Noche en la Najarra. Una apostilla a cuenta de los escotes.

 



Cima de la Najarra, 20 de septiembre de 2023 

Peñalara y Claveles al fondo, sol, nubes, algunos  buitres dejándose llevar por la brisa de las alturas, apacibles, solemnes. Un ligero airecillo que agita los piornos, el zumbido de alguna mosca. Despanzurrado en un prado camino de Bailanderos contemplo el trozo de mundo que me rodea. Pensé bajar hasta el refugio de Pinganillo para alcanzar Cuerda Larga desde allí pero se ve que eso de bajar para después subir no iba mucho con mi ánimo, así que desde la Morcuera cogí directamente el carril que lleva a Bailanderos con lo que me sobra tiempo para llegar arriba a la puesta de sol. Tumbarse junto al sendero, tripear, incluso hasta duermo un rato, ese invento nacional que es la siesta. Cierro los ojos. Ahora solo existe el viento y la noche tras mis párpados. 


Tumbado al sol en la cumbre de la Najarra pensaba que estamos viviendo un final de etapa después de la cual las cosas serán siempre muy diferentes. Pensaba en la masificación, en la diarrea mental que padecen todos los prohibidores que nos rodean por todos los lados. Estoy en Guadarrama y naturalmente se entenderá quiénes son los prohibidores más inmediatos. Me prometí hace tiempo no volver a menear la perdiz con eso del llamado Parque NaZi-onal (gracias, Julio), así que chitón, es un mal de nuestro tiempo y si tengo que lamentarlo será por mis hijos o por mis nietos. A mí no creo que me toque ya, porque que mal que bien podré seguir durmiendo y acampando en donde me de la gana, no creo que las cosas vayan tan deprisa como para que llegue el momento en que rodeen todo Guadarrama con alambre de espino o lo controlen desde el aire con un ejército de drones, ese instante en que todo el que quiera internarse en la sierra deberá ser controlado con algún dispositivo electrónico en la muñeca (como algunos presos en libertad provisional, vamos). Así que a otra cosa. 

Esta mañana comentaba con Luis Miguel Soriano en FB a raíz de unas fotografías realmente hermosas que él había subido a su muro. Escribía él que cada montaña tiene una personalidad propia y bien definida y que cuando hace una fotografía lo que hace es intentar captar la esencia de  una determinada cumbre como si se tratara de un retrato humano. Creo que para Luis y para muchos de nosotros que amamos la montaña, éstas son trozos de vida latente, algo mucho más vivo, hermoso, entrañable que un parque temático que es a lo que parece que aspiran los responsables del llamado Parque NaZi-onal de nuestra sierra (de nuevo gracias, Julio). Sólo un inciso.


A la vez le comentaba a Luis que no había caído hasta ahora en esa posibilidad de asimilar una montaña a un rostro con sus arrugas y las señales, como en las personas, que dejan el tiempo y los temporales sobre su estructura. Leyéndole produce la sensación de que el artista antes de enfrentarse al objeto de su arte necesitara haber tenido una íntima relación con la montaña; feelling, empatía, rapporto, bastante más que el simple mirar o contemplar accidentalmente las montañas. O como en su caso, bromeaba con él, ser tan amigo de las montañas como para que éstas cada vez que le ven se vistan con sus mejores galas. Una idea que he comentado más de una vez porque, es verdad, viendo las fotografías de Luis independientemente de su arte, uno tiene esa impresión, de que las montañas del Himalaya, de Irán o España viendo aparecer a Luis allá por los valles, se atusaran y se prepararan para recibirle con sus mejores atuendos. Y respondía Luis a mi comentario : “La clave del retrato, tanto humano como paisajista, es la empatía. Entender e interpretar el alma de las montañas es clave para amar el paisaje, más allá de la contemplación”.

Y leyendo esto desde mi condición de delincuente, delincuente por estar acampando en un lugar prohibido (y tengo que aclarar que en realidad no estoy acampado sino que me protejo del viento y de la posibilidad de lluvia de esta noche bajo unan tela sintética; un derecho inalienable); leyendo las palabras de Luis, que habla de empatía con la montaña, de entender e interpretar el alma de la montaña para amar el paisaje más allá de la simple contemplación, no puedo resistir la tentación de llamar besugos e ignorantes a los gestores del llamado Parque NaZi-onal. ¿Qué sabrá esta gente de empatía, de esa relación amorosa que mantenemos nosotros con ella, esa gente que está bajo sospecha de vandalismo? No me extraña que el amigo Julio Gosán se suba por las paredes cuando tropieza con cierta estúpida normativa. 

He tenido que salir corriendo porque, entretenido con la escritura, casi se me escapa el instante más bonito del día. No es que fuera muy espectacular pero siempre merece la pena esa silueta sobre el atardecer y las montañas. Así que aprovecho la interrupción para cambiar de tercio. 

Hace un momento un pelín de cobertura me ha traído el comentario de una amiga, X, relacionado con el post de ayer que hablaba de escotes. Venía a decir en su comentario que yo consideraba en mis escritos a las mujeres como objetos (“como si todas fueran la misma cosa”), lo que indicaría por mi parte cierto espíritu patriarcal. Es difícil responder en breve con tan sólo esta afirmación en las manos una cuestión que acaso sea más compleja de lo que parece. Sin embargo hay un asunto previo a lo que ella dice, que creo que es necesario tener en cuenta; me refiero al modo en cómo cada uno vemos o nos acercamos a la realidad. Frente a un asunto existen siempre tres posibilidades de abordaje, la realidad que sea el asunto, si es que hay modo de referirse a algo como verdad objetiva, la opinión de quien hace el comentario y las razones de quien escribe. Sacar algo en claro de la confluencia de este trío me temo que no sea cosa sencilla. Nuestros juicios, los de todos, están determinados por nuestra ideología, por nuestra forma de pensar, por la historia personal de cada uno, incluso por la historia general del mundo. Después de decir esto me tocaría demostrar que en absoluto soy machista, que no considero a las mujeres objetos, etcétera. Pero no, eso me llevaría mucho tiempo y además no me apetece, amén de que obviamente ni soy machista, ni considero objeto a las mujeres y, por supuesto de patriarcal no tengo un pelo. Lo que si soy es un gran amante y admirador de las mujeres. Mi chica, Victoria, que no es nada celosa, escribió una vez un cuento titulado El hombre que amaba a las mujeres, naturalmente inspirado en un servidor. Recuerdo que nos reímos mucho los dos cuando me leyó aquel relato que recreaba mi ciega admiración por las sapiens del otro género. 

Hay una cosa cierta, el feminismo, el feminismo fundamentalista especialmente, ha envenenado en parte, tanto como el machismo, las relaciones entre hombres y mujeres al punto de querer hacernos ver al género opuesto como una especie de enemigo en potencia, alguien, como me decía una amiga, que lo único que busca es tu coño, alguien en quien a duras penas puedes confiar. La foto robot del maltratador, del que se agarra los genitales groseramente para demostrar lo macho que es, del que en la cama en un minuto “acaba la faena”, es una imagen soez que los que, las que, gustan de generalizar pretenden introducir en el subconsciente colectivo una absurda lucha intergénero. Que hay machistas y otros especímenes de semejante ralea, por supuesto, pero de ahí a pretender que los que gustamos de las mujeres y hablamos de sus gracias somos patriarcales y seres poco dignos va una tirada. Resumiendo, el hecho de que para mi amiga X una parte de lo que escribo sobre las mujeres sea indigno de mí es claramente una afirmación que se relaciona no conmigo sino con el específico modo de pensar de X, con su particular modo de interpretar la realidad, que yo obviamente no comparto.

Por otra parte, y ya que estamos, ¿Qué significa eso de ser objeto? ¿Que nos guste un generoso escote y lo expresemos convierte a en objeto a la mujer que lo viste? ¿Qué nos gusta una mujer bonita? Si digo que hay culos que me encantan, a mí y a tantos, ¿habrán de quemarnos en la hoguera por ello? ¿No existe la belleza en los cuerpos, en la insinuación de unos senos, en una mirada, en una sonrisa? Y si existe, ¿manifestarlo es tomar a la mujer como objeto? Cuando la enamorada de turno le dice a su chico: me encantan tus ojos, ¿habrá éste de sentirse objeto y por tanto ofenderse? ¡Hombre, por favor…! Todos sabemos lo que es una mujer-objeto o una mujer-florero, y no por ello extendemos y aplicamos estos conceptos a la generalidad de nuestras manifestaciones sobre las relaciones hombre–mujer. Confundir y mezclar ideas tan dispares no ayudan en absoluto a ese necesario conocimiento recíproco que nos merecemos tanto mujeres como hombres.

Quizás este diario, que es generoso expresando pareceres, gustos o amores del autor, a veces demasiado generoso, debería ser más comedido, pero sucede que teniendo ya tantos años como tengo cómo no me voy a permitir el lujo de decir lo que me apetece sobre lo que sea… Le comentaba hace un momento al amigo Francisco Lorenzo, que abogaba por mantenerse al margen de estas situaciones, que tanto se parecen a una lucha de sexos para que no le zurren de lo lindo, que yo tan sólo me muevo en un ámbito de humilde indagación y con amigos y amigas con los que comparto puntos de vista. Es que si nos descuidamos nos vamos a tener que conformar con hablar unos con otros tan sólo del tiempo. Además, le decía, dejar de jugar es malo para la salud... como los niños, tener cada día una distracción con la que llenar la brisa de la mañana. No es otra cosa todo esto de escribir, comentar, discutir: pura diversión.



Y fin. No estaba seguro del tiempo hoy y he puesto la tienda. He buscado en este campo de fútbol que es la cima de la Najarra el mejor lugar para ver amanecer y allí he plantado mi hogar de las cumbres con la puerta orientada a levante a la espera del espectáculo del alba. Hace frío y por el ventanal de mi tienda llega a mí el titilar amigo de las estrellas. 

Puse el despertador a las ocho menos diez pero, cuando sonó, por levante no se ofrecía nada interesante, un ferruginoso panorama de hilachos de nubes sobre el horizonte frustraban mi deseo de hacer algunas tomas que merecieran la pena. Así que me dormí y sólo me desperté en torno a las nueve cuando el sol me daba en los ojos. Me llevé una sorpresa, ante mí se extendía un magnífico mar de nubes que cubría todo el llano madrileño y que entraba en las ensenadas de los montes de la Cabrera y el Mondalindo formando grandes fiordos como de nieve. Salí pitando del saco y allí estuve de un lado para otro tratando como un notario de tomar nota fotográfica del momento.

 

 

 

 

 

 


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