La fraternidad del camino



Bajo el Colle del Trione, 1 de septiembre 

Como tantas veces cuando me pongo a la tarea de recrear el día la sensación de que el extremo, al otro lado de donde estoy ahora, se me parece extremadamente lejano. Larguísimo descenso hasta Chialamberto incluido un rato de conversación con un hombre de modales dulces que había salido de noche del valle para alcanzar pronto el col de Pagia. Paso fugaz por el pueblecito de Bonzo donde las flores en ventanas, balcones, fachadas y en la misma calle se podían contar por millares. Un Chialamberto donde no encontré modo de desayunar, unos pocos kilómetros de asfalto y ya, como un caminante de la edad media que encuentra la venta con la que ha soñado, el restaurante de Piero y su hermana. Si, podríamos decir con Cervantes aquello de no fuera caballero mejor servido como lo fuera don Quijote en aquella famosa venta del camino. Ya he advertido varias veces en este blog que el caminante en esta parte de Italia está encontrando tal gentileza, tales modales y hospitalidad que ganas le dan de trasladar su residencia a esta parte del mundo. Además Piero, que hace de cocinero, camarero y de lo que se preste, incluido de taxista voluntario una hora después para dejarme en el punto exacto donde comenzaba mi camino hacia los lagos y col de Trione, es un amante de la montaña deseoso de juntar un puñado de días para largarse a caminar por los montes de su valle. Gracias desde aquí, Piero, si llegas a leer esto, por vuestra hospitalidad y por ese apetitoso menú que me habéis preparado para mi merienda cena de esta noche. 



Desde Pialpetta, donde Piero me dejó, a unos tres kilómetros de su restaurante, un cartel indicaba ocho horas hasta Balme, mi próximo destino. Un dato curioso. Me parece que fue Martín Arnanz que este invierno incluyó en su muro un video de un coro italiano cantando La montanara, la más entrañable de las canciones de montaña del repertorio italiano que conozco. Pues bien, el autor de este canción es de Balme, el pueblo en el fondovalle en donde quiero desayunar mañana. Voy a pedirle a mi chica que me busque el vínculo del YouTube y ponga aquí el video; a ver si con suerte también me localiza el nombre del autor. Cuando hacer años ambos pasamos por aquí había una placa conmemorativa en la zona.

Aquí Victoria: He encontrado el nombre del autor de La Montanara, era un alpinista que se llamaba Toni Ortelli. En Wikipedia hay información sobre él. El vídeo está presentado en alemán pero lo he elegido porque los intérpretes son el Coro della S.A.T. 



(Vuelve Alberto, jeje) Subiendo todavía tuve un rato de animada charla con dos italianos que venían del lago. La cordialidad de los caminos es universal, sean los caminantes peregrinos, trotamontes o pateadores de trochas, si adoptamos la terminología del gran andarín extremeño Manuel Coronado. 

A las cinco de la tarde estaba en los lagos Trione tomándome un piscolabis. Aproveché para hacerme una foto con las cumbres nevadas de La Vanoise a mis espaldas. Podía haber acampado allí pero en previsión de que hubiera niebla por la mañana preferí sobrepasar el collado. 



Antes de meterme en la tienda echo un ojeada a mi alrededor, rocas, hierba, unos retazos de sol en la cumbre de enfrente, un mundo inerme al fondo del cual, muy lejos, suenan las esquilas de unas vacas. Ah, y en el cielo un cuarto de fría luna creciente. En cierto modo un desierto esperando la noche para sumirse en un petrificado sueño. 



Un pequeño prado a dos mil cuatrocientos metros. Sensación de soledad, la mineralidad de un planeta deshabitado que gira en el espacio ajeno al humanocentrismo con que revestimos nuestra relación con la Tierra, con la naturaleza. Nuestro pretender ser -el hombre, la sociedad- el centro del universo y éste la razón de ser de aquellos, puestos sobre el final de la tarde en el paisaje un tanto lunar que me rodea, una idea que desde aquí resulta tan pretenciosa, lo más que resulta es una concepción miope si no vana de una percepción de la realidad mínimamente objetiva. Sucede como si las hormigas, orgullosas de su trabajo se sintieran centro del universo apegadas a sus diez metros cuadrados en los que transcurre su vida y se engañaran por la percepción de ese espacio, que confunden con el universo. Nuestros conocimientos son muy amplios, pero el modo en cómo experimentamos en la realidad de la vida cotidiana el tiempo y el espacio que nos acompañan durante toda la existencia, debe de ser muy parecido a como podrían experimentar las hormigas esos pocos metros cuadrados donde viven. No sé si me explico. Por mucho que sepamos de la infinitud del tiempo, que sepamos que los primeros hombres u homínidos llevan dos millones de años sobre la tierra y conozcamos de nuestra extrema fragilidad y corto espacio de nuestras vidas, aunque lo sepamos, la posibilidad de vivirlo, experimentarlo, tener conciencia íntima de ello es algo que resulta muchísimo más difícil. De hecho creo que si el ser humano fuera íntimamente consciente de su real dimensión de pequeñez y limitación, su grado de estupidez sería notoriamente menor. 

Según bajaba del Colle del Trione, cuando el sol rayaba ya sobre el horizonte de las montañas dispuesto a dar por finalizado el día, se asociaron en mí dos ideas, una venía servida por el aspecto desértico y lunar que ofrecían las montañas desnudas y la otra procedía de mis lecturas de antropología que había realizado durante el día. Bajando por las revueltas que llevaban al lago Vasuero, que no alcanzaría dado lo avanzado de la hora, pensaba que acaso si tuviéramos todos unos conocimientos avanzados de Antropología, lo que implicaría una apreciación de la enorme diversidad de hábitos, usos, costumbres que la evolución de hombre ha generado a lo largo de muchos miles de años, y fuéramos capaces de ver esta heterogeneidad con la misma admiración y objetividad con que vemos las múltiples manifestaciones de la naturaleza; si esto fuera posible y además consideráramos los aspectos a que me refería en los párrafos de más arriba en relación al tiempo que vivimos, nuestros humos, nuestra soberbia, nuestros hábitos de posesión de poder probablemente nuestro manera de pensar y vivir darían un cambio radical. Resumido en muy pocas palabras sería aquel fructífero pensamiento de Buda que expresaba la idea de que si la gente tuviera conciencia íntima de que se tiene que morir otro gallo cantaría, la vida sería probablemente muy diferente. 



Esta vocación de cronista que he asumido desde que dejé de trabajar va a terminar un día conmigo. Hace un par de días que me perdí y caminé más de doce horas y a pesar de ello al final escribí hasta pasada la media noche desde un cansancio de la leche, y hoy, como si esto fuera el confortable espacio caldeado de mi cabaña, aquí ando después de casi dos horas contando y filosofando en medio de un frío del carajo a una altura similar a la de la cumbre de Peñalara, impertérrito, como si esto fuera la cosa más natural del mundo.






No hay comentarios: