Un narcisista en el camino



Caudete-Almansa, 16 de marzo de 2015

El termómetro marcaba cero grados a la salida del albergue. Después de desayunar frente a la plaza de toros en el único bar abierto, el sol había empezado a regar el campo por aquí y por allá y en pocos minutos  la mañana se hizo deliciosamente fresca, caminar se convirtió en una actividad sumamente agradable. 


Recordaba un montoncito de folletos adhesivos que había encontrado días atrás en el albergue de Novela. En ellos aparecía la imagen de un caminante bajo una arcada de piedra frente a la fachada del Obradoiro en Santiago. El folleto invitaba a comprar un libro titulado El gran caminante. No era ni la segunda, ni siquiera la tercera vez que me encontraba con un folleto de aquellos. Hace un par de años el autor del libro, que se autonombra con un rimbombante "el gran caminante", ahí es na, había dejado sus pegatinas pegadas a conciencia por todo los compartimentos de alguno de los albergues que visité en el Camino Catalán. Me fue imposible despegar aquellas pegatinas que yacían sobre el frigorífico, el alicatado del baño, las puertas; la demencia narcisista del caminante había sucumbido frente al sentido común y al sentido del decoro ensuciando las paredes de varios albergues sin ningún miramiento. Gente chalá la hay también en los caminos. Lo curioso del caso es que uno puede hacer absolutamente el ridículo sin darse cuenta. Si yo me encontrara por ahí algo similar referido a mi persona me largaba de este planeta a otro donde no me reconociera nadie. Pensar que has ido dejando por ahí el rastro de tu propia  estupidez, haciéndote llamar el gran nosequé, me abochornaría de por vida y me impediría salir a la calle sin estar disfrazado y en horas que no fueran de madrugada para no ser reconocido. 

Cierto que en todo quisque se esconde una dosis variable de narcisismo, pero de ahí a constituirse en el gran algo, joder; qué pelma, ¿no? 


La imaginación, cimentada sobre los sueños, la literatura o el cine puede llevarnos a un fiasco un tanto cómico. No sé yo de dónde había sacado que hoy iba a pernoctar en un convento de monjas, porque lo cierto es que el pensarlo me había suministrado durante buena parte del camino un material suficiente como para escribir una novela. Mi única experiencia con un convento data de hace muchos años. Unos amigos nos habían dado la dirección de un pueblo de Burgos en donde unas monjas vendían una ampliadora y algún material fotográfico procedente de una herencia. Camino del lugar cayó una nevada de padre y señor mío que convirtió la meseta castellana en un hermoso paraje donde filmar las bellas estepas rusas nevadas del Doctor Zhivago. Cuando dejamos la carretera nacional todo era un manto blanco en donde nuestro R4 abría huella como un barco sobre la calma chicha del mar. El paisaje estaba rabiosamente hermoso y el convento yacía en una hondonada rodeado de altos chopos cargados de nieve. El sonido de la campanilla fue como un estremecimiento en el solitario y silencioso páramo. Monjas de clausura. Todo un ritual. Alguien nos abrió el portón de madera y nos introdujo en una pequeña sala de muros de piedra. Quince minutos duró la espera. Llegó otra monja y ésta nos condujo por un largo pasillo hasta otra dependencia. La superiora les espera, nos dijo. Ésta, una mujer pequeña de edad indefinida no se anduvo con prolegómenos, más que una monja parecía un mujer de negocios dispuesta a que no le regatearan ni un peseta. Impresionaba aquel ambiente mezcla de religiosa clausura y decisión de mercader. Bocaccio imaginó unas monjas bien diferentes. En ningún momento en aquella ocasión, acaso porque era muy joven o porque el frío no daba tregua, me dio por pensar que aquel monasterio pudiera encerrar resquicio alguno para un sueño erótico, algo totalmente inconcebible para un tiempo posterior en que las monjas y sus clausuras, con toda lógica, sobre todo si el convento está habitado por monjas jóvenes, pudieron suministrar a la imaginación innumerables divertimentos de mozas en donde, como sucede en la película de Fellini, un mudito jardinero puede hacer el gozo de toda la comunidad, incluida la madre superiora. 


Debo de ser un peregrino atípico cuando con el cuerpo tan cansado por la caminata lo único que se le ocurre a mi imaginación es pensar en monjas fellinianas en lugar de atender a mis rezos. Un cilicio habría necesitado por tal incompostura. Pero ay, para más inri las monjas jovencitas han debido de desaparecer ya de este planeta. Además. el convento no es convento, es solo casa de monjas, monjas jubiladas, monjas ancianas, lugar de retiro en mitad de la ciudad de Almansa. De todos modos viva la imaginación que mantiene la alegría del cuerpo siempre alerta como cazador escondido entre la maleza de la madrugada a la espera de que la presa aliente con su presencia su instinto ancestral. 

Y por si fuera poco la coincidencia de dar continuidad esta tarde a esa novela que leo estos día y que lleva el título de Pubis angelical. O se trata de una incongruencia, la de leer un libro con semejante titulo en un convento de monjas, o bien consideramos adoptar la otra acepción polisémica de la palabra angélico y,  tomándola al pie de la letra, pensamos en angelitos o cosas así, en cuyo caso el pubis de ser algo de calidad divina en el sentido de apetecible, delicioso, pasa a convertirse en asunto de ángeles. Sí, ya sé que la idea entra con calzador, pero la cena me apremia y quiero dejar mi crónica terminada.


Una última idea, esta vez sobre la actualidad política. Mientras me tomaba el café repasé la prensa. Me llamaron la atención unas líneas en las que un analista político daba razón del porqué del nacimiento yihadista: "El surgimiento del grupo radical yihadista Estado Islámico tienes sus raíces en el odio sectario generado por la invasión de Irak". Parece mentira que no queramos comprender el odio universal que genera a su alrededor la política terrorista de los Estados Unidos; un país que es capaz de aniquilar más de un millón de medio de personas para dar cobertura a sus negocios y mantener con mano de hierro el control de los recursos energéticos en su beneficio siempre será un país de asesinos y un generador extraordinario de odio. Victoria y yo viajamos unos meses hace tiempo por los países subsaharianos. Era corriente encontrarse en pueblos misérrimos niños y jóvenes vistiendo camisetas con el retrato de Bin Laden. El imperialismo americano es la peste negra de nuestro tiempo. No es raro que frente a él los fanáticos de siempre hagan adeptos en todo el mundo.



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