Nieve y niebla



Cercanías de Baceno, Italia, 16 de agosto 

A las siete de la mañana el ambiente de los alrededores del refugio era de puro invierno. La gente que se disponía a salir se abrigaba como si estuviéramos en enero. El cielo estaba feo y por el norte algunas nubes descargaban ya su racha de agua fina. Hacia el oeste la niebla cubría las cumbres. Había salido nada más levantarme a echar una ojeada: totalmente desapacible, como para subir a las habitaciones y volver a meterse bajo las mantas. Había decidido levantarme tan temprano cuando el responsable del refugio dijo la noche anterior que se esperaba mejor tiempo. Aquí, a poco que te descuides te entra la pereza y cuando te quieres dar cuenta ya no tienes fuerzas para enfrentarte al mal tiempo. 


Cuando salí distintos grupos comenzaban a andar, pero nadie llevaba mi dirección. Mi itinerario rodeaba el lago Vaninno, subía hasta el Colle Scatta Minoia, 2601 m, donde está el vivaco Conti y descendía después hasta Alpe Dèvero, unas seis horas según mis notas, que siempre resulta ser más. 


A poco de abandonar el refugio comienza a llover, la sensación de soledad en el páramo gris y pesado de los alrededores del lago se filtra por las rendijas de la piel. Me siento bien y puedo degustar esta raro placer de estar solo en medio de esa soledad algo opresiva. No tardaría en ponerse a nevar, en pocos minutos todo queda cubierto por unos dedos de nieve. Y poco más adelante una densa niebla me rodea. Se hace muy difícil seguir las señales blanquirrojas que en las cercanías del collado son más bien escasas. Empleo mucho tiempo cada vez en localizar el itinerario que transcurre entonces por una pendiente de grandes bloques de granito parcialmente cubiertos por la nieve. Extremo mi atención para no resbalar y en varias ocasiones tengo que echar mano del gps para recuperar la dirección general del itinerario. Condiciones de estas características me imponen un tanto, el frío, la nieve, la carencia de visibilidad siempre ponen un interrogante delante de ti. Casi llego al collado sin darme cuenta, tan poca es la visibilidad. El refugio-vivac está allí mismo. Podría haber entrado a tomarme un respiro pero la nieve que continúa cayendo y la nula visibilidad me preocupan. Al principio no está clara la dirección que tengo que tomar, hasta que encuentro un par de señales que cuesta distinguir con la nieve. En algún sector me guío por  hitos esporádicos. 



Sigue una sensación de alivio cuando los grandes bloques de granito dan lugar poco a poco a prados en donde apenas ha cuajado la nieve que no tarda en desaparecer según voy descendiendo. 

Al frente, según la niebla va perdiendo densidad, aparece un paisaje suave de luces veladas tras las cuales las nuevas montañas se muestran bañadas por un tibio sol que tiene que atravesar capas y más capas de suave calina para quedar en apenas una clara lechada. Con el paso del tiempo algo se irá abriendo este cortinón de nubes para en último momento hacer visible en la lejanía los glaciares y las montañas del Monte Rosa. Otra vez me voy acercando al dominio de los cuatromiles. 

El paisaje se vuelve amable, llegan los abetos, un gran lago y ahora el camino discurre por prados verdes, zigzaguea, se sube a un cerro, atraviesa un río por un puente de madera. Sale el sol pero no deja de llover. Al mediodía definitivamente las nubes desaparecen. 


Un par de kilómetros antes de Alpe Dèvero aparece de repente una pequeña multitud de entre la cual sale el sonido de una megafonía. Hay fiesta en el valle y entre otras actividades se celebra un trail que tiene allí precisamente la meta. Una multitud ocupa la pradera. La fiesta durará hasta Dèvero donde hay instaladas cuatro enormes carpas con banco y mesas en donde la gente come y se divierte. Otra carpa está destinada al reparto de la comida. El plato principal, asado de choto con polenta. Lo organizaba un club de montaña de la zona. Martín Arnanz, ¿estás por ahí? Me acordé de ti y del Navi, me imaginaba que si los adeptos al Navi siguen aumentando vais a tener que ir pensando en organizar los encuentros bajo el techo de unas cuantas carpas. Por aquí andaban no sólo socios, se veía corretear a un montón de nietos por todos lo lados. 

Comí en un restaurante un poco más abajo haciendo honor al plato típico de la zona, brasato di manzo (asado de choto) con polenta, y de postre strudel que es un plato exquisito y universal en todos los Alpes. 


Después de Dèvero opté por un camino que se dirigía al sur descendiendo primero por un bello abetal y después sorteando grandes paredes de granito, así hasta que mi gps se hizo un lío y terminé perdiéndome en el bosque. Intenté recuperar la traza del gps bosque a través pero me encontré con un desfiladero. Tuve que deshacer medía hora de camino. Un lugareño que encontré no me aclaró mucho las cosas y terminé por bajar a la carretera para tomar la traza inicial más adelante. 

Cuando andaba buscando un lugar para pasar la noche tropecé de pronto con un raro complejo de atracciones que se anunciaba como el tren de los niños, una lugar de recreo compuesto por antiguos vagones de tren y regentado por monjas. Debía de tener aquello su público porque tenía una importante infraestructura. Vagones de exposición, otros que hacían de albergue, uno de bar, dos de comedor, más una carpa para comer y beber al aire y una zona de recreo infantil. En cada árbol y en todos los lugares que pidieran admitir la colocación de un cartel colgaban pensamientos religiosos, consignas, oraciones, ese tipo de cosas. En la entrada del recinto había un Cristo de madera que me gustó. 



Pedí algo de comer para acompañar una cerveza y el chico del bar me mandó a que preguntara por cierta monja que debía de ser la regenta del lugar. Un lugar un tanto particular, ¿no? le dije al chico del bar mientras me tomaba la cerveza.  Sí, es un sitio un poco peculiar. Mientras esperaba un bocadillo, se me quedó grabada la imagen de una monja que mecánicamente barría sobre barrido una y otra vez mientras su cabeza parecía estar a kilómetros de allí. Cuando me iba la megafonía anunciaba insistentemente el comienzo de una misa. Es probable que el anzuelo para la justificación vocacional de estas monjas venga dado por alguna donación inesperada de vagones que alguno de los responsables de los ferrocarriles italianos hizo en algún momento. Las monjas se dirían, mira tú, ¿y qué coño vamos a hacer nosotras con un tren entero? Así hasta que a alguna lumbrera se le ocurriría evangelizar al personal usando ese gancho de "el tren de lo niños". Un buen jabón todavía en Italia, como en España, para seguir evangelizando al personal. La idea no dejaba de ser original aunque el montaje y la puesta a punto fuera un tanto arcaico. La Iglesia debería ponerse al día en temas de marketing, sus métodos obsoletos me temo que no contribuyen demasiado a incrementar el número de creyentes.



No hay comentarios: