Apuntes de otoño



El Chorrillo, 14 de octubre de 2014

En los próximos días, si es que se estabiliza un poco el tiempo, cojo los bártulos de nuevo para darme una vuelta por el otoño hispano a la búsqueda de colores e imágenes con que alimentar mi cámara fotográfica y, cómo no, con las ganas de volver a refrescar mi ánimo con la caricia pictórica de una estación especialmente bella como es ésta. Hace unos años creé este blog con el propósito de recoger en él una salida otoñal que me llevó de un lado a otro de la península, Tejera Negra, Barranco del Río Lobos, bosque de Irati y algún paseo más por el Pirineo.
Laguna Negra


Barranco del Río Lobos




Fue un otoño muy especial aquel, acaba de dejar de trabajar, no había sido capaz de esperar hasta la jubilación y había dejado mi trabajo para hacer otro tipo de vida. Me gustaba mi trabajo pero la vida es muy corta y veía que los años pasaban y a poco que me descuidara no iba a poder cumplir un montón de proyectos que me bullían en la cabeza por entonces, escribir, viajar, caminar, leer... otras cosas distintas a las que había hecho durante los últimos cuarenta años. También en aquel mes de octubre se dejaba ver la influencia cierta revolución interior como consecuencia de una situación sentimental que empezaba a quebrarse, lo que uniendo unas cosas y otras terminó por crear un ambiente muy propicio para escribir en una clave en donde se mezclaba el esplendor del otoño, las lluvias y ciertos sentimientos y sensaciones que sólo se dan cuando uno se encuentra en los inicios de un naufragio. Todos los post que preceden a éste en el blog son una muestra más o menos solapada de aquellas circunstancias.
Laguna Negra
En esta ocasión voy a intentar dar continuidad a este blog por un tiempo, no sé cuanto, querría recoger en él algo que todavía desconozco. Me adentro en el proyecto sin saber realmente qué quiero realmente, amén del hecho manifiesto de tomar la cesta de mimbre y recolectar colores por aquí y por allá en un país tan generoso como el nuestro para ofrecer recónditos y hermosos rincones de belleza en barrancos, ríos o bosques. Soy de los que están convencidos de que la naturaleza, los árboles o los arroyos hablan, susurran continuamente mensajes en clave a su alrededor y que no hay más que situarse en las condiciones de querer escuchar para que el milagro se produzca, para que oigamos y nuestro cuerpo y nuestra alma pueda sentir el pálpito del gozo en esa especial música que se desprende siempre en la naturaleza y que tan difícil es de escuchar si no nos procuramos un poco de silencio y recogimiento a nuestro alrededor. Dice el director de orquesta y compositor Aaron Coplan en su libro Cómo escuchar la música, que "lo que el lector debe procurar (para gozar la música) es una especie de audición más activa.  Lo mismo si escuchamos a Mozart que a Duke Ellington, podremos hacer más honda nuestra comprensión de la música con sólo ser unos oyentes más conscientes y enterados, no alguien que se limita a escuchar, sino alguien que escucha algo". Cuando caminamos por montañas, bosques o barrancos sucede algo muy parecido, no basta con caminar y atravesar este o aquel lugar, de tanto en tanto es necesario escuchar, abrirnos por dentro para que sea posible hacer de nuestro tránsito una especie de comunión con los elementos, con los seres vivos que lo pueblan. Subir montañas  o atravesar bosques sin tener este mínimo contacto, esta escucha con lo que nos rodea, con el trajín del agua del riachuelo cuyo curso remontamos, es desperdiciar una parte grande de ese placer que nos ofrece la naturaleza, su intimidad, su capacidad para hablarnos de la belleza pero también de lo efímero de toda existencia que, por demás, se consuma en el hecho de existir; su capacidad, siendo como es el medio en donde nosotros nos recreamos, para derramar en nosotros el néctar de un mundo auténtico, puro, incontaminado todavía por el fragor y el ruido de una civilización que tan difícil encuentra vivir en honesta armonía.
La  Granja
Siguiendo la línea argumental de Copland, el ejercicio de escuchar ese algo, sutil pero presente en todo momento, como quien hace meditación y en su respiración, atravesando la traquea y los pulmones percibe la energía vital que lo alimenta, para quien atraviesa un hayedo en otoño es escuchar el latido y la respiración del reino vegetal, el susurro de la brisa entre las ramas de los árboles, observar el delicado balancearse de las hojas en el aire cuando empiezan a alfombrar el suelo del bosque; encontrarse, quién sabe, no sólo un rato de gozo sino también la callada expresión de hechos relevantes de la vida. Todo ojos y oídos para que no se nos escape ni una semicorchea de la sonata otoñal.

A los que habéis llegado hasta aquí os invito a echar una ojeada a las anteriores entradas de este blog, todas destilan algo de esto que he expresado más arriba. Mi experiencia de aquel otoño fue un continuo y silencioso diálogo entre lo que los bosques me sugerían y la confrontación con ese mundo de lo femenino que se colaba por los poros mi piel para dejarme la sensación de que estrenaba una nueva vida tras abandonar el mundo del trabajo retribuido. 

Irati





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