Escalar, un acto de amor

“Mari Ábrego, Renatto Casarotto y Josema Casimiro, el 27 de junio de 1986, nada más descender al campo base del K2.

L’arrampicata è un atto d’amore verso la vita e la natura. (Renato Casarotto. Una vita tra le montagne).


El Chorrillo, 28 de septiembre de 2018

Algunas de las imágenes que tengo presentes al comenzar estas líneas son las siguientes: un hombre, Renato Casarotto, solo, encaramado a una gran pared de hielo y roca todavía virgen, la cara norte del Huscarán, donde permanecerá durante dos semanas en un trabajo agónico por conseguir la cumbre; al pie de la montaña una mujer recién casada que lo ignora todo sobre la montaña pero que ha querido seguir de cerca el empeño anónimo de su marido de forzar sus propios límites en una empresa terriblemente difícil y arriesgada.

Más. Walter Bonatti, en la cumbre de su carrera alpinística, decide en invierno escalar en solitario la cara Norte del Cervino, considerada entonces una empresa imposible. Manifiesta que después de aquella ascensión no volverá más a hacer una escalada de dificultad. Un broche de oro para una de las carreras alpinísticas más brillantes de la historia del alpinismo. Bonatti, sencillo, humano, preciso en sus concepciones de la vida, en el elogio de la conversación interior que le proporciona el contacto solitario con la montaña.

Esta vez sobre las Dolomitas en la pared norte de la Cima Grande de Lavaredo. Durante veinte minutos miro atónito las imágenes de un vídeo en donde Alex Huber asciende solo sin ningún tipo de seguro los extraplomos de esta pared. La ascensión me pone los pelos de punta. Tranquilo, sosegado, gateando armoniosa y delicadamente como un felino que recorriera la estepa sin que le apremie el hambre, haciendo del momento un elástico y afable tú a tú con la extrema dificultad de la roca.

Todavía tuve tiempo para ver en acción a Simone Moro y a Ueli Steck. Era avanzada ya la madrugada y presentí que la excitación que había vivido con todas estas imágenes no me iban a dejar dormir. Son ya muchas las tardes que no logro despegarme de la lectura de libros que hablan de esta misteriosa e inexplicable lucha de hombres por ir más allá de todos los límites imaginables. Empecé a leer a poquitos antes del verano, Rébuffat, Demaison y Kukuczka, y con mis salidas a la montaña de estos meses se hizo un paréntesis. Durante ese tiempo pasé bajo grandes paredes que han sido el campo de batalla de muchas generaciones de alpinistas, Civetta, monte Pelmo, Tofana, Cervino, Eiger, Lagazuoi, monte Cristallo. También pasar bajo esas paredes encogía mi estómago cuando recordaba la historia de lucha y trabajos que albergaban aquellos bellos y altivos muros calizos. Cuando regresé a casa, ya a las puertas del otoño, mis ganas de volver a la literatura de montaña se duplicaron. Tenía en la retina de mis ojos tantas montañas, tantos bellos parajes donde hombres y mujeres se habían enfrentado a sus miedos con tanto coraje y amor, que sentía la necesidad de seguir bañándome en esa barahúnda de sensaciones que me producía pensar en célebres ascensiones sobre las que había leído tiempo atrás. Pasar bajo la mole del Cervino y recordar a Whymper y Carrel o la ascensión solitaria en invierno de Bonatti, o incluso mi humilde escalada de medio siglo atrás, ya eran una pequeña fiesta para mi emoción dispuesta a seguir excitándose a cada paso cuando mis piernas me llevaban a las cercanías del Eiger donde era imposible no recordar la imagen de Ueli Beck escalando su pared norte en algo más de dos horas, bajo la Cima Grande de Lavaredo o en las cercanías de Courmayeur donde junto a la aiguille de Peuterey podía imaginar nuevamente a Bonatti sobre la rosada pared del Gran Capucin o recordarme una lejana mañana de la década de los setenta escalando el espolón de la Brenva al Mont Blanc. Recordarme a mí mismo en aquel escenario rapelando a las dos de la madrugada para alcanzar el glaciar, amaneciendo sobre el rosado de los seracs mientras la cumbre se vestía de caramelo, constituía un placer que la memoria, mía y ajena, me servía salpimentado con una leve excitación.

Y pese a la hora tardía no logro vencer la tentación de ojear nuevos vídeos. Ahora es Reinhold Messner en escalada solitaria y sin cuerda en alguna pared de las Dolomitas; después descubro a Simone Moro y le acompaño al Nanga Parbat. Pero de todos modos el que más me intriga de todos es Renato Casarotto, del que, a diferencia de Messner, inexplicablemente apenas encuentro nada en Youtube, del que se hizo una película titulada Solo di cordata, dirigida por Davide Rive, pero que parece haber desaparecido de la red, quedando apenas un trailer de la misma (aquí). Me apasiona este hombre y su concepción de la vida; su escalar solitario por las paredes más difíciles del planeta, al que descubrí leyendo precisamente Mi mundo vertical, de Kukuczka. Me atrapó desde el primer momento. No he cejado hasta conseguir un libro suyo. Ayer lo seguí en su ascensión a la cara norte del Huascarán, un relato de su pareja, Goretta, en donde se alternan algunas notas personales de Casarotto de la ascensión con el temor y la angustia de ella siempre a pie de la montaña durante dos semanas siguiendo paso a paso por radioteléfono los pormenores de la ascensión. Y él escalando los tres últimos días en la completa soledad de una pared difícil y peligrosa sin comida. En estas condiciones la última parte de la pared le opone tenaces obstáculos, supera pasajes de escalada libre de V grado, debe tallar escalones sobre el hielo verde porque los crampones no agarran en él, y, eco, pocos metros después la cumbre: las sensaciones que le llegan son indescriptibles, escribe; la sensación de euforia que le han asaltado, cuenta, no es tan grande como otras veces porque éstas han tenido el tiempo de irse descargando a lo largo de la ascensión.




Algo que me llama la atención en este hombre en lo poco que llevo leído de su Una vita tra le montagne, es la frecuente aparición en su relato de la euforia mientras escala o alcanza la cumbre tras una ascensión invernal muy difícil. Contrasta con la apatía que describe Kukuczka en momentos claves de llegada a alguna cumbre de ocho mil metros por alguna vía nueva. El modo en cómo me siento identificado con uno u otro autor, en este caso alpinistas, se hace manifiesto en el modo en que quedan subrayados los libros cuando los termino. En el de Kukuczka sólo atiné a subraya un par de líneas, éstas: “No hay en mi libro respuesta a las preguntas sobre la obstinación, sobre el sentido de las expediciones a las altas montañas. Nunca sentí necesidad de encontrar tal definición. Fui a las montañas y las coroné. Eso es todo”. El libro de Casarotto, sin embargo, ya ha sufrido en muchísimas páginas la agresión de mi bolígrafo que no se corta un pelo en trazar líneas oscuras e imborrables cada vez que encuentra algo que le gusta o algo con lo que se siente identificado (aviso: que a nadie se le ocurra prestarme un libro porque soy incapaz, si me gusta, de no dejarlo emborronado a cada paso).

Me temo que lo que empuja a unos y otros a grandes ascensiones sea bien diferente en algunos casos. Nadie conquista montañas, decía ayer en una conferencia, Simone Moro, es la conquista de uno mismo, nuestra búsqueda de nosotros mismos, nuestra superación lo que queremos. Días atrás algo parecido escribía Messner sobre Carlos Soria en un diario italiano: “Va al Dhaulagiri a desafiarse a sí mismo”, aseguraba. Renato Casarotto va más allá en la significación de la escalada, lo convierte en un acto de amor hacia la vida y la naturaleza; esto escribe: “Se l’arrampicata è atto d’amore verso la vita e la natura, essa debe inserirse completamente nella lunga storia de la contemplazione, di sogno e di azione di chi è salito prima affascinato dalla parete e trasportato dall’avventura. Se è soltando atto d’orgoglio, nulla resterà della sua traccia”.

No tengo muy claro que estas palabras se correspondan una a una con la verdad, al menos en la generalidad de los casos, pero me fascina eso de que la escalada, las largas temporadas de caminar por las montañas, sean eso, un acto de amor hacia la vida y la naturaleza, en las que se inserta a su vez la contemplación, los sueños y los actos que nacen de estos últimos.



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