“Cuán gritan esos malditos”. Celebrando el X aniversario de reencuentro de amigos del Navi

 

Todas las imágenes de grupo son de Fernando Sanz


El Chorrillo, 20 de abril de 2023

 Tan entrañables son siempre estos encuentros, tanta vida hay en ellos que gracias tendremos que dar durante los años que nos queden, no demasiados ya, a esa pequeña troupe encabezada por Martín que hace posible que miércoles a miércoles podamos seguir viéndonos y repartiendo abrazos a diestro y siniestro. Ya escribí más de una vez sobre la gracia de ese santo, San Miércoles, así que hoy, que me desperté con ganas de divertirme, elegí un tema colateral para hacer la crónica de nuestro encuentro.

Lo que sigue es un divertimento. Ojo, cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia….  J

Celebrábamos el tiempo añejo de un reencuentro de compañeros que medio siglo atrás habíamos correteado codo con codo por las montañas del país. En un amplio local del pueblo de Guadarrama cerca de un centenar de animados conversadores se aplicaban entusiasmados a la tarea de intercambiar recuerdos, chascarrillos y comentarios. Un gentío en un local  animado por un conversar irreprimible eran el elemento a domeñar para hacer posible una pequeña charla que los organizadores del evento, como diría Martín, me habían asignado para el momento previo al ágape que esperaba a los reunidos. Total, que para el caso me vienen con un aparatejo, un micrófono, que colocar mediante una especie de diadema; cosa de hacer más audible la charla. En principio les digo que no, que no necesito micrófono, pero insistiendo ellos, quizás más conocedores que yo de los ruidos que se iban a interponer en el camino de mi lectura, accedo a ello y allí me encuentro en medio de un pasillo vestido con el artilugio altoparlante y unos folios en las manos dispuesto a comenzar mientras espero que se haga silencio .

Gran trabajo el de los compañeros organizadores intentando que la concurrencia hiciera silencio, que al fin se logra, más o menos, tras no pocos esfuerzos. En fin, comienzo mi lectura, el relato de uno de tantos días que hemos dedicado en el grupo a caminar por las montañas del Guadarrama. “Ascendíamos monte arriba desde Valsaín camino de la Chorranca, hablábamos de pintura, de asuntos de la edad, el riñón, la próstata, el hígado –sí, todos somos septuagenarios para arriba–…”… Leía intentando coger el tono del relato en medio de un discreto murmullo que esperaba se acallaría enseguida, cuando de repente tuve que echarme a un lado para dejar paso a dos o tres camareros a los que parecía estorbar la presencia de un individuo en mitad del pasillo que, inesperadamente y con unos papeles en la mano, había comenzado a hablar a los presentes. Pelillos a la mar, así que, resignado a condición de estorbo en el pasillo, proseguí mi lectura. No había leído más de unas pocas líneas cuando en el pasillo se interpuso la presencia del acomodador, Martín, que se aprestaba solícito, ajeno a mí intervención, a colocar en sus respectivos puestos a algunos retrasados diciéndoles esto o lo otro. Sillas que se retiraban, alguno que se levantaba para dejar paso a los recién venidos, saludos. En fin, esas cosas. La pasada semana Victoria y yo habíamos ido al teatro y habíamos confundido la hora del comienzo de la función. Total que cuando llegamos la función había comenzado. Un tanto cortados pedimos al acomodador si podíamos entrar. En total silencio, nos llevó a una puerta trasera, nos pidió silencio y apagar los móviles y nos acomodó amablemente en unas butacas reservadas a los tardones. Aquí no, aquí el acomodador iba a su bola y, como si la función no hubiera comenzado, departía con los llegados haciéndoles los honores de la bienvenida mientras mi relato intentaba salir adelante a duras penas como un barco que tratara de abrise paso en medio de los hielos de la Antártida. En menuda nos hemos metido, amigo Sancho, me decía yo, mientras intentaba que las palabras que iba leyendo obtuvieran un sentido en medio de aquel ir y venir del pasillo.

Pero en fin, al hecho pecho, y arremetí entonces como quien se va a enfrentar a un iceberg que hay que sortear, puesto el ojo en el casco de acero del barco a fin de no  destrozar sus flancos. Continué con la lectura. Ahora tocaba hablar de cuando Jacinto recibió una llamada telefónica para incorporarse a un grupo de compañeros que a estas alturas hacía casi medio siglo que no se veían. Hermosa circunstancia la de encontrarse con viejos compañeros de caminos y cordada… pero no, a estas alturas se había comenzado a levantar un tal murmullo de voces en la sala que apenas logré llegar sano y salvo al final del párrafo. Hubo un breve momento de tranquilidad, muy breve, pero enseguida el rumor y la charla fueron en aumento. Los camareros seguían pasillo y abajo sorteando aquel bicho raro con unos folios en la mano que tan claramente estorbaba su trabajo. Podría haber intentado acallar las voces y los murmullos que se levantaban desde los cuatro rincones del concurrido local con aquellos versos del Tenorio, “Cuán gritan esos malditos,/ pero mal rayo me parta/ si en concluyendo esta carta/ no pagan caros sus gritos”, pero se comprenderá que no era cosa de liarse a almohadazos como lo hiciera don Quijote una noche en alguna perdida posada de La Mancha cuando pensó confundir sueño y realidad.

Así que armado con nuevo valor arremetí con el siguiente párrafo, eso sí, haciendo fuerzas de flaqueza para que las palabras de lo que estaba leyendo se correspondieran remotamente con el sentido de las mismas, que ya se sabe que si las palabras no vienen acompañadas de significado, al cual se llega mediante el ejercicio de la comprensión del nexo que existe entre significante y significado, lo que se está leyendo no vale un carajo, es decir, que a lo que leía, intentando sobreponerme al ruido de las voces, difícilmente podía yo asignarle un significado; así que lo que correspondía era correr un tupido velo sobre la situación y tirar palante y terminar lo antes posible. Y comenzaba otro párrafo que hablaba de lo hermoso que era cuando ya has cumplido los setenta, te has casado, has tenido hijos, has desarrollado una intensa vida profesional, construido un hogar, tantas cosas, volver a encontrar al otro lado del tiempo esa parte de tu propio yo, tu yo junto a los otros yos con los que saliste a la montaña, te ataste a la misma cuerda, cuando hube de pararme, las voces de la concurrencia sobrepasaban a mi propia voz. ¿Lo dejo?, acerté a preguntar. Siguieron un par de párrafos a trancas y barrancas, así hasta acercarme al final, que aunque fuera dificultoso abrirse paso, sí, como caminar contra a la ventisca, ya, ya llegaba al final. Sólo me faltaba mencionar eso de que ya había sobrepasado con creces el tiempo de la paciencia de los posibles escuchadores y que si continuaba, ahora sí, no me iba a escuchar ni Dios. Sólo me faltaba  terminar con un expresivo “¡Se acabó…!”.

 ¡Uffff…!

Decir finalmente que mientras comíamos siguió la más agradable de las charlas con Marisa, Victoria, Rafa,         Elena, Jesús, Manuel y José Luis que, pese al esfuerzo que suponía entenderse en medio de tanto ruido pudimos charlar sobre una docena de interesantes asuntos.

Foto de grupo de despedida, abrazos de oso, la calidez de la compañía de los amigos. De camino por los senderos bajo La Peñota, hablábamos horas antes José Hurtado y yo  sobre eso que llamamos amistad, que acaso cubre un amplio arco de interpretaciones –amigos íntimos siempre son unos muy pocos en la vida– pero que en todo caso cuando decimos  amigo, decimos cariño, cuando decimos amigo, decimos ternura, cuando decimos amigo decimos afecto y deseos de compartir un pedazo de nuestra vida.

Esta mañana me desperté con un agradable recuerdo de ayer, incluido ese discursito que Martín, los Fernando o Pedro me habían encargado. Me he divertido un rato recordando las circunstancias. Espero que el infatigable Martín, por quien tanto afecto tengo y a quien tanto debemos estos encuentros de amigos, no se enfade por haberle asignado el papel de atentísimo acomodador en la fiesta de nuestro encuentro. A todos los amigos que leáis estas líneas y que estuvisteis en el encuentro, charladores y escuchadores, un afectuoso abrazo. Fue un placer encontrar el calor de la amistad entre todos vosotros.

 



 
















































































































 

 


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