En el Parque Nacional de Triglav




Trenta, Eslovenia, 9 de julio 

Por el ventanuco del dormitorio del refugio entraba una luz turbia de agua sucia. Hacía mucho tiempo que había amanecido y allí no parecía moverse nadie. Me levanté para asomarme a ver qué ambiente se respiraba fuera. Estaba cubierto, las nubes cubrían la parte alta de las montañas. Pensé en quedarme allí, pero cuando pregunté por el pronóstico del tiempo la cosa era más bien decepcionante, lluvia a partir del mediodía y nieve para el día siguiente. Tenía trescientos metros de desnivel de neveros respetables por delante esta mañana y al otro lado del collado todavía estaba peor, me dijo el encargado del refugio; tampoco ninguno de los que habían pernoctado en el refugio llevaba esa dirección. Decidí cambiar mi itinerario utilizando otro valle para el descenso a Trenta, mi destino siguiente. Compré un mapa en papel y después del desayuno emprendí el descenso. La vista de los alrededores era magnífica, grandes picos que hundían sus pies en lo profundo de valles mil metros más abajo. Algunos neveros interrumpían el camino, pero nada complicado, o se sorteaban o se atravesaban. Media hora después aproveché un poco de sol para secar mis cosas, la tienda y el saco sobre todo. Con lo que no se secó organicé un tendedero ambulante en el macuto. 


Estoy en la parte montañosa de Eslovenia, el Parque Nacional del Triglav, no debe de quedar mucho para entrar en terreno austriaco. Después del mediodía el ambiente se espesa y cuando ya había pasado Trenta y el puente colgante sobre el río oigo por primera vez algunos truenos cercanos. El camino trepa por un sendero angosto. El próximo punto donde podría refugiarme queda a hora y media así que en el momento en que siento que empiezan a caer los primeros goterones doy medía vuelta y bajo a zancadas el camino a buscar un prado que había atravesado poco antes algo más allá del puente. Termino de poner la tienda cuando ya había empezado a llover seriamente. La última noche que dormí en ella había entrado agua en ella pero estaba demasiado dormido para investigar; hoy a plena luz puedo hacer un diagnóstico bajo el aguacero;evidentemente tengo goteras. Mal asunto. A la vieja tienda con la que llevo trasteando diez o quince años por montañas y caminos le ha dado este año por hacer aguas. Además, el agua habita en mi pies desde hace dos días, dos días caminando con lo pies empapados es algo poco agradable.

Después de comer algo me he adormecido, un agradable sopor acompañado por la lluvia me mantenía ovillado y caliente, pero a la vez incapacitado para moverme o tomar una decisión. De tanto en tanto despertaba y me decía que tenia que cenar algo, buscar la linterna y dejarla a mano, cargar el teléfono o hablar un poco con Victoria, pero incapaz de moverme o quitarme la ropa que me sobraba, arrebujado sobre mí mismo como si estuviera dentro del vientre materno, me mantenía inactivo. Llovía, dormía, despertaba, perseguía el recuerdo de mi antigua novia y buscaba desenlaces diferentes al que tuvo en la realidad. 



Este invierno leí un libro de Sara Maintland, titulado El libro del silencio que narraba diferentes experiencias de soledad extrema. En mi sopor recreaba la de alguien que había vivido medio año en una construcción mínima en condiciones polares. Pensaba en este hombre, en su mundo interior, su vivencia anímica durante ese tiempo. 

Llueve, mi tienda hace aguas y me ha obligado a mantener una posición fija de la cual no me puedo desplazar más de unos centímetros porque de lo contrario me mojaría. Es esa posición la que me hace sentirme como flotando en el líquido amniótico. Si no me muevo mucho todo irá bien, podré estar así un día o día y medio. Hay un calor y un bienestar confortable dentro de la tienda. El mundo de un hombre bajo determinadas circunstancias puede ser extremadamente interesante. Las sensaciones se afilan, penetran dentro de uno desnudas, purificadas de todo hecho no esencial. Hace unos días leía el relato de Amundsen y el capitán Scott en su carrera por llegar los primeros al Polo Sur, y recordaba a Scott en su retorno acosado por la inanición y el frío acurrucado en su tienda sabiendo que no tenía salvación y escribiendo a su mujer una cariñosa carta de despedida. Sensaciones, vivencias.

Dime cómo son tus sensaciones y tus vivencias, cómo fueron en tal caso o tal circunstancia. Eso me interesa. Las sensaciones son la parte más incisiva de nuestra vida, a través de ellas el hombre interrelaciona con el medio, una ameba en el medio más primitivo es la expresión más elemental de esa interrelación con el medio; nuestra complejidad como seres humanos ha transformado aquel mundo elemental en un mundo sofisticado y complejo que merece la pena observar y experimentar. 



Llueve. Un caudaloso arroyo se precipita a cincuenta metros de donde estoy creando una atmósfera que deja poco espacio para todo lo que no sea pura expresión de la naturaleza. No estoy muy seguro en ocasiones de por qué hago esto, esta comenzada aventura de atravesar los Alpes a través de ocho países, que de llegar al término podría emplear medio año, no estoy seguro de si el verdadero porqué está en el hecho de caminarlos o acaso en otro lugar, quizás en la conciencia de que la experiencia en un momento u otro va a terminar por dejarme en las manos una colección de sensaciones que, como el alimento, el agua o el aire que respiro, nutren, van a alimentar mi vida interior. Me inclino a pensar que la lucha que mantenemos muchas veces entre opciones diferentes está tintada por la lucha que mantenemos contra la comodidad y el confort en aras de conseguir un modo de vivir con el que nos sentimos identificados; que acaso está en la médula de eso que Joseph Conrad nombra como ser interior. La lucha del protagonista de su novela Lord Jim no es otra a lo largo de la obra. También en El corazón de las tinieblas hay una lucha semejante, aunque su persecución, encarnada en Kurtz, tenga algo de demoníaco. Y todavía más demoníaco en la libérrima versión llevada al cine por Coppola en Apocalypse Now. Me hubiera gustado hablar aquí de la antítesis de estas sensaciones que tan dispares pueden ser. Esa palabra tan dramáticamente pronunciada por Marlon Brando al final de la película: terror; pero escribir tumbado y de lado para evitar tocar mínimamente el techo de la tienda tiene sus limitaciones. En el complejo mundo de la sensaciones también cabe la depravación y el horror. 

Por cierto que el libro que ley sobre Amudsen y Scott de sus expediciones a la Antártida era un libro bien estúpido. En ningún momento al autor se le ocurría explorar el mundo interior y la sensaciones que estos dos grandes expedicionarios pudieran haber vivido, todo lo convierte en una simple carrera por conseguir llegar  primero al Polo Sur. 

Seguro que lo adivináis: sí, señor, continúa lloviendo. Buenas noches. 




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