Eros y Tánatos


Camino de Santiago. Castrogeriz, 14 de agosto de 2008
.
En el altar de mis devociones no pondría, claro, a todas las mujeres, aunque sí a muchas. Hoy el camino solitario, esa gran recta de dieciocho kilómetros hasta Carrión de los Condes, tardó en ser habitada por los caminantes que aparecían con cuentagotas cuando ya llevaba un buen rato andando. No se prodigan tantas simpatías esta mañana, pero las que lo hacen son esplendidas. Nunca fui capaz de expresar mis devociones medianamente bien. Uno siente el flujo de la atracción cargada de un nosequé inaprensible, como maná de alguna divindad que le llama, lo atrae vivamente, como si sustancia de uno mismo perdida en el mundo se tratara, uno siente la magia de la atracción de la hermandad en los rostros, en la demora de una sonrisa, en la fugaz mirada del tránsito y uno entonces cree que está cerca de ese dios que busca desde siempre. Dios que no tiene un rostro preciso, unos ojos castaños, un pelo moreno. ¿Definir esto, nombrarlo? ¡Difícil dilema! Los cenobios de todos los tiempos debieron recurrir a la iconografía como mediadora de la imagen de Dios. Quizás esos rostros femeninos en los que yo miro son los intermediarios entre mi yo y ese otro femenino que duerme en el recóndito anhelo de cada célula. La mujer como incono, la mujer pequeña deidad. ¿Cómo definir la sutil fragancia que lleva al embeleso? ¿Y cómo decir que sólo unas pocas mujeres, etc. Porqué, además, siendo que esto no tiene apenas nada que ver con lo sexual, que en todo caso lindaría con la religión, con la parte más visionaria de nosotros.
Quien se para en el camino y trata de oír el viento que corre por dentro de sí mismo, que trata de conocer los deseos genuinos, sus necesidades más perentorias, siempre descubre en el fondo de sí la sustancia innombrable de un anhelo que corre argentino en nosotros desde el principio de los tiempos.
El que se para y escucha oye a lo lejos el ruido de las olas o el crepitar de un fuego. Eros, pero también Tánatos marcados a fuego en el barro de que fuimos hechos, dos altares, dos inquietudes agitando abrupta y constantemente nuestra sustancia primera. El vuelo nupcial de de la abeja reina como expresión de ambas. No obstante hoy no es día para hablar de muerte. Hoy son las diosas del camino, su sonrisa efímera junto al fresco clamor de las hojas de los álamos que acompañan el caminar.
Y me pregunto si la madre, la tierra que nos sustenta y nos parió no será parte de la misma cosa, la femenina instancia que habrá de nutrir y acoger en su regazo, proteger de la intemperie al niño que todos llevamos dentro. Hacerse hombres y enfrentarse con el mar, las montañas, las inclemencias del tiempo para llegar a la noche a los brazos de ella, de ellas.
.
¿De qué están hechos los mitos si no? El otro día me admiraba el tesón con que Niestzche, en El origen de la tragedia, defendía la ineludible raíz mítica de toda nuestra cultura, la imposibilidad de prescindir de ella. ¿Cómo nuestra soledad planetaria podría prescindir de la mujer, del mito de los dioses fornicadores del Olimpo, de la edulcorada Virgen María de todos los credos, de Isis, de la Pachamama andina? ¿Cómo se podría soportar la vida sin los mitos, sin la expectativa de la belleza.

No hay comentarios: