Ponte do Porto, 15/05/2009




Con un tiempo tan triste como éste a uno irremediablemente le entran ganas de marcharse a casa o al menos recluirse en un caserón al calor de la chimenea. Hoy rodar por los caminos bajo la lluvia apabulla mi ánimo; hace que me sienta un proscrito, un poco. Cosas del ánimo o acaso falta de entrenamiento frente a las dificultades. Contrasta éste con aquél de la señora Silvita, una anciana que me encontré hoz en mano cortando haces de hierba para sus conejos. ¡Dios, qué manera de hablar… y en gallego!, que vamos, que cuando ya no pude seguir el hilo de lo deprisa y apasionadamente que hablaba, me tuve que conformar con asentir y mirar aquella viveza que enganchaba uno tras otros los temas pasando del año de la crisis a la época de los piratas que asolaban las costas gallegas o la de los señores feudales cuyas historias parecían ocurridas ayer mismo. Allí la dejé en lo alto de la cuesta con ganas de seguir charlando hasta la llegada de la noche.


El ramal del Camino de Santiago llevaba a Muxía y yo me apeé antes para rodear la ría de Portocelo por O Lago y Ponte do Ponto, camino del norte. Tras la comida en O Lago llovía, no logré encontrar un resguardo para mi hora de la siesta, así que me aprovisioné en Ponte y subí entre el bosque de eucaliptos con la intención de plantar la tienda en el primer metro cuadrado que reuniera las condiciones para pasar la noche.

Ahora el agua tamborilea en la tela de mi tienda de campaña, un rincón seco y acogedor a donde llega la fragancia de los eucaliptos. Hoy creo que voy a inaugurar mi particular sistema de cine en casa. Cuando anochezca encenderé mi aparatito portátil y veré una película de Ozu, un Ozu que veo con nuevos ojos después de leer la novela de Barbury, La elegancia del erizo. También oigo con mayor atención la música de Purcell. A veces hay que leer para que alguien nos recuerde nuestros particulares gustos, alguien que nos redescubre los recovecos de alguna película o que nos levanta las ganas de volver a oír una partitura.

Por otra parte, la lectora de El Buscón de Quevedo es tan horriblemente mala que en un tristrás he estado de dar por leída la obra. Hoy no estoy seguro de que la altura a que nos han puesto siempre a Quevedo sea objetiva, me cansan tantos chascarrillos y tantas agudezas. En mi anterior caminata leí Los sueños y ya me sucedió algo parecido. De acuerdo en que su prosa es brillante y su vocabulario exquisito, pero su temática y el punto de vista con que se acerca a ella son bastante restringidos. Para mí que las agudezas son tantas que a veces se siente que el relato está en función de ellas y no al revès. En fin, entre eso y la lectora que parece leer para aborígenes australianos con su vocalización para sordos, pues que se me está atragantando Quevedo.

Y como sigue lloviendo, mejor cambio de tercio y me voy con los versos de Francisco Brines, que me gustan cantidad. Versos de amor de un poeta a quien el tiempo está jugando la mala pasada que nos juega a todos. Oíd estos versos, por ejemplo:



a mí me encantan; son más austeros y angulosos que los de Neruda, pero también más verdaderos; hay un corte de cotidianidad en ellos que me encanta.

El vagar por Galicia tiene también ese aroma de mujer que asalta cada primavera a todo bicho viviente.

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