra ocasión.

Así que como me da pena tanta brevedad dejo primero por aquí alguna anotación que me sugirió la finalizacion de  la novela de Carson MacCuller y tras ello cuento el final del día, un bonito encuentro con Tatiana, una joven rusa, y con Martin, un agradabilísimo tertuliano. Una simpática conversación en donde manejamos tres idiomas a la vez echando mano de uno u otro cuando nos atascábamos. 

Leyendo El corazón es un cazador solitario: El olvido permanente que la humanidad tiene del origen de la riqueza de los que tienen la mayor parte de la propiedad de este planeta, ese olvido que se ha instalado en la mente de todos como si fuera lo más natural del mundo que unos pocos lo posean casi todo, es tan ancestral que parece haber pasado al ámbito social como una verdad tan verdad como ese sol que a diario alumbra la tierra. Pocas, pocas veces nos preguntamos por el origen de la propiedad, gran propiedad, la contemplamos ahí con la misma naturalidad con la que contemplamos la lluvia o las estrellas. Contemplamos el mundo hoy, la plutocracia que nos gobierna, ese Pato Donald sin más y todos sus vasallos, los más ricos del país y del orbe, que acudieron a su coronación como emperador del Mundo, contemplamos con qué desprecio tratan a las personas e inmigrantes desde el desprecio del podium al que los han encumbrado los propios curritos de a pie y nos parece, eso, la cosa más normal del mundo. 

La verdad es que me da pena no dar cuenta del día, porque sentí esta mañana bajando de las alturas una tan bonita y leve sensación de felicidad que me hubiera gustado dejar aquí el testimonio como siempre, para este invierno volver a recordar este día frente al fuego de la chimenea. Pero bueno, qué se le va a hacer. 

Llegué al refugio Questa justo cuando se estaba empezando a servir la cena. A mi lado charlaban un hombre y una mujer en un inglés que comprendía bastante bien. Ella se llamaba Tatiana. Cuando me senté a su mesa para dar cuenta de mi cena le pregunté si era española. No, era rusa. Empezamos a hablar y al poco rato comenzaron a interesarse tanto por mis aventuras alpinas, por mi proyecto de ir de mar a mar atravesando los Alpes, por mi forma de vida agitanada y solitaria, tanto, que corte me daba. Pero como seguían preguntando e interesándose por tantos recorridos, por aquí, por Pirineos, por los Caminos de Santiago, pues que apenas me daba tiempo a cenar. Tatiana llevaba nueve días caminando desde el mar, abriéndose paso por donde Dios le daba a entender en cada momento, y como su proyecto lindaba algo con el mío no faltaban preguntas de esto o de lo otro. Martin había vivido un tiempo en Latinoamérica, hacía montaña a escala pequeña y todo esto de dormir en cualquier sitio le llamaba tanto la atención que,  igual, como si mañana mismo quisiera hacer algo parecido. Filosofía de la vida al canto durante un buen rato. Vamos que nos habíamos reunido tres, cada uno de una parte del mundo que dispuestos habríamos estado en prolongar la charla durante toda la noche. Los alrededores del refugio eran un pedregal de grandes bloques y tendría que buscar un lugar para mi tienda, así que me urgió marcharme. Tatiana no quería que me marchara sin hacernos una foto, tampoco yo, así que tomé el macuto le pedí al chico del refugio que nos hiciera la foto y allí fuera en medio de la niebla nos hicimos una foto muy amigable con cada uno de los tres teléfonos. Quedamos en volver a vernos mañana a las siete y media en el desayuno. 


El lugar en donde puse la tienda era realmente como para firmarlo. En la foto se puede ver. Y me voy corriendo a dormir. Son las once menos cuarto y me he propuesto dormir más de nueve horas para dar buen descanso al cuerpo y ello ya no es posible. Buenas noches. 















2 comentarios:

slechuga dijo...

Muy bonita la zona . Sigue disfrutando de esos paisajes que transmiten libertad y tranquilidad, todo un canto a la vida.

Alberto de la Madrid dijo...

De nuevo un abrazo.