Con los ojos cerrados

 



“La verdad, para un hombre, es lo que hace de él un hombre”. (Saint-Exupéry, Tierra de hombres)

Con los ojos cerrados escucho esta magnífica tromba de agua y el fragor de los truenos. Me admira que esta tenue capa de tela resista el empuje del temporal. Estaba apaciblemente tumbado, descansando de la caminata de hoy, disfrutando de ese cansancio que en ocasiones hormiguea por el cuerpo, dormitando y una especie de pizzicato, alguien que pellizcara las cuerdas de un violín, empezó a sonar sobre la tienda, poca cosa. Pero no habían transcurridos cinco minutos cuando empezó a llover en firme. Ayer cuando estaba en el refugio, también con la tormenta encima, me admiraba que alguien en aquellas circunstancias bajo una tienda pudiera etcétera. El caso es que me ha estropeado una medio siesta en la que había entrado como quien se acurruca bajo el edredón dispuesto a soñar con los angelitos.



El arte este año, aquí y en Austria, parece estar siendo vivir intensamente bajo la lluvia pero sin mojarse, y es verdad, hasta ahora me he apañado bastante bien poniendo la tienda un minuto antes de descargar la tormenta. Esta mañana entre el refugio Talamini y el Venezia llovió un poco pero llegué al refugio seco. La estrategia ahora es controlar la evolución del temporal casi hora a hora. Un par de apps cumplen esa función. Cuando me levanté esta mañana la gestora del refugio lo primero que me dijo es que ya podía espabilar, que anunciaba lluvia a las once de la mañana. Eran las ocho. Tenía el tiempo justo para desayunar y salir pitando. Por cierto, que da gusto encontrarte en refugios, generalmente refugios pequeños no muy visitados, estos amigables gestores con los que, además de atender todas tus necesidades, puedes compartir un buen rato de conversación. Magdalena, la gestora del Talamini, es soltera y además hace elogio de ello, me decía que ella no había nacido para vivir en pareja. Regentaba el refugio desde siete años atrás y desde entonces no se había movido de allí ni en invierno ni verano. Siempre sola con sus caballos y sus perros. Y me contaba de algún invierno en que la nieve había llegado al alero del tejado. No parecía tener demasiadas dificultades. Con la motonieve me pongo en un momento en el valle, me comentaba. Algo parecido me decía el día anterior Isidro el bombero.



“¿Qué sabemos, salvo que existen condiciones desconocidas que nos fertilizan?”, leía ayer en Saint-Exupéry. ¿Dónde se aloja la verdad del hombre? La verdad no es lo que se demuestra. Si en esa tierra, y no en otra, los naranjos echan sólidas raíces y se cargan de frutos, esa tierra es la verdad de los naranjos. Si esta religión, si esta cultura, si esta escala de valores, si esta forma de actividad, y no otras, favorecen en el hombre esta plenitud, liberan en él al gran señor cuya existencia se desconocía, es porque esta escala de valores, esta cultura, esta forma de actividad son la verdad del hombre. ¿La lógica? Que se las arregle para rendir cuentas de la vida”. Ante estas citas de Saint-Exupéry debería desistir de escribir y aplicarme a meter muy dentro de mí estos pensamientos, un rincón donde estuvieran disponibles en los momentos de duda.



Ayer intercambiaba algunos guasaps con un amigo a raíz de algo que yo llamaba principios, escala de valores, me refería concretamente a ese principio que llamamos libertad de expresión, que no es en sí un valor personal, sino un medio mediante el cual el individuo y la sociedad interrelacionan haciendo frente a las voces únicas que, erigiéndose en portadores de verdades particulares, obstaculizan la posibilidad de una sociedad global en la que todos tenemos el derecho, y añadiría la obligación, de participar.

Quizás estando tan alejado desde hace tiempo de los medios de comunicación no debería recurrir a un ejemplo como del que voy a echar mano, pero voy a ello, no obstante, porque en cierto momento estaba en el arranque de la discusión que me traía con X cuando yo defendiendo la libertad de expresión recurría al pueblo catalán y mantenía el derecho de éstos a expresar, digo expresar, así, sin más, lo que les venga en ganas; a lo que X respondía algo así como que en ese caso los del barrio Salamanca de Madrid podrían crear un país aparte. Evidentemente estábamos mezclando dos conceptos que nada tenían que ver entre sí, libertad de expresión y derecho a voto. Respecto a la primera entiendo que el derecho es ilimitado, mientras que si nos referimos al voto eso ya es otro cantar en el que no entro y que mejor podría dejar para otro día. Nadie puede tachar a los canadienses o irlandeses.

Con un respeto a la libertad de expresión no tendríamos ahora a nadie en el exilio ni habría habido una persecución de brujas ni presos políticos catalanes en la cárcel. Y tampoco, por cierto, nos encontraríamos con esa paradoja que muestran los recortes de periódico bajo este párrafo, una persona, un tal Puigdemont, elegido por el pueblo catalán como representante de España en la UE, que por demás debería tener inmunidad diplomática, pero al que los reveses de la política y los chanchullos tanto del estado Español como de la UE mantienen en un limbo que en este momento va a demostrar, dependiendo como depende la formación del nuevo gobierno de la anuencia de Junts, que hay graves desajustes en nuestra sociedad que no se producirían si la libertad de expresión fuera lo que debe ser y no un instrumento de manipulación por parte de intereses concretos.




Ya digo, que no estoy muy al tanto, pero… y sigue lloviendo. Mañana parece que el tiempo va a mejor. A mí, siguiendo la tradición, me hubiera gustado vivaquear en la cima de esta hermosa montaña que tengo encima, el monte Pelmo, pero para ello tendría que haber tenido una meteorología que acompañara, así que lo dejaré a mi espalda camino de otras montañas que siempre me han llamado la atención desde las Tofana y el paso Falzarego, la Croda da Lago. Hacia allí caminaré mañana.











  

 

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