Los píos guardeses del Albergue de Arrés

Arres, 10/04/11
Atravieso a las seis de la mañana las silenciosas calles de Undués iluminadas con los farolillos naranjas de los nacimientos. Busco con la brújula la salida del pueblo, un caminillo que se adentra bruscamente en la oscuridad. Una estrecha calzada que debe de tener muchos siglos de existencia, culebrea cuesta abajo por la pendiente pedregosa. Después de media hora el cielo empieza a aclarar por levante, una mancha lechosa que descubre al norte una masa de nubes un tanto sospechosa. Lomas incultas cubiertas de espinos, brezos, berrocales que aparecen todavía como fantasmas en la noche perfilados por la luz del amanecer. Después aparecen pequeños campos de trigo, los pinos y el sendero se irá precipitando poco a poco hacia el pantano de Yesa. Es ya como estar pisando los senderos del Pirineo, bojes, pinares, robles; el camino discurre largamente por la ribera del pantano. Zona inundable, advierten unos letreros cada tanto. Parece que hay un proyecto de ampliación del pantano que arrasaría con parte del Camino de Santiago, aparte de anegar zonas de bosques y prados, amén de hacer desaparecer un par de antiguas ermitas. Rocas pintadas de azul advierten todo el rato contra el peligro de la inundación que se aproxima.

Y ya entrada la mañana, de golpe, unos extensísimos y bellos campos tapizados de flores amarillas que dan al paisaje un toque impresionista y bello. Pregunto, son las flores de la colza. Y poco más allá, sobre un campo de estas vivas flores, aparece apacible y espléndido el Pirineo; todas las altas cumbres del valle de Ansó y de Hecho; un farallón de cumbres nevadas que corren en dirección este sobre los campos de colza.
Mi lugar para comer, allá por las dos de la tarde, era Artieda, parece que el único lugar posible; pero Artieda está en un alto muy alto para mi ánimo y, además, tengo que desviarme de mi ruta. Sólo llevo unas migajas de pan y un poco chocolate, pero no me resigno a la cuesta que sube a la derecha hasta el pueblo. Opto por pasar hambre.
Hace un día soleado pero frío, el viento enfría el ambiente y de paso hace difícil mi lectura, Amor bajo la lluvia, una obra de Mahfuz situada en los tiempos de la guerra entre Egipto e Israel de los años sesenta. Las sutiles diferencias de otra cultura se convierte en el agradable sabor de lo otro. El mundo islámico construye su propia síntesis a partir de sus raíces y del encuentro con Occidente. Cruzo un río, lleno mi cantimplora. Poco más adelante el viento me impide leer. Apago mi ipod. Demasiados kilómetros seguidos para mis pies. En un altillo, a no muchos kilómetros de Martes, a donde deberé desviarme para comer o comprar algo de comida, no resisto la tentación de protegerme del viento en un corral tapizado de césped. Allí daré cuenta de las migajas y el chocolate.

Por la tarde camino por un paisaje barrido por el viento, pero lleno de belleza, de sus campos verdes, de los cultivos de colza con su llamativas flores de amarillo pálido, de las montañas cubiertas de nieve y niebla. Me siento feliz. Con las manos en los bolsillos, descansado, aunque con los pies doloridos, vuelvo a ser el caminante sin rumbo, todo yo soy caminar; me sorprendo a mí mismo tarareando un tango. El campo está precioso. Ya no voy a Marte, el pueblo próximo, no me resigno a desviarme de este camino, de las flores, de las montañas, pero sobre todo de esta paz que me ha sobrevenido de golpe en este páramo arrasado de viento.
Y poco más allá... con la iglesia hemos topado, amigo Sancho, o casi. Llegué apurado al albergue de Arries, se me hacía tarde. Camaradería muy de entrada del guardés, como si nos conociéramos de toda la vida, pero enseguida descubrí que aquello, bajo la apariencia de siéntete como si estuvieras en tu casa, significaba otra cosa bien distinta: ante todo la fórmula, lo hábitos de la casa; una pareja regenta el lugar, son los hábitos que a ellos, guardeses experimentados, dueños de su casa, les ha dado por instituir. No hay otra opción, meten a todos en su saco y convierten el lugar en un cenobio dirigido por el padre superior y la madre superiora. Como buenos peregrinos todos comemos y bebemos juntos (luego descubriría que el guardés, padre de la grey de su albergue, se dedicaba a contar las copas de vino que queda comensal consumía, ojo avizor hacía de guardés y de intendente). Después, cuando la cena ha concluido, se inician los ritos: se enciende una vela, se apagan las luces y suena durante cuatro minutos una canción que habla, de eso, de los peregrinos. Oímos en silencio, todos dados de la mano, muy cándido. Cuando la ceremonia ha concluido, se encienden las luces y se procede al juego de los deseos. Cada uno ha de coger una hebra de lana y anudándola en la muñeca del compañero de al lado, formula un deseo para el mismo. Después vienen los abrazos y los besos. La guardesa, haciendo gala de una intimidad que no viene a cuento, dedica sus mejores deseos para que el guardés siga a su lado por el resto de la vida. Después vienen los problemas prácticos, fregar los cacharros, los peregrinos, se entienden, mientras el guardés, de brazos cruzados contempla a su cofradía haciendo la faena. Última noticia: por la mañana se desayuna también en comunidad, a las siete de la mañana. No hay opción. Para terminar el día sólo falta de besito de buenas noches.

Ya en el dormitorio comento lo de las siete de la mañana y el desayuno con la pareja y el alemán con los que comparto la estancia; resulta que para ninguno la hora es conveniente, todos tienen la costumbre de levantarse mucho más pronto. ¿Qué hacemos?, dicen. Al final deciden dejar las cosas como están. Es curiosa esta gentecilla de tufillo eclesial tan notirio, que hace de su forma de pensar y de sus hábitos un modelo para todas aquellas personas que pernoctan en un establecimiento del que ellos sólo son sus administradores.
Pongo el despertador a las seis y media. Me levanto. A las siente menos diez allí no se mueve un alma. Recojo, voy al servicio. Cuando subo a los dormitorios, me encuentro con la guardesa, que se queja de que la he despertado, pese a que voy descalzo; le digo que son la siete menos diez. Definitivamente no soy el santo de su devoción. No espero al desayuno; cuando me voy apenas contesta a mi saludo. Sí, señor, católicos de los de armas tomar












7 comentarios:

Marga Fuentes dijo...

He leído tus enriquecedores comentarios sobre el camino que has emprendido nuevamente, Alberto. Qué vida tan viva llevas. Voy aprendiendo mucho de ti, para cuando me lance a la aventura y me ponga el mundo por montera.
Me he reído con tus impresiones sobre los guardeses.
Te voy siguiendo y disfrutando de esas fotos únicas.
Me alegra que hayas retomado la escritura y el camino.
Un beso,

JotaPC dijo...

Te leo, desde Santiago, desde que pasaste por Galicia hace uno o dos años; y es un gusto compartir tus experiencias pero, sobre todo, es un gusto la literatura que haces. En fin, eres un amiguete entrañable y desconocido. Gracias

la granota dijo...

Qué preciosos amarillos!

Alberto de la Madrid dijo...

Gracias, Marga. Nos vemos, y buen camino también para ti.

Alberto de la Madrid dijo...

Hola JotaPC,
Hace no mucho hice un viaje de medio año por Asia y parte de Oceanía, y en el transcurso de él encontré una amiga en el ciberespacio, que fue desde entonces "mi entrañable amiga desconocida". Hicimos mucha escritura con nuestros intercambios, discutimos, discrepamos, celebramos nuestros muchos encuentros y desencuentros en relación a todo lo que surgía de la escritura o de la experiencia diaria, yo en continuo movimiento de un lado para otro y ella atada a un trabajo que apenas la dejaba tiempo. La verdad es que fue una grata experiencia. Un abrazo

Alberto de la Madrid dijo...

La Granota.
Quizás no había pasado nunca en el momento preciso de la floración por uno de esos campos, quedaban preciosos contra la mole nevada de los Pirineos al fondo.

LuisBas dijo...

Muy bonitos los paisajes y la experiencia asombrosa para estos tiempos de botellon y desenfreno.
Fuerte abrazo.