Este vivo rincón del templo

Coll de Beniamar – Cala de Tuens, 05/05/11



Este vivo rincón del templo donde convergen en la hora de más calor misteriosos reclamos orientales, las deidades de Bangkog, la sanguinaria presencia de Visnú en los templos de Calcuta, la sagrada Benarés junto al río sagrado, el Ganges; donde convergen por obra y gracia de esa mixtura de la lectura de un libro, del sudor, de la naturaleza austera, de los encinares, de los escarpados calcáreos arrancando desde los fondos de los barrancos hasta las atrevidas cresterías que rodean el valle que recorre el camino entre Soller y Sa Calobra. Templo a veces, sí, porque las sensaciones se agolpan, se remueven, asoman las emociones como una repentina reacción química que, la conjunción en el mismo tiempo, de espacios diferentes y lejanos, tiene la capacidad de provocar en el caminante en forma de perpleja sintonía con la nataraleza agreste por la que pasea.



La lectura de El templo del Alba, de Yukio Mishima, me acompaña desde poco después de superar los primeros repechos por encima de Soller; así que pronto ya estoy con un pie en Mallorca y otro en Bangkog, en medio de una cultura que sin serme extraña pugna por abrise paso en mi entendimiento. En mi viaje somero a Thailandia, y siempre desgraciadamente mis viajes parecen destinados a ser someros, porque es evidente que la complejidad de las culturas necesitan de contactos mucho más profondos y dilatados en el tiempo, aparecen templos y circunstancias no muy diferentes a los de la novela que leo, y sin embargo cuán lejano me siento: sus templos, sus reencarnaciones, esos budas cargados de oro, una complicada liturgia que no comprendo pero que aún así me parece lejana de las enseñanzas de Buda, que sí conozco. Lo que vi en los numerosos templos budistas que visité en Bangkog no se diferencia mucho de lo que pueda observar en España o Italia en nuestras iglesias católicas; los rastros del Jesús del Evangelio son casi imposible de seguir en ellas, en sus sermones, en la fastuosidad del Vaticano. En Oriente creo que sucede algo similar con Buda, siempre, claro está bajo esa mirada somera a la que me refería más arriba. La liturgia se lleva la tajada más grande de estas religiones, aunque de hecho llamar religión al budismo no sea del todo correcto.



Hoy clareaba el horizonte entre las encinas y los pinos cuando me desperté. Un lecho frío toda la noche no sé si porque mi cuerpo está algo destemplado o porque realmente la temperatura era mucho más baja de lo que yo esperaba. Eché a caminar pista abajo la buena colección de tornantis que me dejarían en el col de Soller, no sin antes tener que trepar dos altas vallas que ostentaban visibles y enormes carteles donde se leía: PROPIEDA PRIVADA, PROHIBIDO EL PASO, la cantinela de tantas veces. No sé leer. No creo que vaya a votar en las próximas elecciones ni en las subsiguientes, pero probablemente lo haría con gusto si algún partido político incluyera de forma relevante en su programa electoral la impulsión de una ley contra el uso abusivo de la propiedad privada, una ley que se denominase algo así como Ley de propiedades privadas abusivas, o Ley de propiedades privadas fuera del sentido común. El invento que hizo hace siglos de la propiedad privada un hecho incontestable e inviolable, debe ver en algún momento del futuro algo más acorde con la justicia y con el sentido común: todas esas inmensa propiedades, media España, que pertenecen a cuatro señoritos; o aquellas que sin serlo tanto ocupan lugares naturales relevantes, que es impropio no reviertan a la comunidad, o al menos, en un paso previo, que se las pueda someter a derecho de tránsito. Mallorca, en lo poco que llevo visto y en lo que me han contado, parece ser uno de esos feudos de propietarios testarudos que a cal y canto cierren a llave y cantado una parte grande de la isla. Yo bajaba simplemente del Teix y el único camino para llegar a Soller estaba cerrado por algunas de esas famosas vallas (también el día anterior, en mital de la cordal que lleva a la cumbre del Teox, había otra prohibición escrita en grandes caracteres). Al final del camino me encuentro con una fábrica, una embotelladora de agua mineral, un camino sin salida. La fábrica comercia con el agua que es de nadie, es decir, de todos, y para ello cierra el valle a cal y canto; los señores del agua ha sellado la entrada, la salida, todo; la última de las tres puertas es una automática corredera de un par de metros de alta. Magnífico. En fin, cosas más tristes se ven.



Con mi paso de anciano en ciernes (¡horror!), o al menos ese modo de hacerlo pausado, lento, sin prisas, siempre un paso detrás del otro sin apercibirse del tránsito de las horas; con ese paso vuelvo a adelantar a la pareja de cuarentones ingleses que hace diez minutos me han dejado atrás bravamente como si fuera a estar de vuelta de Sa Calobra dentro de unos minutos. Con ese paso, como si de un monótono rito religioso se tratara, reiterativo, igual, lleno a veces por el incienso de la inspiración, por los recuerdos, por la concurrencian del mundo que desfila por mi cabeza como si todos los elementos estuvieran dispuestos en un pentagrama y la partitura entera constituyera una bonita melodía de conjunto; con ese paso recorro hoy las quebradas al norte de Soller, un bello paisaje de amplias terrazas donde crecen naranjales y limoneros, donde el camino, empredado y bien dispuesto, deja a un lado una discreta fuente nacida de las entrañas de la tierra en el fondo de una cueva, se entretiene entre encinares, pasa bajo los pinos, sube afanosamente hasta el collado de Beniamar desde donde debería ver el mar que me tapan las copas de las encinas, donde me paro a descansar un rato, a comer, a dejar por escrito estas cosas que se me ocurren mientras camino.

Aquellos tiempos en que la conciencia mojigata heredada de un colegio de curas se perturbaba por la presencia repentina del ángel de turno... la inspiración repentina, ese rayo de sol que atraviesa la espesa capa del sueño para hacer de un cuerpo el alma de todas las cosas, la tenue conjunción del deseo. Sí, me desperté en medio del puente entre el sueño y la realidad del encinar en donde sesteaba. Ella era Flor de Estévez, la destinataria de la correspondencia de Maqroll el Gaviero, mujer de armas tomar entre barbados marineros, aquellos Marineros intrépidos de la película de Ford. Nada de perturbaciones, una deliciosa aparición al fondo de la cual retumbaba la tormenta amagando con truenos poco convincentes. Encerrado entre las paredes del duemevela, la tormenta que vibraba por las alturas y el cantar de los pájaros revoloteando entre las ramas de las encinas, tuvo lugar la milagrosa liturgia que de tanto en tanto surge por arte de birlibirloque como un milagro de las entrañas de la nada.

Miro el mapa. Un camino en descenso me llevará en no mucho tiempo hasta Cala Tuens, desde donde treparé el monte para volver a bajar hasta Sa Calobra, donde a su vez espero remontar el espléndido Torrent de Pareis si el cauce no trae agua en exceso.

Me pongo en camino y poco más abajo vuelvo a admirarme, esta vez del paisaje que de imprevisto aparece frente a mí. La niebla remolonea entre los picachos que caen a pico sobre el mar. El mar yace al fondo rodeando las montañas en su abrazo azul; el camino, empedrado, atraviesa por encima del espectáculo sumándose a la armonía del conjunto. Es muy bello todo esto.

Decía uno de los personajes de El templo del alba, que en la luz vespertina se encuentra condensada toda la historia del arte. Yo no diría tanto, pero es hermoso después de caminar todo el día sentarse junto al mar para contemplar el espectáculo con que el día se despide sobre la alfombra dorada del mar. Llego justo en ese momento notable. Pido agua a unos pescadores que dan cuenta de su cena y me largo rápido para no perderme la función. Cala de Tuens, un pequeño golfo rodeado de montañas donde el agua besa una playa de guijarros con un ruidito desacompasado y monótono. Mi cena será una botellita de agua, mi despiste últimamente es notorio; mi dormir una cuna mecida por el eco del agua rompiendo junto a mi saco de vivac. 










 

No hay comentarios: