Grimaldo, 06/02/13
Para la rusticidad
de un salvaje como un servidor, llegar a Grimaldo y encontrarse con
una casita de pueblo acogedora con cierto aire de hogar, y por demás
solitaria y como esperándome con los brazos abiertos, es una suerte
de inesperado gozo. Y es que uno es frugal y habituado a los
sencillos encuentros que el camino depara. Ahora parecerá una bobada
pero miro allá a lo lejos el tendido eléctrico, por ejemplo, desde
mi mesa del restaurante, mientras como unas chuletas de cordero, y
pienso que el mundo funciona bien. Salido de la tierra, de un vivac
de emergencia, caminando en la noche por el paisaje lunático del
embalse de Alcántara, oscuro como nunca, sin rastro de civilización
que no sea el asfalto que pisas, y entrando en la civilización, las
carreteras, un par de pueblos y encontrado el confort, unas judías
con pulpo en la mesa, unas chuletas de cordero, un mus de yogur,
vino, café, una casita para él solo... mira ahora por la ventana
del restaurante y se siente agradecido con el mundo. La sombra
fantasmal de los chorizos y los cretinos que ensucian con la ponzoña
de su materia gris la geografía de mi país me parecen en estos
momentos males menores. Hace bastantes días que no miro los
periódicos, pienso en nuestra actualidad social y política como si
fuera cosa lejana; el mundo no se ha hundido, los pájaros siguen
cantando, el campo está lleno de flores. En estas circunstancias uno
se siente más cerca de san Francisco de Asís que de la compleja
realidad de la que hablan los periódicos.
Hoy el caminante
empleó parte de su tiempo en leer a Almudena Grandes, Atlas
de geografía humana; muy
temprano, cuando temeroso de encontrarse con un profundo barranco
artificial, miraba con desconfianza desde mucho antes de que
amaneciera cómo los camiones con sus bombonas de hormigón habían
empezado a desfilar en dirección norte a unos cientos de metros de
su camino. Quería probar, ya había tenido que abandonar años atrás
Las edades de Lulú,
una historia que se le resistió hasta que decidió abandonarla, pero aquel ensayo no podía
descartar definitivamente a esta mujer grandota que tantos lectores
tiene y a la que me apetecía conocer un poco más. Entre otras cosas
porque las mujeres grandotas son un enigma para el caminante en todos
los aspectos; él, que siempre gustó de las mujeres pequeñas, más
todavía si cabe después de su larga experiencia con aquella genuina
mujer pequeña que él conoció y añora en no pocas ocasiones, no
sabe bien cómo acoger estos otros seres, que como si fueran de
diferente género o especie superan acaso sus expectativas cuando
piensa en la inabarcabilidad de sus proporciones. ¿Que qué tiene
que ver una novelista con estas cosas?; pues la verdad es que no lo
sé muy bien, pero es algo a tener en cuenta. En la mente del hombre
el hecho de ser mujer es algo que se proyecta con especial fuerza
sobre cualquier otra faceta que ésta emprenda, algo que en absoluto
sucede con un autor varón. Quizás acaso tenga que ver la incógnita
que somos unos para otros; porque por mucho que creamos conocer a una
mujer la verdad es que siempre será un conocimiento parcial, de ahí
cierto aura de misterio que envuelve siempre lo femenino. Por demás
existen matices que complican las cosas, así podríamos hablar de lo
femenino grande, la mujer grande, la mujer pequeña, la mujer muy
inteligente, la excesivamente bella, la mujer artista, aquellas que
no son tan agraciadas en belleza; la lista podría prolongarse
bastante más. La mujer grande puede llegar a intimidar, y si además
es muy inteligente, apaga y vámonos, pero sin embargo si ésta
siendo grande e inteligente no es guapa, uno puede llegar a sentirse
seguro; la belleza es una de las cosas más perturbadoras que
existen. Hay múltiples variables, unas excluyentes y otras que
facilitan el acercamiento. Por demás, no sería necesario decirlo,
la percepción de estas cosas puede variar de un momento a otro en
función de cómo se encuentre uno, estar animado y con la autoestima
alta ayuda a enfrentarse a las pequeñas beldades con las que uno
puede tropezarse, mientras que en caso contrario y en situación
similar uno podría sentir la tentación de meterse debajo de una
mesa antes de dar la cara; por supuesto estar bajo una crisis de
timidez o un poco abrumado por la propia insignificancia puede llegar
a ser catastrófico para un armónico equilibrio en los encuentros.
Llevando esto al
punto de partida de que hablaba más arriba, la autora grande (grande
de apellido y grande de dimensiones físicas) que es la creadora de
mi novela, sería mucho más grande si su novela fuera realmente
buenísima; lo que no sucederá si tras su lectura mi opinión es
similar a Las edades de
Lulú. Desde el punto
de vista de la intimidación, ese juego que representa Chaplin
actuando de Hitler frente a Musolini, en El
gran dictador, donde
los complejos de inferioridad y superioridad se saldan en la
secuencia inolvidable del encuentro entre ambos, estas cosas son de
vital importancia y están inoculadas en nosotros tan profundamente
que una parte importante de nuestra percepción social y política
está bañada por ella. Un ejemplo, decía Antonio Gala hace poco en
una entrevista, que le daba lástima ese personaje, Rajoy; a mí
también; respecto a otros muchos personajes de la política puedo
decir que son totalmente despreciables; el rey me hace reír el
pobre; el Papa y su cohorte me parecen no menos cretinos que alguno
de nuestros políticos. Según he ido cumpliendo años los mitos que
me inculcaron desde mi niñez, que entraron por mi piel como
consecuencia de ese clima de exaltación de la autoridad como seres
muy por encima de los ciudadanos de a pie, han ido desapareciendo
hasta convertir a aquellos personajes que se escondían tras la
máscara de su excelencia en puras marionetas, payasos tantas veces
usurpadores de la voluntad común.
Es fácil de
entender, hay una diferencia notable entre lo que uno percibe y lo
que es eso que está delante de nosotros. Pero también es sencillo
saber que a efectos prácticos, y pese a nosotros mismos, es la
percepción primera la que sigue llevando la voz cantante. Sentirse
cohibido, crecido, en igualdad, en armonía con el mundo, natural,
espontáneo, son sensaciones que preocupan a todos; todos aspiramos a
estar bien dentro de nuestra piel y para ello hacemos como las ranas,
croamos, escuchamos, vamos de acá para allá aprendiendo nuestro
lugar y conociendo a los congéneres que nos rodean.
Sí, la novela quedó
interrumpida repentinamente frente a una valla de alambre tras de la
cual se abría un profundo barranco. El camino había desaparecido
por arte de birlibirloque, las excavadoras se lo habían tragado y
ahora, donde antes estaba el camino sólo se encontraba el puro aire.
Me asomé al vacío, la tierra estaba cortada rigurosamente por los
dientes de la excavadora, cincuenta o sesenta metros habían socavado
con sus palas dejando una pared que se aproximaba a la vertical. En
esta ocasión ni siquiera un cartel, una advertencia, nada. Tuve que
abandonar a Almudena Grandes hasta que resolviera cómo alcanzar el
otro lado del camino que veía a vuelo de pájaro trescientos o
cuatrocientos metros más allá, en la parte opuesta de este barranco
artificial. Tenía que encontrar la manera de descender hasta la base
de la autovía y buscar un lugar donde el talud se suavizara. Lo
encontré trescientos metros más abajo, hacia el oeste. Fue como
descender por el barroso talud de una altísima morrena de los Alpes;
el talud terminaba en un caos de rocas que cubrían el hormigón de
la parte alta de un túnel. A los responsables de estas cosas de la
autovía les habría costado muy poco trazar un camino provisional
por este caos, pero se ve que la desidia o la falta de un sentido
común, respetuoso con los peregrinos o los caminantes, tuvieron más
fuerza. Cuando pude retomar mi novela, el campo estaba cubierto de
jaras y estepa negra, el paisaje volvía tras el caos a su apacible
normalidad; más allá corría un tramo de la calzada romana que
lleva a Astorga.
Apenas amanecido el
campo se llena del ámbar que hace de las siluetas de los toros y las
vacas, vagando atolondrádamente junto a un enorme árbol, un
atractivo motivo fotográfico, que mi cámara recoge lo mejor que
puede.
Después de tomar un
refrigerio en Cañaveral el camino se complace en sortear los pinares
que alfombran las montañas cercanas. El sendero, poco antes de llegar
a Grimaldo, discurre bucólicamente al otro lado por amplios
praderíos cubiertos de alcornoques que muestran su piel desnuda y
oscura como grandes patas de elefantes.
2 comentarios:
El camino debe encontrarse cortado en multitud de tramos de esta etapa debido a las obras del AVE a Lisboa
No sé si es el Ave o una autovía, pero los tíos no se cortan un pelo, hacen desaparecer el camino, dejan un barranco infranqueable por medio, y si te he visto no me acuerdo.
El encargado de la estación de Río Tajo estuvo de lo más amable.
No sé si os incumbe, pero hay unos listillos de un hostal de Río Lobos que en cierto punto han hecho desaparecer las señales y dirigen a los peregrinos con montones de señales amarillas hasta su hostal restaurante. A mí me salvó el gps pero a un francés con el que me veo de vez en cuando desde hace dos días le hicieron dar una vuelta de mil demonios. Como ves no sólo hay listillos en la política. Más adelante incluso vuelve a insistir con pintadas sobre el asfalto... la leche.
Publicar un comentario