La desolación de la meseta soriana



Tarancueña - Olmillos, 9 de abril de 2015

Todo estaba como boca de lobo cuando sonó el despertador. Me costó poner en movimiento mi cuerpo dolorido. El río sonaba cerca intemporal y monótono. Tuve que buscar en la oscuridad la pequeña senda que recorría el valle. La luna, un resto de ella, aparecía entre las nubes bañando de una lechosa y turbia claridad la ladera. Tengo la sensación de estar fuera de lugar a esta hora. No son horas para hacer pequeñas trepadas entre las rocas o cruzar numerosas veces el río Caracena sobre inestables rocas. Avanzada la hora el cañón, de piedra rosada y atrevidas paredes levantadas al pie de los álamos, describe amplias curvas donde se encajona el río. Cuando atravieso un túnel de roca después de una hora, la claridad de la mañana ya ha bajado a los rincones del cañón. En lo alto aparece la silueta de una ermita.



Nada más alcanzar el pueblo mi camino desemboca en la plaza. Toda una sorpresa la rústica belleza de la plaza bañada a esa hora por la difusa luz del amanecer. Hay una soledad absoluta en sus calles que acentúa la sobriedad de las fachadas y el color de las piedras adornadas con los troncos desnudos de las parras.



El mundo está deshabitado esta mañana, Atravieso tres pueblos sin tropezarme con nadie. Decrépitos pueblos alejados de la mano de Dios. Entrando en Fresno de Caracena me sorprende la suciedad, los contenedores rebosantes, la basura por los suelos en cien metros a la redonda sugieren que la última vez que pasaron por allí a recoger la basura está muy lejana en el tiempo. Ni agua puedo encontrar, ni una miserable fuente, nadie a quien pedir que me llene la cantimplora. Un pueblo más allá, junto a un porche en el que hay un automóvil voceo repetidamente con la intención de conseguir agua. Nada. Un mastín ladra lánguidamente como quien tiene que hacer un gran esfuerzo para cumplir una tarea sencilla. Inspecciono el lugar a la búsqueda de un grifo que no tardo en descubrir. Lleno mi cantimplora, la guardo y sigo carretera adelante. Las diez y media de la mañana, llevo cuatro horas caminando y a mi espalda le ha subido un dolor que se acentúa más y más y me pide tirarme sobre el suelo un rato para aliviarlo.  Más adelante hay una ermita a la vera del camino. Tumbado junto a su puerta intento no tener en cuenta mi falta de apetito y, despacio, despacio, mientras el dolor de espalda se alivia algo voy dando cuenta de mis provisiones.


Cuando más adelante mi camino deja el asfalto, se adentra por páramos inhóspitos donde sólo crecen algunas matas. Desolación perfecta. Leo de mala gana. Comienza a llover. La rutina de sacar el equipo de agua, primero los pantalones que ofrecen resistencia a dejar pasar las botas, después cubrir el macuto, visto un liviano chubasquero y sobre todo ello pongo la capa de agua. Sí, un poco aparatoso, pero es la única manera de que no se me llegue a mojar el chaleco, quiero mi equipo intacto cuando llegue a donde sea. Hacía mucho tiempo que no me dolía la espalda de esta manera. En Ines la desolación es total pero llego a ver a un paisano que se mete en una casa y voy directamente a ella. Si quiero tomar algo en el bar, sólo bebidas, tengo que llamar a determinada casa para que me abran. Pasaré un buen rato en agradable charla con la dueña mientras me tomo un par de tónicas. No creo que encuentres nada en Olmillos, me dice.

Hablo con Victoria mientras salgo del pueblo. Las preparaciones de nuestro viaje alrededor del mundo ya están en marcha. Vamos a empezar por Cerdeña que no conocemos. Ha sacado cinco o seis conexiones aéreas que terminan en la isla de Creta, en Grecia. Dedicaremos un mes a Italia y Grecia, después volaremos a Chipre y un ferry nos dejará en la costa más oriental de Turquía. Perfecto, en Ryanair ha conseguido precios para estos vuelos que van desde los veinte euros a los treinta y tantos. Si los comparamos con el precio que tiene un ferry entre Barcelona y Roma, alrededor de cuatrocientos o quinientos euros la última vez que lo consulté, el precio de los vuelos es regalado. Esperemos no encontrar ningún piloto de avión zumbado. Hay que ahorrar, será un viaje largo.



La entrada en Olmillos es de película, largas y solitarias calles como esperando a Gary Cooper ante el peligro inminente. Voy hasta el final del pueblo, nadie. Cuando vuelvo sobre mis pasos veo a lo lejos a una mujer. La llamo antes de que desaparezca en la nada. Habla de fulanito y menganito y termina llamando a la puerta del número cincuenta y seis de la calle Mayor, la casa de Constantino y su mujer, los samaritanos que me han tocado en suerte hoy. Todo cerrado, un pequeño bar también, pero él tiene la llave del local social, un piso sobre el bar. Les cuento mi vida, que apenas me quedan provisiones. Estoy tan cansado que los seis kilómetros que me separan de San Esteban de Gormaz me parecen una enormidad. Mientras Constantino sube conmigo al centro social su mujer me prepara algo para comer. Cuando la veo aparecer con la bolsa que trae casi me da algo, frutas de todo tipo, una lata de mejillones, un buen trozo de chorizo de pueblo, dos tortillas y un gran termo con leche caliente. No encuentro manera de que acepten algún dinero. Todavía me dicen que a la cena me suben algo. No, por favor. El otro día hablaba de la gente, la zafia y desconfiada y esta otra que son un regalo de la naturaleza, de lo mejor que tenemos los humanos.

Aparte de un par de vasos de leche fui incapaz de comer nada. Tan cansado estaba. No logré adivinar la razón de mi cansancio, probablemente tenía que ver con una alimentación poco adecuada, o acaso que mi cuerpo necesita más sueño. Preparé mi colchón, un jersey, puse las botas de almohada, me metí en el saco y quedé profundamente dormido. Dos horas y media después tuve que hacer un trabajo extraordinario para levantarme, comer algo y dedicarme la hora y media que me quedaba a escribir mi crónica. Espero que mañana mi cuerpo se levante más descansado. 


2 comentarios:

José Luis Moreno Moranchel dijo...

Te hice un comentario, al principio de tú periplo, que no me parecía buena idea eso de abandonar la colchoneta neumática, ahora la hechas de menos. Sin duda, la acumulación de kilómetros, las pistas asfaltadas y una alimentación no muy adecuada, te esta pasando factura.
Bueno, tómatelo con un poco mas de calma, jornadas más cortas y paradas más continuas.
Tennos un poco al corriente de ese maravilloso viaje que se vislumbra y que ya tenéis casi organizado, nos apasionara seguiros y daros ánimos.
Un abrazo

Alberto de la Madrid dijo...

Cuánto he sentido dejar la colchoneta y la tienda en casa. Confíe demasiado en encontrar alojamiento y hay zonas muy desoladas. La comida chapucera, el no dormir bien del todo han podido conmigo en esta ocasión. La espalda me grita demasiado y el placer de caminar desaparece, así que vuelvo a casa.
Confío en poder seguir escribiendo en ese largo viaje que comenzaremos al final de la primavera. Un abrazo