El Chorrillo, 20 de abril de 2023
Lo
que sigue es un divertimento. Ojo, cualquier parecido con la realidad es mera
coincidencia…. J
Celebrábamos
el tiempo añejo de un reencuentro de compañeros que medio siglo atrás habíamos
correteado codo con codo por las montañas del país. En un amplio local del
pueblo de Guadarrama cerca de un centenar de animados conversadores se
aplicaban entusiasmados a la tarea de intercambiar recuerdos, chascarrillos y
comentarios. Un gentío en un local
animado por un conversar irreprimible eran el elemento a domeñar para
hacer posible una pequeña charla que los organizadores del evento, como diría
Martín, me habían asignado para el momento previo al ágape que esperaba a los
reunidos. Total, que para el caso me vienen con un aparatejo, un micrófono, que
colocar mediante una especie de diadema; cosa de hacer más audible la charla.
En principio les digo que no, que no necesito micrófono, pero insistiendo
ellos, quizás más conocedores que yo de los ruidos que se iban a interponer en
el camino de mi lectura, accedo a ello y allí me encuentro en medio de un
pasillo vestido con el artilugio altoparlante y unos folios en las manos
dispuesto a comenzar mientras espero que se haga silencio .
Gran
trabajo el de los compañeros organizadores intentando que la concurrencia hiciera
silencio, que al fin se logra, más o menos, tras no pocos esfuerzos. En fin,
comienzo mi lectura, el relato de uno de tantos días que hemos dedicado en el
grupo a caminar por las montañas del Guadarrama. “Ascendíamos monte arriba
desde Valsaín camino de
Pero
en fin, al hecho pecho, y arremetí entonces como quien se va a enfrentar a un
iceberg que hay que sortear, puesto el ojo en el casco de acero del barco a fin
de no destrozar sus flancos. Continué
con la lectura. Ahora tocaba hablar de cuando Jacinto recibió una llamada
telefónica para incorporarse a un grupo de compañeros que a estas alturas hacía
casi medio siglo que no se veían. Hermosa circunstancia la de encontrarse con
viejos compañeros de caminos y cordada… pero no, a estas alturas se había
comenzado a levantar un tal murmullo de voces en la sala que apenas logré
llegar sano y salvo al final del párrafo. Hubo un breve momento de tranquilidad,
muy breve, pero enseguida el rumor y la charla fueron en aumento. Los camareros
seguían pasillo y abajo sorteando aquel bicho raro con unos folios en la mano
que tan claramente estorbaba su trabajo. Podría haber intentado acallar las
voces y los murmullos que se levantaban desde los cuatro rincones del
concurrido local con aquellos versos del Tenorio, “Cuán gritan esos
malditos,/ pero mal rayo me parta/ si en concluyendo esta carta/ no pagan caros
sus gritos”, pero se comprenderá que no era cosa de liarse a almohadazos
como lo hiciera don Quijote una noche en alguna perdida posada de
Así
que armado con nuevo valor arremetí con el siguiente párrafo, eso sí, haciendo
fuerzas de flaqueza para que las palabras de lo que estaba leyendo se
correspondieran remotamente con el sentido de las mismas, que ya se sabe que si
las palabras no vienen acompañadas de significado, al cual se llega mediante el
ejercicio de la comprensión del nexo que existe entre significante y
significado, lo que se está leyendo no vale un carajo, es decir, que a lo que
leía, intentando sobreponerme al ruido de las voces, difícilmente podía yo
asignarle un significado; así que lo que correspondía era correr un tupido velo
sobre la situación y tirar palante y terminar lo antes posible. Y comenzaba
otro párrafo que hablaba de lo hermoso que era cuando ya has cumplido los
setenta, te has casado, has tenido hijos, has desarrollado una intensa vida
profesional, construido un hogar, tantas cosas, volver a encontrar al otro lado
del tiempo esa parte de tu propio yo, tu yo junto a los otros yos con los que saliste
a la montaña, te ataste a la misma cuerda, cuando hube de pararme, las voces de
la concurrencia sobrepasaban a mi propia voz. ¿Lo dejo?, acerté a preguntar. Siguieron
un par de párrafos a trancas y barrancas, así hasta acercarme al final, que
aunque fuera dificultoso abrirse paso, sí, como caminar contra a la ventisca,
ya, ya llegaba al final. Sólo me faltaba mencionar eso de que ya había
sobrepasado con creces el tiempo de la paciencia de los posibles escuchadores y
que si continuaba, ahora sí, no me iba a escuchar ni Dios. Sólo me faltaba terminar con un expresivo “¡Se acabó…!”.
¡Uffff…!
Decir
finalmente que mientras comíamos siguió la más agradable de las charlas con Marisa,
Victoria, Rafa, Elena, Jesús, Manuel y José Luis que, pese al
esfuerzo que suponía entenderse en medio de tanto ruido pudimos charlar sobre
una docena de interesantes asuntos.
Foto de
grupo de despedida, abrazos de oso, la calidez de la compañía de los amigos. De
camino por los senderos bajo
Esta
mañana me desperté con un agradable recuerdo de ayer, incluido ese discursito
que Martín, los Fernando o Pedro me habían encargado. Me he divertido un rato
recordando las circunstancias. Espero que el infatigable Martín, por quien
tanto afecto tengo y a quien tanto debemos estos encuentros de amigos, no se
enfade por haberle asignado el papel de atentísimo acomodador en la fiesta de
nuestro encuentro. A todos los amigos que leáis estas líneas y que estuvisteis
en el encuentro, charladores y escuchadores, un afectuoso abrazo. Fue un placer
encontrar el calor de la amistad entre todos vosotros.
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