Una pausa en el camino, vuelvo a casa


Alpera-Madrid, 18 de marzo de 2015

A veces resulta divertido especular con la idea de intentar averiguar de qué va a tratar la crónica de la jornada por la que vas transitando. Divertido porque en la mayoría de los casos no tengo ni idea, estoy tan en blanco que me resulta casi imposible pensar en la posibilidad de que esa misma tarde salgan de mis dedos un millar de palabras medianamente coherentes con las que cubrir mi acostumbrada crónica diaria. Algo parecido le podría suceder al pintor que viviera durante el día la tensión de averiguar qué pintará entre la hora del desayuno y aquella otra hora de la cena. Como si el que escribe o pinta fueran ajenos al hecho de pintar o escribir y esperaran de algún hado que les hiciera el trabajo que después ellos mismos reconocerán como suyo.



Es algo que me sucede a diario cuando camino por alguna parte del mundo, siempre a la espera de que en algún momento una idea, alguien con quien me cruzo, me lleve a reflexionar sobre una parcela de la realidad, ese hablar con el hombre que va contigo que canta Antonio Machado en sus largos paseos solitarios por las tierras de Urbión.


Hoy mi crónica de andarín tendrá que ser más breve. Anoche a última hora había consultado los pronósticos del tiempo en varias webs y todas apuntaban a una semana ininterrumpida de lluvias. No me lo pensé mucho, antes de irme a la cama ya había sacado mi billete de tren de regreso a Madrid. En esta ocasión no estaba dispuesto a caminar bajo la lluvia un día sí y otro también. Desde mi cama de peregrino pude oír llover durante toda la noche.


La experiencia de días atrás caminando por senderos arcillosos después de que cayera una chupa de agua en Elda me recordaba no sólo la inconveniencia de caminar largas horas bajo la lluvia sino también lo penoso que puede ser caminar por sendero embarrados.  Caminar veintitantos kilómetro en el barro era una perspectiva poco simpática para mi ánimo.

Así que me levanté tarde, charlé un buen rato con Pepe, el funcionario del ayuntamiento, y con una mujer menuda, la asistente social del pueblo, que hablaba con entusiasmo de su experiencia de la Ruta de la Lana que había hecho en bici, y después me dedique a pasear el pueblo a la espera del autobús que me llevaría a Albacete.

Llueve, el campo tiene cierto aire de nostalgia, de querer ser algo más que paisaje indiferente a los ojos distraídos de los pasajeros. Al paisaje la compañía de los humanos debe de serle el equivalente de la necesidad que tiene el hombre de buscar el calor de la familia y los amigos para atravesar la vida. El paisaje está solitario, ausente, quizás pensando en esa soledad que lo envuelve cuando la lluvia y el viento hacen hostil su compañía. El paisaje, su alma, sus riñones, se agazapan envueltos sobre sí mismos como un chucho bajo la lluvia que no tuviera cobijo a mano.

Dentro de algunos días estaré en las calles de Madrid detrás de alguna pancarta gritando por recuperar una dignidad hecha harapos. Seguro que entonces recordaré este paisaje, esta tierra hermana de los caminos en la que me ha tocado vivir, compañera amiga sin la cual me sería difícil pensar la existencia. Este año es tiempo de conjugar el amor a la naturaleza con aquel otro de recuperar la dignidad como ciudadano. La Marcha de la Dignidad se ha convertido, después de tanto oprobio por parte de la mafia del actual gobierno, en un acto imprescindible de civismo para dar sentido a una democracia real, un elemento más junto a las elecciones próximas con que recuperar las instituciones.

Me había ausentado estos días de la actualidad, pero vuelvo hoy camino de casa a estar en línea. Desde mi pueblo han llegado buenas noticias, el pasado domingo nuestro círculo Podemos tuvo su presentación pública en la localidad y fue un rotundo éxito. Ahora, mientras el tiempo se estabiliza para volver a la Ruta de la Lana, cambiaré el paisaje de La Mancha por aquel otro de las elecciones andaluzas y las de la próxima primavera.





El tren rueda apacible por un paisaje de viñedos y encinas. El mundo, una vez más, se ha convertido en un espacio reducido en donde en pocas horas podemos ir de un extremo a otro. No sabría decir si se trata de algo bueno o malo, pero hoy me hace ilusión pasar del frío y la lluvia de La Mancha al calor confortable de la chimenea de mi cabaña. Seguro que dentro de uno días, cuando cesen la lluvias y se hayan asentado los caminos, me apetecerá volver a caminar por esta tierra que ahora abandono.

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