Carita de melocotón



Collado, 19 de julio 

Mi primer encuentro esta mañana fue una sonrisa encantadora acompañada con un "morning" de caerse pa atrás de gusto. Caminante solitaria, carita de melocotón, ojos chispeantes, melena rubia recogida en una coleta. No sólo sonríe con una gracia encantadora sino que además me cede el paso con la elegancia suelta de un paje de corte. 

¡Mecachis que cosas tan encantadoras y bonitas circulan por el mundo! 

Díez minutos más tarde otra sonrisa de parte a parte de la cara se planta frente a mí y me mira con interés dispuesta a no pasar de largo con un simple buenos días. No sé qué es lo que le llama tanto la atención. Me pregunta extrañado si vengo del refugio anterior, lo cual sería un récord. Y como le cuento que he dormido por el camino esto le sorprende todavía más. No debe de ser cosa corriente en Austria que la gente vivaquee por las alturas. Se interesa por si he pasado frío durmiendo a tanta altura. Está admirado. Es un hombre mayor, va solo, quizá tenga unos setenta años. No puede marcharse sin llevarse un recuerdo mío en su cámara. Así que nos retratamos mutuamente y nos despedimos efusivamente. Es la hora en que la gente sale de un refugio, al que yo voy a desayunar, para llegar a otro, así que termino cruzándome con diez o doce personas, más de la mitad de ellas mujeres. Hay pasos delicados y cada vez que nos cruzamos eso exige que ellos o yo esperemos en un lugar que permita cruzarnos, lo que origina siempre algunas palabras de intercambio, sonrisas, algún signo de cortesía. Si fuera a vivir un par de vidas más creo que estudiaría alemán, así estaba al completo para recorrer los Alpes por donde me diera la gana sin dificultades de comunicación. Cada uno puede tener sus motivos para aprender un idioma. Victoria, mi chica, por ejemplo, hace dos décadas estuvo una temporada con la matraca de que iba a estudiar alemán y la razón en su caso, una mujer muy interesada por la música, era poder seguir los lieders? de Schubert o Schumann o los libretos de Wagner.



"¿No te place lector la vida campesina? ¿No te placen las altas y quebradas montañas, los redondos y suaves alcores, las cañadas, los valles y los vados, las hondonadas plácidas donde crecen llenas de humedad las pomposas y rotundas higueras grises o verseantes con el alcacer temprano? ¿No te place...?" Por ahí andaba hacia el mediodía después de haber dejado atrás el refugio Neue Porze Hütte donde un austriaco que en sus años mozos había vivido un tiempo en Colombia me dio agradable conversación durante un rato. Azorín daba un repaso a algunos autores clásicos en su obra Lecturas españolas. Nos machacaron tanto y de tan mala manera con los autores de la literatura clásica que uno, pasadas décadas de aquello siente un cierto remordimiento por haber dejado sin leer un montón de libros que la mala docencia de la literatura y la impericia de los autores de los libros de texto, alejaron de nosotros. No eran enseñantes que nos hicieran amar los libros, que lograran apasionarnos con las aventuras de don Quijote y Sancho, con la agudeza de Quevedo, con las pequeñas cosas de la naturaleza de Garcilaso, con la hondura poética de Góngora o San Juan de la Cruz, con la pasión mística de Santa Teresa, con esa deliciosa exaltación de la vida de aldea de Antonio de Guevara en Menosprecio de corte y alabanza de aldea, que rememoraba Azorín mientras me elevaba por amplios prados floridos de rojos rododendros. Cierto remordimiento, decía, porque por todos los rincones de nuestra historia hay espacios de buena literatura, hombres que recrearon nuestro país en su momento con agudeza y con el buen hacer de su escritura y de los que podríamos haber aprendido mucho más de nuestro pasado, formas de pensar, estilos de vida y hechos históricos que con aquellos tochos de historia en donde poco más se estudiaba que no fueran batallas y fechas de acontecimientos. Perdimos entonces la oportunidad de beber de las fuentes de nuestra literatura y nuestra historia: el empobrecimiento de España debido al derroche de los Austrias con sus guerras por toda Europa, Italia, Alemania, Flandes, Génova, nuestro empobrecimiento cultural expulsando a moros y judíos, la desidia de la clase política sólo pendiente de sus propios negocios. Leyendo hoy a Azorín sentía un fuerte deseo de rastrear en el futuro la literatura entre el siglo XVI y el XX. 




Hoy el camino se bajó definitivamente de la cresta cimera por la que había circulado los dos últimos días y se entretuvo a media altura en valles verdes donde no faltaba el consabido lago o las perezosas vacas. Sólo a la hora de la comida decidió éste volver a las alturas en rutilantes lazadas que lo fueron llevando, bajo el espectacular pico de Grobe, hasta el refugio de Standschützenhutte, donde fue obligado tomarse una enorme jarra de cerveza. Me desquité de mis comidas a base de bocadillos de estos días, un gran plato de gulash con polenta, que parece ser la especialidad de la zona, un strudel, siempre tan apetecibles, y un café con leche. Quedé servido hasta la cena. Me demoré al sol un buen rato mientras las baterías que alimentan mi cámara y mi teléfono se cargaban. 



Estuve estudiando un rato el mapa. A media hora del refugio se llega a un collado que ofrece distintas posibilidades, unas siguen por la divisoria como los días anteriores y otra, que me seducía más, cruza a Italia y pierde poco a poco altura dirigiéndose a las Dolomitas de Sesto en cuyo corazón se encuentran las Tres Cimas de Lavadero. Opté por esta última. Al llegar al paso Silvella apareció espléndido delante de mí el macizo de Sesto. Decidí colocar mi tienda un poco más abajo, sobre un pequeño promontorio en donde apenas cabíamos yo y mi tienda. Un lugar demasiado expuesto al viento, pero desde donde podría ver el atardecer sobre el macizo dolomítico. El único inconveniente es la cena, en lo refugios no son capaces de preparar otra cosa que bocadillos de queso y algo de embutidos, uno tras otro se repite la misma canción, no tiene otra cosa to take away. Ya me desquitaré mañana. 

Atardece, la tarde se ha puesto color pastel y el fondovalle se ha llenado de nubes bajas que corretean por las laderas como buscando un rincón para pasar la noche. Cuando dejo esta nota la niebla me rodea. 



 



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