Epitafio para la tumba de un banquero



Bajo el col de Bicocca, 10 de septiembre 

Epitafio para la tumba de un banquero: Aquí yace un imbécil. 

A través de una pizca de cobertura que he tenido esta mañana, un bien escaso que se prodiga tan poco estos días hasta el punto de dejarme incomunicado, me llega la noticia del fallecimiento de un banquero. Dado que los banqueros son de carne y hueso parece que también ellos se mueren. Gran novedad en cualquier modo porque de la actuación de esta gente parece desprenderse que fueran inmortales. Julio Anguita se reía no hace mucho de un periodista bisoño que pretendió buscarle las cosquillas y, saliéndole por peteneras, le espetó: pero vamos a ver, ¿quién le ha engañado a usted diciéndole que en España manda el gobierno?  Y Anguita, jugando a representar a un viejo maestro de escuela, nombraba algunos personajes, al frente de los cuales estaba este tal Botín.

Pero vamos, vamos, así que todo la vida haciendo dinero a diestro y siniestro, incrementar lo beneficios, tener al personal bajo el zapato y ahora vas y te nos mueres. Pero hombre, eso no se hace, y además ni siquiera con la esperanza de retornar después de una larga temporada como creían los faraones egipcios. Oh, lo mismo eras de los que iban a misa y creías que... no, no es posible que fueras tan ingenuo. ¿Entonces...? No sé, con la pinta tan poco sexy que tenías tampoco creo que fueras de aquellos que decían que tenían orgasmos haciendo dinero. La última vez que te vi aparecías en un vídeo en una junta de accionistas. Corrían los tiempos en que las energías que había generado el bum del 15-M se colaba por todos los resquicios del sistema, incluso entre tus accionistas. Y entonces sucedió que dos de ellos inesperadamente se salieron del acostumbrado guión y te hicieron el feo en plena junta de hablar de justicia, de desahucios, del comportamiento guarro de los bancos; y a ti no se te ocurría otra cosa que amenazar a los que hablaban con retirarles la palabra porque aquello no estaba en el orden del día. No he podido olvidar tu jeta en aquel momento, tu jeta de contrariado, de aquel a quien le sale un hijo contestón en mitad de una gran celebración familiar en donde todo el mundo dice incondicionalmente sí. Y ahora el gran faraón va y se nos muere, se hace pasto de los gusanos, ese rostro, los ojos, la pilila, el corazón, el cerebro donde la codicia se cocía a fuego lento, todo devorado por vulgares gusanos. Vulgares, sí, como aquellos dos accionistas que quisieron ponerte al día de lo que entonces se gritaba en la calle, ergo, que los bancos, los que tienen la pasta en este país, y su codicia estaban llenando de miseria las calles de nuestros pueblos y ciudades. 

Un paréntesis, seria curioso saber por qué este personaje goza de tanta simpatía entre los dignatarios del PSOE; vaya a saber usted qué desconocidas razones hay tras este amor platónico. 


Con tanto darle al teclado con este individuo se me están quedando la manos heladas. Esta tarde los dos mil y pico metros en que he instalado mi tienda parecen un frigorífico. En relación con lo que escribía más arriba, recuerdo algo de lo que hablaban en la televisión esta mañana mientras desayunaba en un restaurante. Daban la noticia de una monja recientemente fallecida, sí, como el señor Botín, que había trabajado desde muy joven en Africa con enfermos y gente necesitada. Hablaban de la fervorosa devoción, del amor con que se había dedicado toda su vida a determinados grupos de africanos. Como se ve hay gente que no vende su alma al diablo. El caso de esta monja muestra un aspecto opuesto de la naturaleza humana que compensa la estupidez de todos los botines del planeta. 


El día: un largo descenso hasta Castello y una trabajosa subida al collado della Bataglia donde cuando estaba en lo más caliente de mi acostumbrada carrerita me di de bruces con una simpática pareja de franceses. Allô, Allô, parecían decirme, para hombre, para. Y paré; ellos llevaba dos semanas caminando y en ese momento andaban preocupados por la lluvia que podía empezar a descargar en cualquier momento. Pensionistas como tantos que me encuentro, con un buenísimo y saludable aspecto. Setenta y dos años él y ella sesenta y seis. La edad de la gente mayor con la que me cruzo se ha convertido en una de mis curiosidades principales, algo así como si yo mismo quisiera averiguar hasta qué edad puede llegar a dar de sí el cuerpo para hacer ciertas actividades, la de patear los Alpes, por ejemplo. Quieren el parte del tiempo y yo, que algo he visto por la televisión hace un rato, les recito cómo anda la cosa. Lluvia en toda Italia menos en el rinconcito en donde estamos nosotros, que aparecía con nubes pero sin precipitaciones. ¿La foto? Allí va, una más para la colección de este verano de los caminantes con los que charlo. Un buen puñado de encuentros así y termino por desempolvar del todo mi adormecido francés.


Desde el col, Chiesa, el pueblecito al que debo descender, aparece nitidamente en un calvero a setecientos metros de desnivel más abajo. Un apacible caminillo desciende sin prisas hacia el valle. Es el tiempo para la lectura de Elsa Morante. Uno de lo personajes es hija de madre judía; cuando los alemanes entran en París y Mussolini decide emprender el camino de la gloria que Hitler pone a sus pies como atractiva sugerencia de conquistas futuras, y conforman así el Eje, nuestro personaje, que sabe la suerte que corren los judíos bajo la tutela alemana, comienza una carrera de delirio a la expectativa de que ahora en Italia suceda lo mismo. Los horrores de la muerte y persecución de los judíos pasan un vez más de manera escalofriante por las páginas de una novela. Sin embargo leer hoy sobre la persecución de los judíos tiene unas connotaciones añadidas de las que es difícil zafarse porque aquella angustia que generaron los alemanes al masacrar al pueblo judío, se da hoy en la franja de Gaza, sólo que ahora son los judíos los asesinos, lo que masacran al pueblo palestino. Una terrible paradoja ante la que uno siente una infinita perplejidad con la que no sabe qué hacer. Que los entonces masacrados se conviertan en impunes asesinos protegidos por Estados Unidos es algo que no tiene justificación alguna posible. Uno podría llegar a desear que Estados Unidos e Israel saltarán por los aires, pero sería lo mismo, porque inmediatamente otros ocuparían su puesto con parecido modos de actuar, si no aún peores. 


En Chiesa me aprovisiono con la idea de que al día siguiente no encuentre un lugar para comer. En el pueblo no me saben dar razón de si encontraré restaurantes o tiendas. A doscientos metros de desnivel del siguiente collado, el de Bicocca, tengo que abandonar mi lectura y sacar mi equipo de lluvia. La niebla ha cubierto todo desde hace un buen rato. Díez minutos más tarde, a poco de haber atravesado un prado habitable, la lluvia amenaza más seriamente. Había continuado con el ánimo de encontrar agua más arriba, como otra veces no cogí agua, el agua pesa demasiado, me digo siempre, pero la lluvia me hace volver al prado que he dejado más abajo. Al poco de meterme en la tienda ya tengo encima el ineludible repiqueteo de la lluvia de todas las tardes.






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