Ha llegado el invierno





Cercanías del puerto de Artisiaga, 28/04/2013

Había extendido mi saco en un colchón de paja de una borda que había encontrado en los prados altos de Elizondo y estaba empezando a dormirme cuando gruesos goterones empezaron a caer por todos los lados desde el techo. No cabía otra solución que poner la tienda dentro de la borda. Por lo demás dormí como un rey, no hacía frío, dormí largamente, llevaba por delante un día a Ramón, no había prisas. Cuando me levanté el tiempo estaba cerrado pero se caminaba bien, los bosques despertaban entre la bruma. Abajo Elizondo era una mansa civilización, una excepción en el espléndido despliegue que la naturaleza ponía frente a mis ojos. Aparecían de tanto en tanto casas en las profundidades del valle adormecidas junto a extensos prados brillantes, pero la reina de todo esto era sin dudas la salvaje belleza de los hayedos, su verde pelusilla sobre las ramas despuntada apenas unos días atrás, sus pies verdes y umbríos parecidos a grandes pezuñas de elefantes disfrazados para el carnaval. Impresionan los bosques dueños y señores de la soledad de estos valles apenas transitados por anónimos caminantes.


Temo que no he venido en la época adecuada, todo este es hermoso pero es una hermosura prematura para el equipamiento que llevo, tendré la oportunidad de comprobarlo de manera inmediata, un poco más arriba cuando la nieve haga su presencia en forma de un enorme manto que por encima de las hayas cubrirá con una espesa capa los arbustos y la hierba. Allí escuché lejos la cháchara inconfundible de un grupo de mujeres. Resultaron ser francesas, sus compañeros varones venían más atrás. Qué cosa ésta de las dones, siempre parlanchinas a tope. Delante o detrás, pero siempre oyendo constantemente su cháchara interminable. Venían preparados, la nieve era cada vez más densa, yo empecé a echar de menos mis guetres, los guantes de lana, mi gorro de altura; empecé a presentir que sí, que no venía preparado para una aventura invernal como aquella. Cuando me despedí de los franceses en las cercanías de una borda, la densidad de la nieve aumentó, también las dificultades de orientación, las señales eran cada vez más difíciles de seguir, enterradas en la nieve o tapadas por restos de la última ventisca. Me encontré con un entusiasta caminante que hacía elogio del hayedo, una pasada, decía, como está todo hoy. A él le quedaba un largo camino todavía. Quizás tuviera algo más de tres horas hasta el puerto de Urquiaga, dijo; pero no te preocupes, tienes huellas hasta el mismo puerto.



Más arriba una extensa superficie blanca se extendía hasta una cumbre prominente próxima. Una enorme pedrera se interponía en mi camino. En ella perdí las huellas y tuve que recurrir al gps. No, no me gustaba aquello, el ambiente propio del pleno invierno de nuestra sierra de Guadarrama pero sin ninguna referencia que no fuera la línea que marcaba mi navegador. La temperatura había empezado a descender un tanto alarmantemente, los dedos de mis manos, que son un tanto delicadas para el frío, habían comenzado a ponerse rígidos, me era difícil consultar el gps y hacer una fotografía requería un complicado trabajo por mi parte. Las huellas del que me precedía demostraban que no conocía bien el camino, vagaban de un lado para otro entre los pedruscos cubiertos de nieve. Terminé abandonándolas y dirigiéndome a la línea rojiblanca de mi TopoPirineos 5.0. De tres horas nada, en estas condiciones la cosa podía dilatarse mucho más; la nieve se hizo profunda, en algunos puntos me hundía hasta la rodilla, todo a mi alrededor era una enorme masa blanca penosa de atravesar. Estaba aterido de frío pero tampoco me decidía a pararme y ponerme el chubasquero. En el collado próximo había una colección de flechitas indicando los distintos destinos: GR11-Puerto de Urquiaga: una hora y media. Miré en la dirección que señalaba la flecha, una enorme cuesta toda cubierta por un manto de nieve profunda; en sentido contrario otra indicaba el puerto de Belate, posible destino para hoy de Ramón; seis horas de camino en tiempo de verano. Este último descendía hacia la no nieve, hacia el no frío. Cuando el equipo que llevas no es el adecuado para meterte en determinados fregados lo mejor es ser prudente, bajar la cabeza y reconocer que te has equivocado a la hora de elegir la impedimenta. Opté por quitarme problemas de en medio aunque tuviera que dar un gran rodeo, de hecho un enorme rodeo porque más abajo descubrí el GR-12 que me llevaba a Belate todavía trepaba por una pendiente nevada que yo no querría regir; no me lo pensé dos veces, eché a andar por un amplio camino que me dirigía sin ninguna dilación hacia un bosque en donde la nieve desaparecía al poco rato y que ni idea de a dónde me podía llevar. No es que me asuste la nieve es que hacía demasiado frío y mis manos empezaban a estar en exceso fuera de mi control. Terminé llegando a una carretera que había sido construida por mil setecientos prisioneros antifascistas en nuestra última guerra. Junto al monumento que recordaba este hecho puse mi tienda. Estaban tan tan cansado que a duras penas logré ingerir otra cosa que unos puñados de cacahuetes y un poco chocolate.



Me había librado del frío y eso me producía una suerte de satisfacción. Se me acabaron las baterías del teléfono y la del portátil intentando localizar mi situación y viendo las posibilidades que tenía de seguir adelante dejando atrás las alturas del Pirineo. Había desechado subir a Urtiaga y llegar desde allí a las cercanías de Isaba. Ahora, después de intentar en vano ponerme en comunicación con Ramón, tenía que encontrar la manera de alcanzar el pantano de Yesa evitando en lo posible el asfalto.

Fue una larga noche acompañada por el repiqueteo de agua sobre el techo de mi pequeña tienda de los vivacs, una tienda que a punto estuve de sustituir por otra que me permitía estar sentado, pero que al final descarté por excesivamente cara; trescientos cincuenta euros me parecía excesivo por el simple hecho de etc. Así, que allí, estirado oí durante mucho tiempo la lluvia y pasé revista a esta bella jornada que me recordaba los primeros tiempos de mis aventuras invernales por Guadarrama.







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