Encuentro de veteranos



Como estaba programado por la comitiva de festejos encabezada por el inapreciable jefe de la expedición, Martín, el encuentro fue en el aparcamiento junto al embalse de La Jarosa. Más de cincuenta veteranos de la montaña, amantes locos que parecen haber nacido con alguna parte del cerebro mediatizado por los encantos de la naturaleza. Y si no, ahí estábamos para dar testimonio de ello; medio siglo visitando, escalando, caminando montañas y todavía con fuerzas para compartirlo con los viejos compañeros de entonces.

Original de Fernando Ruiz

Ya en camino, en algún momento pegué la hebra con Paco Roldán, fue como continuar con una conversación que habíamos abandonado la última vez que nos vimos en la Pedriza, seis meses atrás. El tema eran sus esculturas, anteriormente andaba con el proyecto de esculpir en madera Laocoonte y sus hijos y ahora estaba metido con la reproducción del Rapto de Proserpina, de Bernini. Una afición que pareció salir de la nada en el momento de la jubilación y que ahora le empuja a decir que los días de los jubilados deberían ser de cuarenta y ocho horas. Y hablaba de lo incomprensible que le resulta que haya gente que no sepa qué hacer con tanto tiempo libre, que se aburran. A mí me pasa lo mismo, le digo. Y sucede que en ese momento alcanzamos a Juan Migueli Poisón y después de hablar un poco de Agua Amarga, en cabo de Gata, donde pasa alguna temporada, viene a decir lo mismo que comentábamos minutos antes, hay actividades que ha tenido que abandonar porque el tiempo no le llega para todo. Era grato escuchar en la cuesta abajo a Juan Migueli hablar de sus experiencias de buceo en la costa de Sudán, en el mar Rojo. Uno admira admira a estos aviadores, buceadores, montañeros... y tantas cosas más.



De nuevo en el aparcamiento, tras la acostumbrada foto de grupo, charlo un rato con Durán, a quien no veía desde más de cuarenta años atrás. Tiene el aspecto magnífico de hombre que ha pasado gran parte de su vida abrazado a su pasión más cara, escalar montañas. Tras sus pocas palabras adivino un largo historial de ascensiones en el Himalaya y los Andes. Envidia me da. Cuando yo termino de contarle una madrugada heladora subiendo las laderas del Fitz Roy con Victoria años atrás en que grandes arroyos cruzaban el camino totalmente helados con la apariencia de esa lava que dejan los volcanes a sus pies, él me dice que estuvo escalando el Cerro Torre y que quedó a trescientos metros de la cumbre. Como se ve hay amantes y amantes, los más exigentes, como él, llevan en su rostro marcado ese coraje con que enfrentaron la vida y la montaña; otros nos conformamos, o nos tuvimos que conformar con asuntos más livianos. En unos pocos minutos recordamos nuestra mutua afición a los libros desde jovencitos, repasamos brevemente el recuerdo de Gerardo Blázquez, al que tanto admiré siempre, el arrojo de José Ángel Lucas en su empeño por escalar el espolón Walker de las Jorasses pocos meses después de haber ingresado en el mundo de la montaña. Luis Bernardo hace un breve elogio del alma del solitario. Nos hemos quedado solos en el aparcamiento. Nos despedimos, hemos quedado en Los Molinos para comer.  


Durante la comida, mientras la gamberra :) de María Barral tiraba bolitas de pan al personal, en la otra punta de su mesa un grupo discutía de lo que no se puede dejar de discutir en este país durante los últimos meses; en este caso con entusiasmo y una ilusión casi infantil. No había sido así durante la mañana mientras subíamos pinar arriba por no sé donde, por no sé donde porque no llegué a enterarme por donde iba enfrascado como estaba en alguna conversación. En el pinar el asunto se veía desde una óptica algo peor que escéptica, incluso alguien, para mostrar el "respeto" que le merecía la cosa, mostraba con cierta sorna un whastup en donde, bajo un encabezamiento en donde se leía en grandes caracteres la palabra Podemos, aparecía un individuo haciendo un loable ejercicio de contorsionismo dando lametazos a su pirindola. No creo que en este país se haya vivido con tanto entusiasmo durante los últimos cincuenta años y, a la vez con tanto escepticismo o incluso mala ralea, este subidón que recorre las calles y los medios de comunicación, saturados en las últimas semanas con esa palabra milagrosa de siete letras que nos hace pensar ya a tantos millones de españoles en que un cambio es posible. Uno coge el teléfono para charlar un rato con una vieja amiga de Gijón y en pocos segundos ya estamos con entusiasmo hablando del mismo asunto; ella, que toca en una orquesta, me cuenta que en su repertorio están ya todas las rojerías habidas y por haber. Hablo con Barcelona, y sucede lo mismo. Hoy era el caso en el extremo de la mesa del amigo José Luis Moreno que había venido a la salida del Navi expresamente desde su lugar de residencia, Bilbao; o María, que venía de Toledo, o Santiago, o Victoria, o yo mismo, todos conversos de repente de esta nueva "religión"que parece destinada a convulsionar la realidad social, política y económica del país pese a gafes y agoreros de toda condición. Todos coincidíamos en ello, estamos frente a una situación única y excepcional que de no ser aprovechada no se volverá a repetir durante décadas. El fuego cruzado de las bolitas de pan arreciaba de tanto en tanto. Alguien contaba de alguna fiesta reciente en donde lo que volaba no eran migas sino restos de codillo como bombas de mano sobre las mesas de la oposición. ¿Migas, huesos, palabras, argumentos? Acaso todo sea una fiesta y mejor valga no perder el humor mientras se sigue empujando el carro de la realidad hacia derroteros más halagüeños para la mayoría.




Mientras doy cuenta de mi lubina a la sal, recuerdo a María Barral esa bella ventana abierta a la Pedriza que ella ha mostrado alguna vez en su muro. Una ventana al campo, a la montaña, es un chorro de vida que, a quien tiene la suerte de disfrutarla, puede servirle para almacenar energía vital en todos los rinconcitos del cuerpo. Y si además tienes árboles en tu casa para poder abrazarlos y extraer de ellos gotas de bienestar, pues eso... luego hay gente que se queja.  

Original de María Barral












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