Preparando la mochila




El Chorrillo, 24 de junio

Los Alpes me traían tantos recuerdos amables, especialmente mi caminata solitaria del verano de dos mil tres que realmente, que, pensando que acaso fuera la última vez que podría recorrerlos de parte a parte buscando nuevos rincones y atravesando tantos países que ven alfombrado su territorio por ellas, el proyecto de este verano de volver a ellos se me presentaba como una especie de despedida en vida de un caluroso amigo en cuya compañía has empleado los mejores momentos de tu vida.

Esta vez nos pilló el otoño y la nieve caminando por las Torres de Lavaredo
Un buen afeitado al sol de la primera nevada en Dolomitas
Monte Rosa

¿Qué, como mi amigo Santiago Pino o Ignacio Aldea que se pasaron todos los veranos de su existencia caminando y escalando las cumbres del Pirineo cuando vaya llegando ese momento de la memoria en que como el personaje de Azorín, sentados frente a la baranda de los años contemplen el magnífico escenario de sus vidas transcurridas entre tormentas, valles angostos y el cantar rumorosos de los altos arroyos del Pirineo, qué? Pues eso, la memoria que construimos, que, como esa hucha de cerámica en forma de cerdito en donde metíamos nuestras pequeñas fortunas de niños, romperemos en la edad madura para gozar el resto de los días que nos puedan quedar con el profundo aroma, madreselvas de la última hora de las tardes de un verano, profundo aroma de los pétalos de la memoria. Ah, preciosos días para aquellos que acumularon experiencias y vida intensa año tras año en el cofre de su corazón. ¿Qué otra cosa hacen si no los amigos del Navi cuando no hay día en que en las excursiones o en las páginas de las redes sociales vengan a recrear su paso por tales o cuales montaña de la juventud, así hasta el punto en que un observador ajeno podría llevarse la impresión de que la vida de esta gente fue aquellos tiempos de la montaña y que el resto esta bien pero que vamos,  ni mucho menos tanto. ¿No sucede algo así, Laureano, cuando tantas ganas te entran de seguir subiendo fotos y más fotos de aquella época al Facebook?






Hoy fue noche de tormenta y, al amanecer, cuando camino por las tierras mojadas en la medio penumbra, pese a que lo alrededores de mi casa son campos labrantíos y no montañas, recupero algo de esos momentos que siguieron a las tormentas en tantas ocasiones en los maravillosos veranos de caminar por el Pirineo o los Alpes, olor a tierra mojada, el sudor de la tierra, la Pachamama de los incas, envolviendo con la fragancia de su perfume, tal los cuerpos sudados tras una noche de amor, el día que comienza. Los trigales, bañados por la suave pátina de los ecos de la tormenta, amarillos tostados, los verdes tristes de las retamas ya sin flor, las melenudos encinas salpicando las laderas que ondulan el terreno, los rubios trigales produciendo la impresión de un breve mar rodeado por los colores atenuados de los sembrados de Van Gogh. También esta tierra alimenta el amanecer.
La Barre des Ecrins

Las cimas del Cristallo se preparan para la tormenta de la tarde

Porque de belleza se trata, me digo. Perseguimos esa belleza efímera en nuestro proyectos, en nuestras marchas, en nuestras escaladas. No nos bastaba subir determinada pared, aquella debería ser bella, elegante, una línea mágica en la pared de granito de la Amezúa o el Naranjo de Bulnes, una línea tal como la que atraviesan los cuadros de Miró o Fontana; si nos vamos a la Barranca y cuando llegamos está de chirimiri y con niebla, alguno podrá mosquearse, pero de hecho todos agradecemos las bondades y la genuina gracias con que la montaña se viste a nuestro paso.




Las agujas de Chamonix y el Mont Blanc son un bello espectáculo desde Les Aiguilles Rouges

Coño, pero por qué nos gusta tanto la montaña, por qué la seguiremos amando hasta que la palmemos. Está claro, ¿no? ¿No es obvio que la razón de una vida se encuentra en intentar depurar lo grosero, lo tosco, lo ralo que pueda haber en ella, para con el alambique de nuestra inteligencia hacer esencia, belleza consumada?: un cuerpo latente de fervor que atraviesa la meta de un maratón, un momento en que se desviste la niebla para dejarnos ver entre la seda de la mañana la cumbre de la Maliciosa, una tormenta y su fanfarria orquestal, el paisaje de nuestro cuerpo, hermoso todo él y lleno de fuerza, atravesando por el límite de su energía mientras trata de llegar a una cima, una colaboración en la construcción de un mundo más justo, volar cometas junto al mar en la brisa del verano, pasear de la mano con tu chica por el Retiro, tallar una mano de Bernini, querer completar catorce ochomiles, como hace nuestro amigo Carlos, quedarse entre las sabanas hasta el mediodía un sábado por la mañana, incluso, aunque suela burlarme de la forofia (con el permiso de Jacinto; hay palabras que vienen sin que uno las llame), forofia futbolera, una bonita jugada que termina con el balón en la red del equipo contrario. ¿No son estos pequeños reductos de belleza oculta razón del hecho de vivir?

Haz algo bello en la vida y siéntate más tarde a ver pasar ricamente tu existencia bajo tu balcón.  That's the question!





Victoria caminando en Las Dolomitas, nieve en pleno mes de agosto

El otoño y la nieve llegan a las Tres Cimas de Lavaredo

Torres de Sella









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