Un hilo de esperanza


El Chorrillo, 29 de mayo

El marco, un grupo de amigos reunidos en un restaurante de Manzanares el Real. Junto a la mesa de los "novios" Ezequiel Conde, Benito Prieto, José Antonio y Charly, entonaban viejas canciones que cuarenta años se oían en el autocar que cada viernes o sábado nos llevaba a Galayos o Gredos. De las otras mesas llegaba el fragor de las conversaciones como el rumor alborotado de un hinchado riachuelo pirinenaico. En la mesa de los novios Margarita había perdido un pendiente y María Jesús de rodillas como hace mi nieta en las fiesta de Navidad jugueteando con su perrito bajo la mesa, se había puesto a gatas y buscaba el pendiente entre las peanas de los comensales, mientras Fernando Ruiz aprovechaba sus credenciales de reportero fotográfico de esta expedición de veteranos para dejar constancia a base de Photoshop y un poco de humor una anécdota más en los anales del feisbuk. Al mismo tiempo al otro lado de la sala Elena había perdido la cartera,  tarjetas, dni, etc. y Laureno, esa especie de caballero andante, gentil con las damas como siempre y dispuesto a partirse el alma por hacer un favor a alguien, tramaba repetir tras la comida toda la caminata de hoy en busca de la cartera perdida; Antonio Verdugo contaba sus andanzas de cazador furtivo y solitario durante veinte años, lo más apasionante que había hecho en su vida decía; Martín no paraba de acá por allá en sus funciones de líder y organizador, cuentas, seguros, proyectos. Un grupo de "chicas" en la mesa de los novios hacían chascarrillos a cuenta del número sesenta y nueve; en otra mesa se echaba pestes de Gallardón, pero a la vez se alababa ese hermoso espacio verde que ha dejado la inmersión bajo tierra de la M-30; Ezequiel Conde hacía graffitis sobre la mesa que sugerían la invitación a algún tipo de amor salvaje y dejaba por allí un número de teléfono como quien echa el anzuelo en la corriente de un caudaloso río... por si acaso; en fin Fernando Vázquez contaban de su próximo viaje a las Dolomitas, las cumbres del Lavaredo, en donde muchos años atrás habíamos escalado juntos el espígolo Dibona de la Cima Grande; también había quien desgranaba un rosario de recuerdos en torno a un viaje iniciático a la India que había dejado mella en su alma para toda la vida; los rostros y los colores de aquellas tierras brillaban todavía en sus ojos. La verdad es que no hay cosa más cordial que este grupo de abuelos y jubilados sacándole punta a cada miércoles del año. Era casi el punto y final de otro miércoles más.


Original cortesía de Fernando Ruiz


Pero la sugerencia que hoy me invita a la escritura después de esta agradable jornada nació en otro sitio, arrancó de un lugar aparentemente sin conexión alguna con esta excursión. Fue esa misma tarde cuando Victoria y yo nos sentamos a ver la película de la noche, Buenas noches y buena suerte (Good Nigh and good luck), del director George Clooney, un film que narra el enfrentamiento que mantuvieron el famoso periodista de la CBS Edward R. Murrow (David Strathairn) y su productor Fred Friendly (George Clooney) contra el senador Joseph McCarthy, hecho que determinó el final de la "caza de brujas" en los Estados Unidos de los años cincuenta. El discurso del periodista Murrow, con que comienza y termina la película no tiene desperdicio. Fue a raíz de la mención de Jesús Quintero, el Loco de la colina, de este discurso en el último programa de Carne Cruda, lo que me empujó a ver este film. Unas palabras que resumirían el discurso, y que son pronunciadas por el periodista Murrow en una conferencia, serían aquellas que Casio le dice a Bruto en el Cesarde Shakespeare: "La culpa, Bruto, no está en las estrellas…sino en nosotros mismos."

Original cortesía de Fernando Ruiz

Decía que aparentemente porque está en el aire desde el último domingo, como si un nuevo oxígeno circulara por las tierras de este país, un nosequé de esperanza  que también respiraban algunos compañeros de la excursión de ayer y que merecería la pena alentar. Y por ello no faltó entre los muchos temas que surgieron mientras los caminantes atravesaban los pinares de la Pedriza, cruzaban el puente de madera sobre el arroyo Majadillo o seguían la recoleta senda que deja el collado de Quebrantaherraduras a la espalda cruzando la vertiente norte de la Lomade la Camorza; no faltó, decía, quien tocara el asunto de las elecciones últimas. Más arriba del collado de Marimingo, mientras dábamos cuenta de un tentempié, un grupo de compañeros pasaban factura a todos los facinerosos del sistema contando sobre desmanes de todos los colores. En medio de aquello e intentando imponerme a la voz de Ezequiel Conde que intervenía como una apisonadora :-) no dejando títere con cabeza, con toda la razón del mundo, a mí me salía tímidamente la propuesta de abandonar de una vez por todas ese discurso corrosivo, por reiterativo y machacón, que nos invita al desánimo y a creer que toda esta mierda no tiene solución para, acaso, hablar más de las posibilidades de un cambio, de los caminos a seguir para hacer que este país sea más humano algún día, aunque ese día esté en un tiempo que sea más un tiempo de nuestros nietos. Decía que desde que el hombre descendió de los árboles, aunque sigamos siendo muchos más salvajes que cualquier animal habido y por haber (nunca hubo en este planeta animal más cruel que el hombre, que desollara, tortura, quemara, exterminara como lo ha hecho él a lo largo de la historia), aún así siglo tras siglo, muy muy lentamente vamos viviendo algo mejor; y si lo hacemos es gracias al esfuerzo y al trabajo de hombres y mujeres que emplearon su tiempo y sus vidas por mejorar este mundo; el mundo que será de nuestros hijos, nietos, etc.

Original cortesía de Fernándo Ruiz

Yo hace un año y medio que no leo un periodo o me acerco a la radio o la televisión para saber lo que pasa en el mundo. Me deprimía hasta tal punto que un buen día decidí aislarme en mi torre de marfil como medio de autoprotección. Quizás no lo debí de haber hecho. Cuando escuchaba una vez a José Antonio (Cive) en su esfuerzo por llevar la desobediencia civil a la conciencia de los lectores de su blog o sus libros, algo de sentimiento de culpabilidad me corría por dentro. Sin embargo desde la noche del pasado domingo no sé, algo nuevo ha empezado a correr por mi organismo. En el muro del Feisbuk de muchos compañeros también he notado este clima de inquietud y esperanza, aunque asome todavía cierto hábito de escepticismo entre líneas. Después de este domingo, cuando la esperanza tiene ya un nombre, parece que fuera tiempo de abandonar un tanto las lamentaciones y las alusiones a tantos desmanes, para centrarnos en alentar esa llamita que empieza a prender tímida y temblona a lo largo y ancho del país.
Esto se hace demasiado largo y en una breve crónica no acabe apenas una cuarta parte de lo que uno quisiera contar o relatar: los países por los que caminando este miércoles he circulado, por ejemplo, de la mano de Miguel  mientras ascendíamos por el laberíntico sendero que lleva arriba el Tranco, con quien viajé al cabo Norte, paseé por la ciudad finesa de Rovaniemi marchándonos momentos después a la Patagonia y a cierta base de la Antártida; la grata charla de Francisco Roldán, que en la edad madura descubrió la pasión de la escultura, que se encandila con una mano de Bernini que reprodujo en bulto redondo, que tiene en proyecto una escultura que cualquier neófito como yo consideraría como algo totalmente inalcanzable: esculpir el famoso grupo escultórico de El Laocoonte y sus hijos: ¡Chapeau!; y ya bajando por la ladera sur de la Loma de la Camorza, intentar delimitar con Benito la diferencia que hay entre la emoción y el discurso razonado, aspectos que operan en los medios buscando la anexión de los votantes y ciudadanos con argumentos espurios que más tratan de engañar que transmitir verdades; sí, y todavía nos quedó tiempo para admirar las ventajas de un ebook, pero reconocer que en el fondo a todos nosotros nos gusta la textura del viejo papel en que leímos los primeros libros de Dostoievsky, Tolstoy, Flaubert, Cervantes; y por supuesto charlotear también sobre el sabio Montaigne suyos ensayos alguno estimaba como lo mejor que ha dado la literatura universal. Cuestiones de gastronomía, caminatas por Picos de Europa, chirigotas, dos miembros del grupo perdidos en las anfractuosidades del pinar y los riscos...
Acabo: Las palabras de Casio a Bruto: "La culpa, Bruto, no está en las estrellas…sino en nosotros mismos." Tras la acalorada discusión que tuvimos a la hora del piscolabis me apetece dejar a modo de colofón esta cita de Shakespeare sacada de la película de anoche. Creo que es una idea fértil. Siempre consideramos que la culpa de todos los males la tienen los otros, las estrellas, cuando en el fondo una gran parte de la responsabilidad directa o indirectamente es nuestra; el que podamos o no hacer un mundo mejor está en gran medida en nuestras manos.

Mañana será otro día. Buenas noches.

Original cortesía de Fernando Sanz del Amo

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