En las tierras de Maqroll el Gaviero

Alcudia, 31/07/11



Había dejado todo preparado para una emergencia, la posibilidad de una tormenta repentina formada durante la noche, el macuto hecho, todo dispuesto para salir pitando o guarecerme bajo la capa y algún plástico; incluso había descendido a una pequeña sima que se abría justo en la cumbre a investigar una posible protección contra la lluvia. No hubo necesidad de tanto alboroto, incluso resultó una noche un tanto cálida, habría bastado con dormir desnudo.



Antes de dormirme había estado oyendo el concierto para piano de Rachmaninov, una delicia para un final del día, los ojos cerrados, las estrellas sobre mi vivac, el silencio de las alturas. Volvía a soñar intensamente, demasiado intensamente. Me daba la vuelta con regularidad, bebía un poco de agua, miraba el cielo estrellado, me sumergía en un nuevo sueño. Vivir muchas vidas, esa era la sensación cuando el cielo empezó a dar muestras de que el amanecer se acercaba. Quería ver las primeras luces sobre la bahía de Pollença; las vi, era una hermosa visión, esa exclusividad de la soledad para recibir la entera fuerza de la naturaleza en el momento clave del comienzo del día. Me sentía dueño de la exclusividad de este amanecer sobre las armoniosas bahías de Pollença y Alcudia. Tenía un largo descenso de mil cien metros de desnivel por delante. Mientras terminaba de amanecer fui siguiendo los hitos que indicaban aquí o allá el itinerario de bajada. El sol, un mazacote sólido, una bola de fuego, se empezó a elevar desde el centro de la bahía lentamente, con pereza. Siguieron un par de sermones que larga Krishna, quince minutos de camino-reflexión y más tarde el pesado legajo de la intervención de Estados Unidos en la guerra entre Timor e Indonesia; los policías del mundo velando siempre por sus intereses allá donde se pudiera sacar tajada; Timor era un perro chiquito y Suharto un socio sanguinario que de momento servía los intereses norteamericanos. El camino se fue acercando poco a poco al llano, a Pollença, al mar.

Me deshice de todo, la playa de la bahía, llena de algas, estaba vacía; me metí en el agua, me fui quitando poco a poco todo el sudor de una semana; el agua estaba a una temperatura agradable. Luego caminé descalzo por la arena hasta las cercanías de Alcudia. Los parapentes, un agradable conjunto de colores poblando el cielo, ayudaban a deslizarse velozmente a estos esquiadores del agua.
Estaba en la tierra en donde Álvaro Mutis llevó a su fin la vida de Maqroll el Gaviero, un personaje que me entretuvo con sus aventuras durante más de mes y medio. 







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