¡Brenta…!


Cercanías del bivacco Pinamonti, 8 de agosto de 2023 

Son cerca de las cinco, así que hora de parar. En ese estar en el centro del mundo que me ha dado por considerar cuando desde la cumbre del pico Peller estuve tomando una panorámica de 360°, allí el pico, aunque también yo, y aquí yo y el prado en el que estoy tumbado, tan plácidamente al sol, vuelvo a reflexionar sobre el asunto. Porque se dirá lo que se diga pero desde el punto de vista de cada uno no hay cosa más cierta de que seamos el centro del mundo; lo que digo ya de estas montañas de Brenta, ni siquiera del Planeta, de hecho hay muchos centros del universo y yo personalmente soy en este momento etcétera, que no voy a marear la perdiz con el asunto. Que fue el caso que pregunté a la guardesa del refugio Peller que qué alternativa tenía para seguir mi camino evitando la ferrata que se me había puesto por medio. Me contestó que si es qué tenía vértigo, que la ferrata era algo corrientito y por supuesto mucho más bonita que dar la vuelta al monte Peller y que desde su cumbre era como estar en el centro del mundo. Un argumento que me gustó ese de estar en el centro del mundo. Cuatrocientos metros de desnivel más o menos, algunos cables, una escalera y un tortazo a la izquierda de padre y señor mío, pero sobre todo bonito y espectacular. Por arriba el sendero se desviaba a la izquierda para volver desde allí a tirarse de cabeza por la otra ladera, así que dejé el macuto en la bifurcación y subí a la cima. Un miradero excepcional que mostraba en lo más próximo todo el conglomerado de Brenta, que se presenta como una especie de espinazo dinosáurico de abruptas montañas en dirección norte sur, y más lejano, aunque sólo con un gran valle glaciar por medio, el Macizo de la Presanella-Adamello delimitado por otro largo valle, la val Génova. Siguiendo el giro de las agujas del reloj enseguida se veían las montañas del Ortles, de luctuoso recuerdo, allí murió Nena, y siguiendo el recorrido los Alpes Austriacos, y cuando estos se acababan todo, todo el conjunto de las Dolomitas, dentadas y agudas cumbres con las que se cerraba el círculo cuyo centro éramos yo y la cumbre del Peller. 


Ayer tarde estaba un poco mosca porque era incapaz de localizar en mi recorrido refugios cercanos. Normalmente de Brenta se visita la zona central, que corresponde a los Campanile Basso y Alto, ya se sabe que en las zonas menos concurridas los refugios suelen escasear. De hecho había comprado en Cles más comida de la cuenta. Otro asunto era el agua. De modo, que esta mañana después de llevar más de cuatro horas caminando mis sospechas se reafirmaron, así hasta que me tropecé con una indicación que decía “Refugio Peller 20 minutos”. Me quedaba fuera de ruta, pero… Comí muy bien, cargué baterías y, siguiendo el consejo de la guardesa un par de horas más tarde tiré camino de la ferrata. 

Ahora tengo más o menos aclarado el asunto. Al próximo refugio, el Grosté, hay nueve horas, que en mi caso pueden ser diez u once. Respecto al agua si quiero encontrarla tendré que volver a desviarme de ruta hasta las cercanías del bivacco Costanzi Alvansini, donde brota una pequeña fuente. Agua por cuentagotas, como se ve, más o menos como en Picos de Europa. Incluso el tal bivacco me puede servir para pernoctar. En Italia se da este nombre a pequeños refugios no guardados situados por lo general en lugares alejados del tránsito corriente. Mi experiencia de bivaccos ha sido siempre hermosa, lugares solitarios y rincones salvajes de las montañas. El único inconveniente que tienen es que tropiece en alguno de ellos con gente poco dúctil. El pasado año, después de atravesar por el sur el Monte Rosa, caí en uno de esos bivaccos, pero al cabo del rato llegaron dos alemanas más secas que un palo, por no decir antipáticas, que destruyeron un poco el encanto del lugar con sus caras largas. 


Uf, de golpe un bajón de la temperatura. El sol se oculta por el passo de la Forcola. Al sol de maravilla, a la sombra un frío que pela. Tiempo de poner la tienda, un pequeño promontorio donde en caso de lluvia no haya posibilidad de que se me cuele dentro el agua. Es un buen procedimiento siempre encontrar esta clase de altillos. Cuando era niño lo aprendí enseguida de mi padre. Cuando nos íbamos a pasar el verano en el río Alberche, una vez instalada la tienda allí para dos meses lo siguiente que había que hacer eran unas buenas zanjas todo alrededor de la tienda que evacuaran el agua en caso de lluvia. En el monte a falta de esa zanja, que sería imprescindible en tiempo de lluvia, lo mejor es eso, un alto… eso si lo encuentras, que ya me ha tocado más de una vez tener que usar una de las clavijas a modo de legón deprisa y corriendo cuando el agua empezaba a discurrir peligrosamente hacia dentro de la tienda, que por muchos milinoséqué que resista el suelo, si  escurre por debajo seguro que amaneces en medio de un charco. 

Y creo que se acabó por hoy, que me está esperando El manuscrito carmesí, de Gala, una lectura demorada ya desde hace meses. Un fallecimiento sentido no sólo por los buenos lectores sino también por aquellos que entienden la vida como un arte y la acción del hombre como una contribución a la justicia general. Existen hombres en un siglo, no muchos, cuya contribución a la cultura y a la conciencia social son determinantes para el bienestar de la sociedad y Antonio Gala es uno de ellos. 






















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