La sombra de los otros




El Chorrillo, 03/12/2013

Acaso estamos vigilados por la sombra de los otros, y cuando digo estamos no trato de esconder mi yo en la colectividad, simplemente trato de hacer válida mi modestia para no aparecer centro de nada, que no me gusta. Estos días que echo un vistazo a mis álbumes de fotos más antiguos me encuentro con abundante número de rostros, amigos, conocidos, compañeros o compañeras de trabajo, con los que algo me invita a intercambiar la historia de sus experiencias. ¿Qué significa esto? Tengo la intuición de que mi yo quiere compartir algo de su propia experiencia con la que ellos hayan podido tener, logros, amores, sentimientos de plenitud, fracasos, qué se yo. Rostros de hace más de cuarenta años que entonces todavía no habían empezado a definirse, a saber qué querían hacer con sus vidas y a los que hoy una ambigua curiosidad interroga. Así, tecleo en la web César X y me encuentro con un catedrático de geología que escribe y que hace en algún lugar una fervorosa defensa del juez Garzón en una entrada firmada dos años atrás. Tecleo Gerardo Z y leo que hace años hizo la primera ascensión española al Manaslú; la última vez que hablé con él quería dedicarse a la pintura. Otro conocido de la montaña fue director general de tráfico. Un amigo de los primeros años de trabajo en un banco tiene un abundante número de conferencias en Youtube producto de su trabajo en la universidad, es experto en... Carlos Soria, que aparece en alguna fotografía junto a Moisés Castaño, se ha hecho famoso tras la ascensión a nueve ocho miles después de haberse jubilado. De la mayoría de los que veo en mi álbum no tengo el apellido, su rastro se perdió, la capacidad de Internet para localizar gente tiene sus límites. Algunos otros, bastantes, murieron.

Seracs en el Bernina, Italia

¿Qué hicieron ellos, en qué trabajaron, cómo fueron amueblando sus vidas, qué resto de esa pasión común, la montaña, fue dejando en ellos el correr del tiempo, qué pensarán ahora de sus propias vidas? ¿Estarán a gusto con ellas, tendrán algún sentimiento de fracaso, de tiempo perdido? ¿Qué grado de satisfacción personal habrá sedimentado en su ánimo el tipo de vida que han llevado? Éstos y otros interrogantes aparecen en mí cuando voy pasando las páginas del álbum, compañeros de trabajo de un banco, muestrario de ascensiones y recorridos por la alta montaña donde decenas de amigos, compañeros de cordada fueron dando paso a otros con los años, una amante, un puñado de italianos con los que compartí algunos veranos de ascensiones en los Alpes. ¿Qué será de Bertino, de Anna, de Beppe, de Osvaldo, casi octogenarios ya alguno de ellos a la sombra de las montañas de la Lombardíaque fueron su hogar durante tantas décadas?
Hay gente que desaparece de nuestras vidas y aunque sus rostros permanecen congelados en el álbum de los recuerdos y los reconocemos como compañeros de una época, apenas dejaron huella. Pero no son esos rostros los que hoy provocan mi interrogante, yo quisiera saber de los otros, contemplar a través de un agujero y mirarlos a mi capricho, conocer en su mirada si están a gusto dentro de su piel o no, saber para sentir todavía más en mi carne el sabor de esa graciosa y enorme diversidad que puede ser la vida, la mía y la de los otros. Los recuerdos incentivan no pocas veces la autoestima, el valor de lo que hicimos, la labor que desempeñamos, el fuego que corría por las venas en determinados años de juventud. ¿No se nutre nuestro yo de las raíces del pasado tanto o más que con la actividad que realizamos en el presente? 

En las Torres del Vajolet, Dolomitas, Italia

Quiero valorar mi ajuste personal, mi grado de mi bienestar, acercándome a las personas que salen del álbum de los recuerdos, me digo. Aprender de ellos, reconocer en sus éxitos y en sus fracasos las señales de los míos. Tareas de jubilado ocioso, diría alguno, acaso, pero labor en todo caso para reconocerse en los otros y seguir aprendiendo de ellos y del conocimiento de la propia historia.
¿Y respecto a los que murieron ya? Ver la vida truncada de quien vivió intensamente a nuestro lado, puede llegar a constituir una aleccionadora experiencia. Uno tiene ante sí al fallecido con quien hemos compartido experiencias y pasiones y, mientras nuestros pies están firmes junto al precipicio, la vida del otro se esfuma en la nada, desaparece. No podemos alargar mentalmente su vida, imaginarle en situaciones por las que habría pasado si no hubiera fallecido, pero sí podemos sentir nosotros el flujo de la vida con más fuerza como consecuencia de ese hecho, sentirse vivo y ser consciente de la circulación de la sangre por las venas fortalece la propia consistencia a la vez que puede ayudar a hacernos más humildes, menos pretensiosos con nuestro escondido deseo de seguir viviendo interminablemente porque nos es difícil resignamos sin más a la muerte.

De todos modos parece que fuera ineludible tener en parte a los otros como elementos de referencia para nuestra propia vida; por muy aislado o creído que esté uno de su propio mal o buen vivir, la experiencia de los otros siempre nos puede proporcionar un alivio, una referencia, un sentimiento de comunión. A mí repasar los álbumes de cuarenta años atrás hoy me proporciona un sentimiento de diversidad de la vida que me resulta muy grato. Saber que cualquiera de nosotros podría haber subido al Manaslú, haber escrito sesudos libros de geología o haber permanecido en lo alto de un faro o en una torreta forestal durante cuatro décadas me hace cosquillas, me dice lo apasionante y divertida que puede llegar a ser la vida. Mañana me reúno con una treinta de antiguos compañeros de montaña, haremos una breve excursión por la sierra y después nos iremos a comer; me temo que del grupo no voy a conocer a más de dos o tres. Al hilo de lo que estoy escribiendo se me ocurre lo grato que hubiera sido encontrarme físicamente con todos aquellos que hoy aparecen en descoloridas fotos tomadas hace cerca de medio siglo.

En el Perro que Fuma, Gredos

No hay comentarios: