Día 17. Amigo, amante, cuánto te quiero



Camino del Col de Barant, 44,76287627°N, 07,07822978°E, 4 de julio de 2025 

Las seis de la mañana. Me duele todo el cuerpo. Me incorporo. Mi desayuno: medio plato de arroz, unas galletas, algo de chocolate. Salgo de la tienda. La entera mole del Monviso está ya iluminada por el sol. Creo que ha llovido parte de la noche. Todo está empapado. Digo creo porque he dormido tan profundamente que ni siquiera una tormenta me habría despertado. Comienzo la jornada subiendo, sólo un poco. Más abajo rodeo el lago Fiorenza y antes de llegar al refugio Plan del Re corto a través para evitarme el rodeo. Estoy tan seguro del camino a seguir como lo están los católicos de la existencia de Dios. Así que tiro palante, palante palante hasta muy arriba que decido mirar el mapa. Lo que me encuentro es la flechita roja del OruxMap navegando en la nada de la pantalla del teléfono. ¡Coño, no me jodas! (la verdad es que el castellano de la calle es la mar de expresivo, que pareciera que cuando uno está en apuros o sorprendido por algo, eso de que te venga a la boca esta evocación tiene su gracia. Me dan ganas de indagar el porqué. Como tengo cobertura lo hago. El fenómeno se llama desemantización pragmática: la palabra pierde su sentido literal (en este caso, genital) y gana fuerza expresiva. El tabú social, el impacto sonoro y la carga emocional se arrebolan en este caso en torno a coño. Aquí surge una curiosidad: el hecho de que sea el genital femenino, y no el masculino, el que se usa más como exclamación en España. Y sí, aquí probablemente tengan razón las feministas, porque en efecto, aunque implantado en el dicho popular, su origen sí parece que sea machista. Aunque hoy sea una palabra sin connotación sexista, sí lo pudo ser en su origen. En inglés se dice fuck, en francés putain, en italiano cazzo (pene). Independientemente del uso sexista del origen de la expresión ¡coño!, lo que sí es evidente es que los sapiens tienen una especial predilección por saltarse a la torera lo prohibido cuando hacemos uso de las interjecciones. A mí me admira cuando veo películas norteamericanas la cantidad de fucks que puedes oír en hora y media, tantas como los cigarros que se fuma Marcello Mastroianni en La dolce vita. Y bueno, ya está bien de paréntesis, que luego el amigo Paco me da la bronca porque me extiendo demasiado en mis crónicas).

Asi que vuelvo al ¡coño!. Y tanto, el track de mi ruta había desaparecido hacía más de una hora de la pantalla del teléfono, la flechita andaba por la inopia. Consternación. Mi ruta estaba a freír monas (me encanta el castellano, primero con el coño y ahora con freír monas. ¿De dónde vendrá esa expresión? Seguro que si me pongo a indagar Paco ya no me vuelve a leer en la vida. La verdad es que me declaro un adicto de ChatGPT. Jamás pensé que hubiera un procedimiento tan práctico para aprender de los asuntos más dispares. Sólo eso, el que quiera saber de donde viene eso de ir a freír monas que se vaya al susodicho). Tan a freír monas estaba mi  ruta que imposible volver a ella. Volver a bajar una hora para volver a subir… de eso nada, antes me doy una vuelta por el Everest. Así funciona mi cerebro. Así que a jalear con el mapa a ver por donde puedo seguir que me lleve al refugio Barbera, mi próximo lugar de aprovisionamiento. Miro por aquí, miro por allá y lo único que encuentro desde mi valle equivocado es un paso de más de 2700 m.!! Pues bueno, respiro hondo y allí que voy, un buen rodeo y después más de 1000 metros de desnivel de bajada. Toda una fiesta. Me cuesta, pero llego arriba. Col d’Amioine, 2.692 metros. En la subida he venido encontrándome con una señales que conozco desde hace años, un SI y las franjas rojiblancas de siempre. Un antiguo conocido del que he hecho algunos tramos en Alpes, en el sur de Italia y en Sicilia. Se trata del Sendero Italia, un camino de más de 7.000 kilómetros que da la vuelta al país atravesando los Alpes y bajando hasta el fondo de la Bota. Un sendero que muchas veces he mirado de reojo. Me lo he he dicho en ocasiones, después de haber dado la vuelta a España caminando no estaría mal hacer lo mismo en Italia, pero me temo que ya no me dan los años de la vida para ello. Sería un bonito proyecto. Subiendo en algún momento me vi embargado por la idea, pero enseguida me acordé de El Chorrillo y de Victoria. ¡Qué pena que la vida sea tan corta! Imaginar un nuevo vagabundaje de tales dimensiones me calentaba el alma. 

En el Col d’Amioine, ni siquiera me acuerdo de despedirme del Monviso, que casi con seguridad no volveré a ver. Prados, grandes cortados y un sendero que atraviesa la ladera izquierda hasta encontrar un angosto valle por donde descolgarse. 

La tienda está puesta desde hace un rato y descanso fuera en un recoleto prado, pero la niebla lentamente ha ido bajando y ahora lo envuelve todo. Mejor me traslado al interior de mi castillo, my home is my castle

Instalado estoy en los aposentos de mi castillo, dispuesto a continuar. En el cono interno de mi tienda, como siempre, revolotean algunas moscas, que por mucho cuidado que pongas siempre alguna entra. Inofensivas; no molestan, se conforman con revolotear por arriba. A mi izquierda, como desde una almena pero protegido por el mosquitero de la puerta, observo este breve paisaje de nieblas envolviendo el bosque. 

Sigo. Me duelen las piernas, el cansancio me rinde. Veo allá abajo el refugio como una tabla de salvación. Ayer no pude hablar con Victoria. Hay cobertura, llamo mientras voy bajando. Llamo varias veces, nada, se corta después de un saludo. Mis piernas, pobres. Que cansado estoy. Pero llego, llego al refugio. Pido un refresco, voy a comer, digo, pero dentro de un rato, estoy muy cansado. Y salgo y me tumbo en un banco y veo pasar las nubes y siento un placer infinito. 

¿La chica del refugio?: ¡Bravisima ragazza!, Andrea me comprende, me resuelve todo, me regala una pequeña cantimplora para la leche de mi desayuno, me prepara un menú alternativo a la consabida polenta o pasta. La amabilidad natural en persona. Es la jefa del lugar ideal. Le acompaña María, una gallega que le ayuda en las tareas del refugio. Charlamos un rato. Hace dos semanas que no hablo una palabra en castellano. Qué majo encontrar gente así en el camino. Esta mañana le decía a Vinches en un guasap que atravesar los Alpes es el mejor modo de socializar que conozco. Gente del entero mundo, una rusa, una mongola, italianos, franceses, alemanes, suizos. Existe una espontaneidad en el camino que son las puertas abiertas para entablar conversación en cualquier momento. 

La lluvia, como es habitual en estos últimos días, amenaza sobre las cuatro. Así que a las tres, provisto de cena y desayuno, me despido de María y Andrea y me pongo de nuevo en camino con la intención de buscar un lugar antes de que comience a llover. Esta magnífica máquina que es nuestro cuerpo, llegar agitado al refugio y una hora y media más tarde encontrarle de nuevo dispuesto a hacer millas. ¡Cuánto quiero a mi cuerpo! Bendito él que me lleva, aunque sea a trancas y barrancas a veces, allá donde las locuras del vagabundo le pone un destino. Tontos de remate (o acaso interesados engañabobos) esos doctrinarios que inventaron la resurrección de los muertos. ¿Cómo vivir la eternidad atontolinao en el céfiro celestial sin este compañero amantísimo que me ha acompañado de por vida, me ha surtido de placeres inmensos, me ha proporcionado ratos de plenitud tan exquisitos. Amigo, compañero del alma, amante…cuánto te quiero. 










2 comentarios:

Paco dijo...

Las disgregaciones en tus diarios son necesarias, e ilustrativas.
Sigue publicando en tu línea, que no por eso te voy a dejar de leer.
Acabo de ver que nuestro amigo Carlos a los 86 tacos, vuelve hacer la norte del Torreón, de primero de cuerda, vía que abrió el mismo hace mil años. Recuerdo que cuando hice esta vía con 20 años las pase putas. Honor y Gloria a Carlos, nos mantiene vivos y con ganas de pasar de la edad.
Cuando hablas de bajar 1000 m, mis rodillas se quejan solo de pensarlo.

Alberto de la Madrid dijo...

Es claro que podemos mucho más de lo que pensamos.
No sólo Carlos, yo mismo que me veo subiendo tantos desniveles después de aquellos primeros días..