Camino de El Portillo, 12/05/12
El cansancio y el calor me tienen despatarrao bajo la sombra de un
pino imposibilitado de hacer otra cosa que no sea dormitar. En día y
medio sólo he encontrado un chiringuito donde tomarme un café con
leche y un pedazo de tarta de manzana. Formaba parte del guión
previsto, pero que contemplado desde la lejanía será sólo la
sombra de lo que pensaba, especialmente en lo que se refiere a mi
forma física: el peso desorbitado de mi impedimenta, el cansancio,
los músculos atorados, el calor, la rótula una lástima. Vamos, que
no es bueno abandonar los buenos hábitos y conviene caminar al menos
un buen pedazo cada semana para mantener a este amigo de las
caminantas, nuestro cuerpo, en mediana disposición de ánimo. Estás
en forma, caminas y todo va sobre ruedas, pero ¡ay!, lo dejas una
temporada y estás perdido, durante los primeros días parece como si
no hubieras caminado en tu vida.
Y, además, sin apetito, intentando salir de la somnolencia como un
ahogado en ciernes, a brazo partido, luchando contra el calor, las
moscas, el cansancio, el pensamiento recurrente de los ochocientos o
setecientos metros que me quedan por subir hasta el lugar en donde
encontraré un refrigerio (¡iluso de mí!). Pero el sol cae a plomo
y la sombra desaparece a la vuelta de la esquina; y si por otra parte
demoro la travesía de esta tierra asolada lo mismo no llego antes
del cierre de todos los presumibles restaurantes de El Portillo (como
de hecho sucederá).
Antes de ayer también era una solanera y sin embargo logré subir al
final del día con el macuto hasta los topes desde el nivel del mar
hasta los setecientos metros de desnivel, lo que estuvo muy; ayer
mismo fue alcanzar la cota 1400 metros y después atravesar durante
todo el día, a través de interminables pinares sobre la ladera
occidental de este enorme lomo de burro que recorre la isla desde el
sur de Santa Cruz hasta la vuelta de caracol en el extremo que
termina en la cumbre del Teide. Pinos y más pinos, a veces enormes
brezos, que forman un palio sobre el camino, hasta que el paisaje se
abre frente a unos escarpados y entonces aparece en el centro de su
reino el gran señor del lugar: el Teide; y como ya la noche empezaba
a rondar los cielos, abajo en el valle de Orotova, se fgueron
encendiendo las constelaciones terrenales y ambarinas de la ladera,
y entre las cuales se veía desfilar los faros de algún vehículo.
Dormí en mitad del camino, no había otra, frente a este paisaje de
lucecitas diseminadas por las faldas del vocán. En algún momento me
recordaron el paisaje nocturno de La Paz, en Bolivia. Allí el
gigante nevado que se levantaba sobre el enjambre de las luces de la
enorme hondonada de la ciudad, era el Inti-Illimani, una bella y
afilada cumbre constelada de glaciares. También tenía el aspecto
del llano madrileño cuandoi subo a dormir en día de luna llena a
algunas de nuestras cumbres del Guadarrama. Por demás fue visto y no
visto, cerré los ojos y quedé dormido como un bendito.
En la mañana, la reiteración del paisaje de los pinares que bajaban
hasta Aguamansa me invitó a la lectura. Tuve que elegir entre
Almudena Grandes, Moby Dick, de Melville, de tan grata lectura hace
veinte o treinta años, o el Romance de Genji (Genji
monogatai), de Sikibu Murasaki; novela japonesa del siglo XI que
pasa por ser por ser la primera novela de la literatura universal.
Opté por esta última. Me enganchó desde el primer momento un
cierto aire proustiano que encontré en sus páginas; los amores de
Genji y los amores de Proust, o su álter ego en todo caso, forman
parte de lo más universal que el hombre tiene la gracia de vivir a
lo largo de su vida. Me pregunto si conocería Proust esta obra, una
época cortesana de pleno culto a la belleza y de una sofisticación
que estaba muy por delante de nuestro oscurantista y medieval siglo
XI. Nuestras referencias culturales están tan centradas en nuestro
entorno occidental que fácilmente olvidamos el esplendor de otras
culturas orientales que en aquel tiempo eran más pujantes que la
nuestra.
En un par de horas de lectura Genji aparece como la réplica oriental
del enamoradizo Proust. De hecho parece obvio que tanto Proust como
Murasaki (unas de las pocas mujeres de la historia de la literatura
antigua) hubieron de explotar con largura su propia experiencia
personal; Proust asumiendo el papel de galán y la autora de el
Romance de Genji extrapolando a partir de su condición
femenina las tramas de la insaciable sed que lleva a hombres y
mujeres a buscarse cualquiera sea la clase y condición de los
mismos.
Mis reflexiones de hoy mientras bajaba pisando huevos, gracias a mi
rótula, las empinadas pendienbtes sobre Aguamansa, estaban en
cuestionar, vieja afición mía, el concepto del matrimonio
convencional. Un deporte, el mío, al que tengo afición simple y
llanamente porque me parece mucho más lógico que uno/a se enamore
un montón de veces en la vida, al contrario de lo que los cánones
vigentes establecen. Más lógico, más divertido, más amable con la
realidad, pero sobre todo más real. ¿A qué negar lo que es tan
evidente? No es que vaya a defender una poligamia sin ton ni son,
simplemente es que me parece de cajón que don Marcel se enamore
primero de alguna de las muchachas en flor, después de Albertina,
más tarde de la señora de Guermantes... y así sucesivamente. Si no
hubiera sido la cosa así ¡que desgracia para la literatura
universal! A ver de qué habría podido llenar el señor Proust su
vida, si no. Y no hay que ser un tenorio o un degenerado para
entender que la ternura y el afecto entre seres de cualquier sexo
debe de andar por ahí como el aire rondando el olfato de todos los
humanos, y que no sirve, por tanto coger un tapón y encapsularlo
negando nuestra universal afición a lo femenino.
Ah, por cierto: ¿los celos? ¡Al cuerno con los celos! Los celos
sólo son un mal apaño del sentido de la posesión y de la propiedad
privada. Un mal asunto que por fuerza huele a privarle a uno de
respirar el aire que envuelve el planeta. Ni raros ni extraños los
sueños de Proust o los de Genji; poderse enamorar cada primavera es
una condición que parece ir en perfecta armonía con los ritmos de
la naturaleza y de la condición humana.
Uf,
admirado estoy de cómo me funcionan las hormonas pese a la cuesta,
el cansancio y la rótula hecha una pena. No es mala señal. Ahora el
sol sigue apretando pero debo de hacer el esfuerzo por continuar mi
camino; al hecho pecho. Intentaré aliviar la subida con los
escarceos amorosos de Genji.
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