Amenaza nieve en las alturas

 


Capanna Motterascio, 26 de agosto de 2023 

Me siento feliz en este ambiente de nubarrones y tiempo incierto. La tormenta ha estado la mitad de la noche vapuleando la tienda, cerca del amanecer remitió y cuando desperté grandes nubarrones ocupaban el cielo hasta la mitad de la montaña. No llovía, había una rara calma en el ambiente. Tomo la senda que desciende el valle, un estrecho carrilillo que al poco cruza una ladera de roca que se precipita en el vacío, una muesca en la ladera. La lluvia de toda la noche ha hinchado el siguiente arroyo al punto de hacer peligroso cruzarlo. Las rocas que sirven de paso, todas mojadas, requieren que cruce aquello con la máxima precaución. Más atento que de costumbre porque todo está empapado, pero nada más. Estoy contento, me sorprendo tarareando una canción. Llevo puesto el equipo de agua en previsión de que ya mismo se ponga a llover. Es curiosa esta breve felicidad que llevo encima, al fin de cuentas no soy más que un hombre descendiendo un empinado camino entre el bosque. Soy un hombre solo que ha dormido bien, que incluso ha tenido que ponerse los tapones de cera para mitigar el ruido de los truenos y la lluvia. Metido toda la noche en el líquido amniótico que han creado el agua y los rayos y que más tarde se ha despertado, ha considerado que pese al mal tiempo debía ponerse en marcha y nada más. ¿De dónde me viene esa felicidad entonces? ¿De la soledad, del ambiente excepcional que se respira descendiendo esta senda bucle tras bucle? ¿De sentir mi cuerpo, mi disposición de ánimo hecha a lo que pueda venir durante el día, lluvia, este empinado descenso, la larga subida posterior hasta el refugio Motterascio? Estados de ánimo que se llevan repitiendo con mayor o menor frecuencia desde finales del mes de junio. Quizás la novedad hoy de este ambiente cerrado algo intimidatorio en las alturas cubiertas por las nubes, las que invitan a este ejercicio de introspección. 

El lago de Luzzone, al que poco a poco se va acercando mi sendero, es de un profundo azul, yace calmo como apresado por las montañas de los alrededores. Lo rodeo y más adelante tomo un cómodo sendero que seiscientos metros de desnivel más arriba me dejará en el moderno refugio de Motterascio. Hay resquicios de sol en el cielo y según me voy elevando el lago y las montañas de los alrededores van adquiriendo la armonía que corresponde a la fusión de esos dos elementos. Cuando tratas de fotografiar un paisaje de montañas pareciera que éstas necesitaran la presencia de un lago, un río para completar una composición más armoniosa. 


Arriba,  ya cuando el refugio casi queda a tiro de piedra, me paro a hablar con un pastor y una joven que acaso sea su hija. Han descargado un buen montón de postes de los que utilizan para tener el pastor eléctrico y se les ve con ganas de charlar. Casi inadvertidamente he pasado de la Suiza germano parlante a la de habla italiano, con lo cual mi comunicación en los encuentros es mucho más fluida. Me he preguntado muchas veces estos días por ese galimatías que tenemos en España con el uso del catalán o el euskera, la reacción contra el uso normalizado de cualquier idioma que pueda hablarse en un país. No sé si aquí creará problemas o no, pero se da perfectamente que los suizos de habla alemana no entiendan ni jota del italiano propio de los suizos del otro lado del valle, o que los de la parte franco parlante no entiendan ni el italiano ni el alemán. De hecho el idioma universal en el país y que parece habla casi todo el mundo, es el inglés. Hasta ayer por la mañana los carteles que indicaban un refugio llevaban el sufijo hutte, refugio en alemán. Por la tarde la cosa cambió y entonces el refugio era rifugio y el collado se convirtió en passo. Igual sucede a los topónimos que se han latinizado. ¿Tanto trabajo cuesta aceptar que los catalanes, los vascos o los gallegos hablen su lengua madre en el foro común del Parlamento, por ejemplo? A veces está polémica me parece salida de una mentalidad de catetos. 

Duro el trabajo de pastor, le comentaba a aquel hombre. Sí, pero sólo los primeros cien años, contestó. La pastora, discreta, con la tez hecha a los aires de las alturas, sonreía, la sentía mirarme como quien mira a un ser de otras tierras cuando atendiendo a la curiosidad del pastor le contaba de donde venía y en donde había dormido la pasada noche. De charla estábamos cuando aparecieron cuatro mujeres, también camino del refugio. Ante la incertidumbre del tiempo de hoy y de mañana, por el que yo les había preguntado, todas estuvieron de acuerdo en que no debía moverme del refugio en dos o tres días. Se anuncia incluso nieve, confirmó el pastor. De golpe teníamos tertulia en mitad del camino. Una de ellas sacó una bolsa de dátiles y los repartió entre los tertulianos mientras seguíamos hablando de algunos lugares por donde había pasado y a los que me dirigía. En esta conversación ya pillé un inconveniente que no había considerado antes. Mi itinerario atravesaba un glaciar, el de Lavaz. No tenían mucha información, pero un glaciar siempre es un glaciar, dijo una de las mujeres que ya desde el principio abogaba por esperar a que saliera el sol para continuar mi recorrido. Estaba a gusto con aquella gente pero tenía que seguir adelante. Todavía no había determinando si continuaría o no después de comer en el refugio. 


Cuando apenas había dejado atrás el lago de Luzzone, paré a una pareja mayor para asegurarme de que el refugio estaba guardado. La contestación de él fue muy gráfica, juntó el índice y el pulgar de la mano derecha y, contrayendo los labios, dijo quatro donne… Idioma universal. Lo más gracioso fue la expresión con la que acompañó su mujer tanta elocuencia, la expresión propia de una esposa que conociendo de sobra la afición de su marido por las mujeres bonitas asiente su buen gusto sin que los celos se le salgan por los ojos. Lo que fue cierto sin lugar a ninguna duda, además de agradables y acogedoras, aunque en un principio me pillaran con el pie cambiado. Leí una vez confesar a Chateaubriand, quizás en Memorias de ultratumba, que a tan egregio personaje le intimidaban las mujeres, especialmente si éstas eran bonitas. Algo así me sucedió a mí al tomar contacto con el personal femenino del refugio. Un poco, sólo hasta que tomé confianza.

¿El tiempo? Ellas me lo confirmaron, mañana pésimo y tiempo realmente bueno nada de nada hasta el próximo miércoles. Quizás tenga que hacer una parada obligada de varios días. No es un terreno de vacas éste. Así que lo que tenga que sonar ya sonará. De momento me asomo por la ventana de mi habitación y no sé ve ni pijo y, naturalmente, llueve y algunos truenos aislados empiezan a oírse en la lejanía. 








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