En el monte Gorbea




Valderejo, 29 de octubre de 2014

De madrugada anduve indagando por el animalillo que había estado rondando por encima del todoterreno durante la noche. Había dejado una caja de cartón que contuvo langostinos y una botella de vino vacía y el olor de la comida le debió de atraer. Por la mañana la caja estaba hecha añicos y la botella a más de cincuenta metros. Sobre la chapa del capó el animal había dejado sus huellas, eran algo mayores que las de un gato. El pobre debió de jugar un rato con aquello pero lo que es comer nada de nada. Si lo hubiera sabido le había dejado unos cuantos langostinos, que casi me los tuve que comer a la fuerza pensando que un día y medio descongelados y fuera del frigorífico iba a terminar con ellos.



Fuera la niebla cubría el bosque, cuando desperté me pareció que estaba demasiado oscuro para una de las razones que me habían llevado allí, fotografiar el bosque, así que dormí todavía un rato. Uhmmm, qué agradable es, cuando fuera hace frío y los churretones de humedad resbalan por los cristales del coche, arrebujarse dentro del saco y refugiarse en el calorcito del propio cuerpo. Al tercer intento logré levantarme. Las galletas que había comprado en una gasolinera el día anterior para desayunar resultaron ser saladas, así que tuve un desayuno un poco chungo. Sin embargo fuera nada era chungo, las condiciones eran ideales para una mañana de buenas fotografías. Todo estaba silencioso y calmo, el bosque me esperaba, robles y hayas en esta ocasión. Cuando me metí en el hayedo y comprobé que bajo él había una pequeña lluvia, debido a la niebla, tuve que volver a por el equipo de agua, era imposible saber cómo estaba el tiempo, no siempre se cumple eso de mañanitas de niebla tardes de paseo. Enseguida tuve que encender la cámara, estaba entusiasmado, el camino color ocre clarito, las grandes hayas, las hojas de los robles componiendo con su tostado de caramelo un bello cuadro sobre el suelo, así hasta que después de media hora reparé en que cada vez que hacía una fotografía salía un cartelito en la parte superior de la pantalla. ¿Qué decía el cartelito? Pues decía que la cámara no tenía tarjeta, que llevaba media hora fotografiando la nada. Joder, así que media vuelta y volver al coche a por la tarjeta SD que había dejado olvidada en el portátil. Muy fuerte me tiene que estar dando con la fotografía para que un servidor deshaga media hora de camino por alguna razón, algo a lo que tantas y tantas veces me he negado cuando equivoqué mi senda llegando a meterme en verdaderos berenjenales con tal de no retroceder un metro. Sin embargo hoy habría sido prohibitivo ir sin cámara, algo que no se corresponde bien con un tío tan terco como un servidor.




A veces basta que el camino tenga un color determinado para que sirva para bordar algunas tomas, ese café con leche clarito de esta mañana me sirvió para rematar muchas fotografias. Soledad, silencio y una mañana verdaderamente espléndida para mí solo; caminar en estas condiciones con la motivación adicional de ir con los ojos pendientes de todo lo que hay a tu alrededor, hasta el punto de abandonar de vez el cuando el camino para buscar las cuevas de los enanitos y los rincones misteriosos que se escondían entre tanta vegetación otoñada.




Una larga subida entre la niebla que desapareció poco a poco tan pronto como el bosque empezó a dar paso a los helechos  dejando frente a mí las cumbres del Aldamin y el monte Gorbea. Me extrañó, cuando me acercaba al collado entre estos dos montes, ver que alguien se aproximaba proveniente de la cumbre del Gorbea, lo que implicaba que había tenido que salir a la fuerza de noche. Cuando en un páramo solitario dos personas se cruzan es obligado detenerse para charlar unos minutos. Era un hombre de unos setenta años con pinta de haber pasado toda la vida por aquellos montes. De la conversación con él saqué el material para mi excursión del día siguiente. Como me pillaba de camino había proyectado darme un paseo por los alrededores del valle de Valgovia, animado por algunas fotografías que me había mandado del pueblo de su madre mi amigo Jorge Túa, pero aquel hombre me habló tan entusiasmadamente del parque natural de Valderejo, que se encontraba muy cerca de allí, que ya en aquel momento decidí visitar este entorno y dejar para otra ocasión Valgovia. Lo siento Jorge, otra vez será.  



El rato que pasamos charlando bastó para que el camino empezara a llenarse de gente, grupos de jóvenes especialmente. En la cumbre, a la que se accede desde lugares muy diversos, había ya una pequeña multitud cuando llegué. Y yo que pensaba que iba a estar solo en este conocido monte. Bajo la pirámide de hierro, a modo de pequeña torre Eifel, había ya un gentío… y eso que era un día de diario. Mientras me tomaba un refrigerio continuaban llegando más gente desde los cuatro puntos cardinales. El monte Gorbea era una simpática feria y el paisaje alrededor no tenía desperdicio; del mar de nubes que se extendía hacia levante emergían los picos de otras lejanas sierras, entre ellas las cumbres de la sierra de Aralar que visitara ayer. Y seguía llegando gente, también ciclistas, lo que aproveché para hacer algunas bonitas tomas a contraluz. 






Mientras tomaba unas almendras me sonó el teléfono, era un mensaje de José Luis Moreno, un antiguo compañero de montaña de hace más de cuarenta años que vive actualmente en Bilbao. El día anterior le había mandado una invitación para caminar juntos hoy, pero después desapareció la cobertura y no tuve más noticias de él. Me decía que estaba pasando unos días lejos de Bilbao.




Descendiendo hacia levante, una ladera verde de agradable caminar, me sumergí en la lectura, en esta ocasión un tomo del conocido estudioso de las religiones Mircea Eliade, Mito y realidad, un interesante tema para estos días de viaje hacia poniente. En Mircea Eliade me tropiezo desde el principio con asuntos y pueblos primitivos que ya había encontrado hace algún mes leyendo a Marvin Harris, en su Antropología cultural. El hombre ha tratado de explicar la realidad desde siempre haciendo uso de los mitos y su fuerza es tan enorme que sólo hace falta pensar en los tantos católicos de hoy que todavía siguen interpretando el mito de Adán y Eva al pie de la letra. Cuenta Eliade de algunos pueblos que, estando en su mitología que en breve habrían de recibir tantos bienes venidos de los cielos, muchos de ellos echaban abajo los tejados preparándose para recibir tanto que no deberían volver a trabajar en su vida. Cuando a indígenas de muchos pueblos de Nueva Guinea se les preguntaba por qué mantenían ciertos hábitos, la forma de sentarse, el modo de comportarse los hombres y las mujeres, la manera de orinar, un completísimo código de conducta personal y social, su respuesta siempre era la misma, porque lo hicieron así sus ancestros. Los mitos, al tratar de explicar la realidad construyendo historias que se transmiten de generación en generación, han creado un universo que hoy nos ayuda a entender la relación que tenían los hombres con la realidad.
Mi sensación, oyendo a Eliade, era que el hombre, aislado en el mundo, sometido a las inclemencias, infortunios, dificultades de la vida y, sobre todo, enfrentado a la muerte, siente una necesidad improrrogable de huir de ese vacío, de la nada, de las dificultades, y en tal situación necesita de manera imperiosa inventar algo que disminuya la tensión, el miedo que todo ello genera en su mundo interior. Los mitos, de manera parecida a la religión, tratan de mitigar ese miedo del hombre haciendo que éstos se arropen en una especie de líquido amniótico que los proteja de la muerte, del infortunio.



Y punto final, con estos asuntos llegué al aparcamiento. Las ventajas de venir en coche son muchas, uno puede sacar un vaso de vino, un poco de cámembert, unos taquitos de jamón y repantigarse en la hierba a la sombra a darse un pequeño premio después de un somero lavado con el agua del bidón. Me pregunta mi amigo Sergio desde Galicia que tendría interés en ver cómo organizo el todoterreno para vivir en él. Acaso dedique un rato a mostrarlo fotográficamente algún día de estos.















1 comentario:

slechuga dijo...

Muy buen reportaje fotográfico.
Enhorabuena.