Un redomado pelma



El Chorrillo, 7 de abril

Hoy nos hemos reído mucho mi chica y yo en la tertulia tras el café después de la comida, le contaba cómo la noche anterior mientras las luces del día se desvanecían allá por las montañas de Gredos, había tenido, junto a otras cosas, el presentimiento de que estaba empezando a cansarme formalmente de mí mismo, y cómo dando un giro de tuerca a algunas cuestiones que me entretienen últimamente había descubierto que era un redomado pelma y lo que me llevaba a considerar que ya estaba bien, que podía por algunos días cambiarme por otro, y ya puestos acaso podría intentar mirar con otros ojos a mi alrededor y así, cuando rememoraba nuestro último viaje desde China atravesando por el Karakorum, ella misma asentía recordándome aquellas inmensas palizas de viajar en la caja de un Toyota en las estribaciones del Nanga Parbat camino de Skardú estando siempre en un plisplás de caer por alguno de aquellos precipicios en infernales pistas donde no pocas veces el culo del vehículo hacía cabriolas sobre el vacío. Y entonces recordaba mi propio entrevisto proyecto de viajar por Cachemira y otra vez a volver a empezar, la tortura de los caminos, los puestos militares de control, toda esa tanda de monjes vestidos de naranja, siempre una legión con el platillo dorado de la limosna en la mano y su aire de estar en otro mundo; uno y otro valle siempre lo mismo, grandioso, pero lo mismo.
¡Qué ganas!, ¿no? Y entonces seguía con la broma y le comentaba que si yo fuera Carlos Soria lo mismo me daba un soponcio de aburrimiento de repente; mira que tener que largarse otra vez al Himalaya a subir a no sé donde, a trajinar con la gente del BBV, a tener que decir siempre lo mismo a uno u otro periodista en la tele. Y yo me carcajeaba recordándola cómo me paso la  vida siempre escribiendo las mismas cosas. Y me corta y me cuenta, para consolarme, de un cantante, Pablo Und Destruktion, que en programa último de Carne Cruda le confesaba a Javier Gallego que él de fenómeno nada, que siempre decía lo mismo, que no salía de jota, caballo y rey, que sus canciones eran más reiterativas que todas cosas. Y casi me consuela porque es verdad, estoy hasta el cogote de mí mismo y de mi escritura; por ahí encuentro de tanto en tanto alguna cosa que me gusta, pero, coño, sólo el pasado año más de mil palabras al día durante nueve meses, y esto por poner un ejemplo, dan un total de 30x9=270 días  y 270x1300 palabras diarias, hacen un total aproximado de ¡¡351.000 palabras!! Pa volverse loco. ¡Cómo no voy a estar cansado de mí mismo! Porque pongamos por caso que si sólo me viera por la mañana cuando me afeito y un par de veces más cuando me cepillo los dientes, todavía podía pasar, pero no es eso, es que me estoy viendo todas las horas del día que estoy despierto a cada instante, y noches hay en hasta ahí me tengo que aguantar en algún que otro sueño.
Uhmmm, se me ponen los dientes largos pensando en la posibilidad de convertirme por una temporada en otro. Seguro que, salvo que me reencarnara en un pelma de parecida catadura, de golpe ya no tendría que ocuparme de escribir, de decir lo bien que se ha organizado uno la vida, lo mucho que me gustan las montañas, el mar, las mujeres... la leche, ¡va plasta! Y lo mismo ahora va mi amiga Montse Castellanos y me dice que no, que me equivoco, que... Estas cosas de la vida son la leche, que uno tenga que vivir tantos años para descubrir camino de los setenta que es un latoso pedante escribidor de las mismas cosas durante media vida; sí, tiene música la cosa. Quizás lo que esté sucediendo es que ese gen que uno heredó y que le hace ser un tanto plasta amén de redomado rarillo, esté sufriendo una mutación en vida y como a todas las cosas de la vida sucede, y no sólo de la vida, que también las montañas del Himalaya sufren grandes erosiones que arrasan con los pueblos que las habitan, esté empezando a cometer fechorías en mi organismo. Uno podría decir inocentemente: no es culpa mía, un servidor nació así, echen la culpa a mis padres o algún locuaz ancestro que le dio por no seguir la corriente a todo lo que se le echaba encima; pero no, no es correcto.
Para mí que estas cosas merecería la pena considerarlas. ¿Por qué coño ha de seguir uno haciendo durante toda la vida las mismas cosas que hizo en décadas atrás? ¿Porque te gusta?, bueno, podría ser una respuesta, pero no es convincente, ya conocemos que la inercia es una poderosa fuerza, y no menos lo es en el campo en la Física, capaz de arrastrarnos por la inclinada pendiente de la vida sin que apenas nos apercibamos de ello. Así que ojo con esa fuerza que, capaz de mimetizarse con la idea de que uno hace lo que lo que es su sino o una respuesta a su propia llamada interior, lo que realmente consigue es tomarnos el pelo y convertirnos en una caja de música o un organillo que sólo es capaz de reproducir la misma melodía siempre.
Sí, broma va y broma viene había descubierto lo que ya sospechaba desde hace tiempo, que uno es un pobre diablo con un fenomenal lío en la cabeza, que había dedicado una gran cantidad de tiempo a espantar moscas y a marear la perdiz escribiendo hasta el aburrimiento. Y no sólo eso sino, como decía hace un rato Victoria: ¿Realmente tenemos, y subrayaba la palabra tenemos, que volver a la India, a Pakistán, a los Cerros de Úbeda; o descubrir las montañas de Nueva Zelanda, la primavera de Japón que oteaste en una película de Kurosawa o...? Sí, porque a veces puede aparecer como una obligación. Dicen que la imagen que uno tiene de sí mismo es un peligroso espectro que puede llegar a jugarnos malas pasadas, esas luchas entre lo que uno realmente es, lo cree que es, lo que otros piensan que es, lo que pretende ser tiene algo que ver en este asunto. Y así con tanto lío, tantas variables en juego uno puedo llegar muy bien a estar regando fuera del tiesto. Eso y la fuerza de la inercia pueden estar conformando un modo de ser que acaso tenga poco que ver con lo que realmente somos.
Naturalmente uno no tiene la culpa de todo, es un animal susceptible de estímulos y, aun reconociendo sus pecados, debe también considerar que vivimos en un mundo muy complejo y que salir indemne de las muchas trampas que éste encierra es una tarea ardua. Hoy no me parece una gran idea estar sujeto a ningún proyecto de vida que me atara, por mí, por los otros, o porque siempre he hecho determinado tipo de actividad, a tener que terminar por concluir la ascensión a determinados picos, a recorrer determinados países que no he visitado, a concluir determinado trabajo literario o intelectual. Creo que, este tipo de actividades o proyectos, aunque disfrazados de bondad, en definitiva bien podría esconderse bajo esa bondad una sutil cadena. Aunque los proyectos y los retos ayudan a vivir una vida interesante y activa, también pueden esconder en sí una amenazante atrofia en el sentido de que en algún modo puede convertir a las personas en un eco de sí mismo, una prolongación de la inercia que nos invita a reproducirnos a nosotros mismos siguiendo unos patrones que no hemos diseñado nosotros sino que vienen impuestos por los hábitos y acaso por la pereza  que no es capaz de airear la casa y sopesar cuidadosamente qué está sucediendo dentro de uno.
Se me acabó la cuerda, hasta otro rato.




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