José Ángel Lucas, la Walker, la nieve cubriendo las alturas.

 


Refugio Motterascio, 28 de agosto de 2023 

Las montañas por encima del refugio han amanecido cubiertas por la nieve. A nuestro alrededor nieva pero no llega a cuajar. Un fuerte viento golpea contra los muros. He elegido un asiento en el salón del refugio totalmente rodeado de grandes cristaleras y aquí estoy mirando el viento, esperando la oportunidad de que las nubes me dejen fotografiar ese vestido de nieve con que la noche ha ataviado a las montañas. 

Es casi mediodía y Giulia se ha acercado con su sonrisa encantadora para preguntarme si quiero un té. No faltaba más, no podría desear nada mejor, le digo y sonríe con una gracia femenina que me derrite por dentro. Y mientras el té se enfría vuelvo a la lectura de Riccardo Cassin, Jefe de cordada. Mi vida de Alpinista, una obra que no estaba entre el puñado de libros que todos leímos con avidez en nuestros primeros años de montaña, y que debería haber estado con mucho entre esas primeras lecturas. Sorprendido además por su calidad y la viveza con la que nos hace acompañarle, a él y a sus compañeros, en tantas primeras ascensiones que constituyeron lo mejor que se hizo en su época. Esta mañana estuve siguiéndole en la escalada de la Torre Trieste en la Civetta, en el piz Badile, incluido el trágico desenlace en el que fallecen dos compañeros, y por último la primera ascensión al espolón Walker en los Jorasses. Y llegan a la cumbre tras treinta y cinco horas efectivas de escalada. Y no conocen el descenso. Y en este punto me acuerdo de José Ángel Lucas que en una noche de invierno en que proyectábamos subir a la Alcazaba por la cara norte, mientras esperábamos el sueño en el saco de dormir, nos contaba de ese su afán de convertirse en un fuera de serie. Por su cabeza desfilaba ya entonces el espolón de la Walker. En el tiempo posterior yo marché por un año a Italia y no supe de él hasta la vuelta. Sólo confusas noticias de que había fallecido precisamente en el descenso después de hacer la cumbre. ¿Iba solo? ¿Cuáles fueron las circunstancias que rodearon la vida de José Ángel en aquellos días, qué pensamientos corrían por su mente? La frugalidad de su expresión, su cierta distancia con los otros como de quien vive una vida propia vedada a sus amigos, me había llamado siempre la atención. Con él había realizado un rescate en invierno en la Oeste de la Amezúa que nos obligó a vivaquear con lo puesto a pocos metros de la cumbre junto a la cordada accidentada, y de aquella noche moviéndonos primero en la oscuridad de los pináculos del Espaldar, las maniobras de llegar hasta el herido y la larga noche bajo un cielo estrellado y gélido, recuerdo la impresión de haber estado con alguien extraordinariamente diferente al resto de los mortales. Siempre me llamaron la atención los solitarios, pero José Ángel es que además desprendía un halo de sencillez y humildad, a la vez que una fuerza y determinación, que hacía que me sintiera junto a él un pobre diablo. El deseo siempre presente de saber de personas que llaman tu atención, que admiras, de aquellos que se te presentan con cierto carácter enigmático. 

Tras el relato de Cassin en la Walker, quién pudiera tener a mano el de José Ángel… La historia de la literatura rinde continuo tributo a los que en ella fueron capaces de expresar el armazón épico y pasional de antiguos héroes. Homero está a la cabeza de todos ellos. Sus héroes no sólo han resistido el paso de dos milenios, sino que se nos siguen apareciendo nimbados por una grandiosidad, una pasión, unos deseos muy por encima de los que nos consideramos gente corriente. Quienes leen La Ilíada o La Odisea viven penetrados de sentimientos y pasiones que, de no haber tenido como creador y mediador a Homero, habríamos sido incapaces de sentir. Homero los saca de su anonimato con su arte y sabiduría y nos los sirve como un suculento manjar literario. Es en este entorno en el que mis deseos, conociendo la grandeza de determinadas ascensiones en montaña, echan de menos disponer de un narrador que me traiga de la mano hechos de cariz extraordinario que en mí son sólo supuestos e imaginaciones, una puerta a un espacio excepcional y denso de vida pero que necesita de la luz del narrador que alumbre sus rincones y nos muestre todo lo que en ellos se esconde. La soledad de Messner, por ejemplo, en el Nanga Parbat o en el Everest, o la de Casarotto en el Mackinley tiene una transposición literaria que ojalá pudiéramos también tenerla de esos pequeños o grandes héroes que la montaña produce. El concepto héroe es un término que no encaja en nuestro lenguaje corriente actual para personas cuyos hechos excepcionales son reconocidos por todos, sin embargo es un hecho que en “lo extraordinario” y lo muy extraordinario subyacen inquietudes, voluntad, filosofía, lucha con los propios límites que merecerían la pluma de muchos homeros con que satisfacer a lectores ansiosos de la vida que se esconde en eso que podemos llamar “lo extraordinario”. 

Javier Márquez, José Ramón, Mario, Marcelo, José Ángel Lucas

José Ángel Lucas y Marcelo

Los arroyos que veo desde las ventanas del refugio bajan sobreabundantes y como despeñados. En la proximidades del refugio, un riachuelo que se atravesaba ayer en un par de saltos, se despeña hoy más abajo henchido de violencia. Todas las laderas de los alrededores bajan surcadas por grandes masas de agua que se despeñan cortado tras cortado en pequeñas y grandes cascadas. 

Quizás mañana mejore algo tiempo. Mientras tanto mi hogar sigue siendo el refugio. Además nunca mejor dicho aquello de El Quijote de “nunca fuera caballero de damas en bien servido…”









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